Por Max Rivera II
3 estrellas de 5
El Código 46 al que se refiere el título de la cinta de Michael Winterbottom, trata sobre las diferentes penas aplicables al incesto. Es una legislación ficticia, pero muy apropiada para el futuro próximo en que, gracias a la manipulación y selección genética, muchos seres humanos tendremos padres y abuelos comunes.
El incesto, además de ser feo y falto de imaginación, limita la relación y mezcla entre culturas, idiosincrasias y naciones. Es globalifóbico, pues. También se dice que trae repercusiones para la salud de los productos si resulta en embarazo, aumentando la propensión a ciertas enfermedades o el reforzamiento de defectos hereditarios. O sea, que si todos llevamos riesgo al jugar la lotería genética de la reproducción, los incestuosos juegan además con cartas marcadas.
Entonces, desde el punto de vista práctico, el incesto es una amenaza para la salud pública y mayor probabilidad de gastos para el Estado, si es el Estado el que paga los servicios de salud. El Código 46 de la película, exige que las parejas se sometan a chequeo de ADN antes de tener relaciones sexuales, para descubrir posibles incompatibilidades. Quienes incumplan la norma serán penalizados según la premeditación del acto y el producto de la relación será eliminado.
Tim Robbins interpreta a un investigador de la compañía Sphinx (Esfinge), multinacional que controla los permisos de migración a nivel mundial. El detective, un hombre casado, es enviado a Shangai a investigar una serie de fraudes. Con su sentido de la percepción alterado artificialmente puede percibir líneas de pensamiento e intenciones ocultas en quienes entrevista. En pocas palabras, puede leer la mente.
La principal sospechosa de la falsificación de papeles de migración es una chica con un puesto de bajo nivel, interpretada por Samanta Morton, de la que el investigador se enamora instantáneamente. Ella le corresponde. Él la encubre y pasan una noche juntos.
La aventura traerá complicaciones, por supuesto, siendo la principal la violación al código del título. No le estoy revelando de más. Simplemente es obvio, o la película no se llamaría así. El problema, (o la virtud) de la cinta, es que no se mete de lleno en el tema del incesto, o de la clonación, ni en el de la contaminación, o la mezcla de idiomas y culturas, ni del control estatal o comercial de la reproducción, o de la separación definitiva entre las ciudades desarrolladas y el tercer mundo (adivine donde quedamos), o del uso de virus para aumentar las facultades del cerebro, o del complejo de Edipo, o, finalmente, de la posibilidad de borrar de la mente lo recuerdos traumáticos.
Código 46 le parecerá estimulante, o bien, desesperantemente vaga. Donde yo vi un ritmo lento, cadencioso y sabrosón, muchos verán simple y llano aburrimiento. Me sorprendió como la película sonaba más interesante al comentarla después con mi familia, de lo que parecía en el cine. Esto requiere del ejercicio de completar con imaginación lo huecos que deliberadamente deja la cinta y tener tiempo para perder, como yo lo tenía.
A fin de cuentas Código 46 es solo la historia de un acostón entre empleados de la misma compañía, de alguna manera compañeros de trabajo, situada en un ambiente exótico. El affaire tendrá consecuencias mucho más duras para la mujer, por supuesto, que además está ubicada en un escalón jerárquico menor. Eso es algo que no cambia en ningún futuro.
El ?look? futurista también es mínimo. Además de ser una producción de bajo presupuesto, las cosas no cambian tanto en 20 o 30 años. Vea su casa. Fuera de la tele más grande, un horno de microondas o un teléfono inalámbrico, ¿qué ha cambiado? Si usted es rico y puede pagar más tecnología, su respuesta vale menos por ser poco representativa de la población.
Son muchísimos los temas interesantes que la cinta toca apenas de rozón. Es como si a uno lo llevaran de paseo por una ciudad fascinante y no le dieran chance de bajarse del carro. De entre esos temas, el asunto de borrar selectivamente la memoria, para olvidar eventos trumáticos o actos inconvenientes, parece la máxima invasión a los terrenos de Dios, entre las muchas que la ciencia intenta. La absolución de los pecados queda así definitivamente superada por un proceso mucho mejor. El individuo obtiene, ahora sí, una tranquilidad perfecta, porque a juzgar por la forma en que operan la culpa y los remordimientos, Dios perdona, pero no olvida.
Director: Michael Winterbottom
Guión: Frank Cottrell Boyce
Productores: Andrew Eaton
Música: David Holmes
Actores: Tim Robbins, Togo Igawa, Nabil Elouhabi, Samantha Morton