Cuando la realidad que nos rodea es incongruente, desalentadora y el panorama internacional, pero sobre todo el nacional, tan pobre y revuelto, debemos buscar razones por las que vale la pena seguir teniendo fe en la humanidad y esperanza en el progreso de la civilización. Una de ellas, quizá la más prometedora, es la de los niños: la parte más sana del género humano. En ellos existe, en cada generación, la posibilidad de que surjan hombres y mujeres con la capacidad de transformar de manera positiva nuestra vida.
Hace poco más de cien años nació uno así: Albert Einstein, considerado el más grande científico de la era moderna.
En los últimos 2400 años, el genio de Einstein se equipara únicamente al de Aristóteles, Galileo y Newton.
Sus ideas iniciaron la revolución tecnológica que caracterizó al Siglo XX y generaron más cambios en cien años que en los dos milenios anteriores. Computadoras, satélites, telecomunicaciones, láser, televisión, energía nuclear y una nueva forma de entender el cosmos y el origen del universo deben su nacimiento al intelecto de este genial ser humano.
Hace un siglo, en 1905, cuando Albert Einstein tenía tan sólo 26 años de edad, publicó cinco trabajos científicos que cambiaron fundamentalmente los conceptos de espacio, tiempo, luz y materia. Todos estos trabajos fueron producto de su intelecto, ninguno tenía notas o citas. Fueron “experimentos pensados” que modificaron las leyes de la física, establecidas por Newton 200 años atrás.
En un despliegue de fecundidad intelectual, durante los meses de marzo a noviembre del llamado “año milagroso de Einstein”, dichas publicaciones fueron: 1.- La luz y el efecto foloeléctrico (por el que obtuvo el Premio Nobel de Física en 1921). 2.- El tamaño de las moléculas del azúcar, que calculó por su difusión en el líquido, mientras en una mesa de café observó cómo ésta se disolvía en su taza de té. 3.- La comprobación de la existencia de los átomos y por extensión, la estructura de los elementos químicos. 4.- La Teoría de la Relatividad Especial, trabajo que definitivamente le confirió un sitio aparte en el mundo de la física y, finalmente, 5.- Una extensión de la Teoría de la Relatividad Especial relativa (valga la redundancia) a la conversión de la masa en energía, descubrimiento que acuñó en la más famosa ecuación de la ciencia: E=MC2.
Einstein también amaba la música y tocaba el violín para relajarse. Tenía sentido del humor y describió la relatividad de otra forma: “Pon tu mano sobre una estufa caliente durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate con una muchacha bonita por una hora y te parecerá un minuto. Eso es relatividad”.
No es necesario entender su famosa fórmula para asociarla a ese rostro de ojos medio tristes y bigote caído, todo rodeado por una blanca y desordenada melena.
¿Cómo llegó Einstein, con el puro poder de su mente a descubrir cosas tan complejas?
Evidentemente tenía un talento especial. De hecho, gracias a que un patólogo conservó su cerebro, investigadores canadienses han comprobado recientemente que el lóbulo parietal inferior de Einstein era inusualmente grande; en esta parte del cerebro se localiza el pensamiento matemático y la imaginación espacial; también encontraron que las conexiones entre sus lóbulos temporal y frontal eran más cortas, posibilitando más rapidez en su capacidad asociativa.
Sin embargo, y sin minimizar esa carga genética privilegiada, Einstein fue un niño con desarrollo de lenguaje tardío; en la escuela primaria su desempeño, en casi todas las materias, fue considerado como mediocre.
Pero –he aquí lo verdaderamente importante– Einstein pensaba en imágenes. Se dice que cuando era adolescente, una imagen comenzó a obsesionarlo: si un hombre pudiera ir al paso de un rayo de luz, ¿qué vería? Esta imagen lo llevó a concluir que el tiempo y el espacio no son absolutos; de su habilidad para visualizar el mundo en una forma sin precedente y también de pensar en un modo poco convencional se desprenden una serie de descubrimientos que tuvieron su origen en una imagen mental. Es posible entonces afirmar que Einstein tenía una gran imaginación.
Pero jamás aprendió a manejar un carro. Caminaba y a veces, por pura diversión, paseaba en bicicleta. Sus atuendos eran descuidados, a veces los calcetines no coincidían. Mientras caminaba de su casa a su oficina en la Universidad de Princeton, N.J., iba golpeando con su paraguas cerrado las rejas de metal de las bardas que encontraba en su camino. Si se saltaba una, se regresaba. Einstein pensaba que la alegría de mirar y comprender es el don más hermoso de la naturaleza.
Además de ser un gran científico, fue un gran humanista que abogó y defendió causas pacifistas y expresó ideas profundas relacionadas con la religión, la libertad, la amistad y la educación. Algunas citas sobre ésta:
“El conocimiento está muerto; la escuela, sin embargo, sirve a los vivos”.
“La escuela debe plantearse como objetivo el que el joven salga de ella con una personalidad armónica y no como un especialista”.
“Lo primero debería ser desarrollar la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y no la adquisición de conocimientos especializados”.
“Sólo si se persiguen constante y conscientemente la libertad interna y la libertad externa existe posibilidad de progreso espiritual y de conocimiento y con ello, de mejorar la vida interna y externa del hombre”.
“La imaginación es más importante que el conocimiento”.
¿No se debería tomar en cuenta la opinión de quien ha sido considerado uno de los más grandes genios de la humanidad? ¿Qué estamos haciendo en nuestra generación por la imaginación de los niños? ¿Cómo podemos, al menos en parte, asegurarnos que el futuro de la humanidad sea mejor y más justo? ¿De qué manera estamos estimulando el surgimiento de futuros científicos, educadores, economistas, políticos y gobernantes que verdaderamente fomenten y promuevan cambios positivos en la vida de este planeta?
Las posibilidades de que en cada generación surjan nuevos Einsteins es remota; pero si además cortamos de raíz la fuente original dejando que los niños, por citar un ejemplo, pasen horas frente al televisor (aunque haya sido un invento posibilitado por el famoso físico) estamos eliminando totalmente estas posibilidades.
La urgencia actual de los padres de familia porque sus hijos -a nivel de primaria- sean “todólogos” (clases de baile, computación, karate, ingles, futbol, etc.) desvía la energía de los niños, diluyéndola en tantas disciplinas. El resultado es una sobreestimulación que agota y anula su natural capacidad de asombro, transformándola en apatía o desinterés.
Aunado a esto, agréguense las horas frente al televisor, lo que genera una actitud pasiva, convirtiendo al niño en un consumidor de publicidad y comercialismo.
En realidad nadie puede saber qué talentos se esconden en el misterio genético de cada niño. Lo que sí se sabe es que el estímulo temprano de la imaginación puede dar frutos insospechados y hay todavía muchas formas para lograrlo: a través de la literatura, del contacto con la naturaleza, de la observación y la compañía, en tiempo de calidad, de los primeros y más importantes educadores: los padres.
Pensar en esto reanima nuestra fe y esperanza en el género humano. Si es Usted tan afortunado de tener hijos pequeños o mejor aún, nietos, lea con ellos, haga rompecabezas, observe el cielo de noche... ¿Quién puede negar que algún niño lagunero, obsesionado por una imagen mental llegue con su imaginación a un gran descubrimiento?