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El ciudadano disminuido

Adela Celorio

Hay días de suerte en los que salgo y en cualquier esquina un bloqueo me impide el paso. Si reacciono con agilidad, regreso a casa y tengo un maravilloso pretexto para quedarme quietecita y a salvo. Pero hay también días aciagos en los que mi destino es reptar por las calles entre mentadas o quedarme atrapada en algún bloqueo, y aún así, considerando las pobres condiciones en las que vivimos en esta capital donde todo ha sido fríamente calculado para que el ciudadano sufra, yo me puedo considerar afortunada pues no hay que olvidar que en esta ciudad se favorece al automovilista y yo lo soy. Lo que resulta ser una ignominia es ser peatón.

Aquí, donde tenemos instituciones que se ocupan de proteger los derechos de los niños, de los delincuentes y hasta de los animales, no existe, sin embargo, la menor protección para los peatones que todos los días riegan con su sangre el asfalto al caer accidentados por las pésimas condiciones de las calles, o sencillamente atropellados. En este último rubro, es importante destacar la eficiente labor de patrulleros borrachos y minibuseros kamikazes, quienes contribuyen bastante con su esfuerzo cotidiano a levantar nuestro promedio de desgracia.

Siendo así, el hecho trivial de bajarse uno del auto, caer en una alcantarilla abierta y romperse la nariz en la maroma, no es cosa de armar escandalitos ni andarse quejando, según me explica mi Querubín. “Vas a poner una demanda en un Ministerio Público donde después de hacerte esperar varias horas, te van a tratar en forma déspota y humillante y te van a traer un largo tiempo de aquí para allá hasta cansarte y que olvides el asunto. ¿Por qué no lo olvidas desde ahora y te ocupas de algo menos desmoralizante?”.

Me aconseja conciliador el Querubín, ante mis amenazas de encontrar culpables, caiga quien caiga. Me ha prometido además que si soy prudente y no hago mitote, puedo ir con un cirujano plástico y escoger una preciosa naricita nueva y él la paga. Nacida y educada como tantas generaciones en la transa y la corrupción, estoy considerando seriamente la oferta.

Ya les platicaré lo que decida, mientras tanto, a mí nadie me quita de la cabeza que fomentar el crecimiento hasta convertir esta capital en el megamanicomio que es ahora, es parte de un plan perverso para debilitar física y moralmente a los ciudadanos, quienes perdida toda autoestima y dignidad en las calles, disminuidos y apáticos, somos incapaces de reaccionar contra de la estafa y la burleta que hacen sistemáticamente de nosotros tantos funcionarios públicos para no hablar ya de esas asociaciones de mafiosos que viven a cuerpo de rey a nuestras expensas y se llaman a sí mismas partidos políticos.

adelace@avantel.net

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