La advertencia hecha por el Vaticano la semana pasada, en el sentido de que El Código da Vinci contiene errores históricos y teológicos, amerita ser comentada. La novela de Dan Brown ha vendido veinticinco millones de copias en dos años y se anuncia la realización de una película.
El relato inicia en París con el homicidio de Jacques Sauniére, curador del Museo del Louvre, cuyo cadáver aparece con un mensaje escrito en clave. El occiso es Gran Maestre del “Priorato de Sión”, organización que custodia los “secretos del Santo Grial”. El mensaje de Sauniére alerta a su nieta Sophie sobre una conspiración del Opus Dei para evitar la revelación de tales secretos según los cuales, Jesús de Nazareth casó con María Magdalena. A la muerte de Cristo, la Magdalena embarazada huye a Francia perseguida por misoginia de los Apóstoles y de su descendencia surge la dinastía de los Merovingios.
Según la novela la fundación de la Iglesia no corresponde a la intención original de Cristo, sino que es obra del Emperador Romano Constantino que es presentado como un pagano falso converso, que en el Siglo Cuarto inventó la divinidad de Cristo como instrumento de control político.
La prueba de tan aventuradas afirmaciones, consiste en una representación andrógina del San Juan Evangelista que aparece junto a Jesús en La Última Cena (1495) de Leonardo da Vinci y que según la novela es María Magdalena. Tal interpretación de la pintura no explica la reducción del grupo apostólico a once varones y por otra parte, la propia novela reconoce la tendencia de Leonardo a feminizar figuras masculinas y en ese orden, sugiere que la Mona Lisa es un autorretrato del artista.
Los “secretos” no resisten el menor análisis, porque la dinastía Merovingia que nació en la Francia del Siglo Quinto, no fue fundada por residentes locales de arraigo previo (como serían los presuntos descendientes de la Magdalena), sino por invasores bárbaros (francos salios) recién llegados.
El cristianismo desde su origen postuló la divinidad de Cristo, trescientos años antes de Constantino. La alianza con la Iglesia no aportó ventaja política a la causa del Emperador y al contrario, su conversión personal liberó a una Iglesia marginada y perseguida, de la penumbra de las Catacumbas y de las fieras del Circo.
La posibilidad de que Cristo contrajera matrimonio no riñe con la teología cristiana. Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre, igual a los demás hombres en todo menos en el pecado, por lo que la alternativa de matrimonio o celibato, planteó en su momento una opción para el Jesús histórico.
Sin embargo, los documentos históricos y la tradición indican que Cristo vivió y murió célibe, por lo que el desencuentro de la Iglesia con El Código da Vinci, deriva de su falsedad radical y de la trivialidad en el manejo del tema, que opera como imán para cierto público en virtud del morbo que suscita.
La referencia temeraria a un Opus Dei que lucha contra la difusión de los “secretos” mediante el homicidio sistemático, hace de la novela un escrito difamatorio y calumnioso que abre una puerta de impunidad para ultrajar la honra de cualquiera persona o institución civil o religiosa, en nombre de una abusiva licencia literaria.
Los defensores del best seller insisten en que sólo es una novela y por ende un relato inofensivo de ficción. Lo anterior es ambiguo: Una cosa es historia, otra es novela y una tercera es la novela histórica, como pretende ser el Código da Vinci, que incluye a personas e instituciones que son reales. El género de la novela histórica debe ofrecer un cimiento en la verdad, que dé sustento a la imaginación creativa del autor pues de lo contrario, deviene en instrumento de manipulación y desinformación.
El éxito del libro es un fenómeno de comunicación de masas: El Código da Vinci es una mala copia de la novela de Umberto Eco, El Péndulo de Foucault, que carece de la erudición, el suspenso y la magia descriptiva de esta última.
Como novela policiaca El Código da Vinci es un fiasco, porque desde el inicio resulta previsible que Sophie, la nieta del curador del Museo del Louvre asesinado, es portadora de la Sangre Real (Santo Grial) y por ende sucesora al trono Merovingio, lo que se confirma al final después de un acertijo (innecesario a esas alturas) para descifrar el enigma.
El libro es lanzado en una campaña mundial (¿complot?) encabezada por el periódico The NewYork Times. Tiene una atractiva presentación, amplios márgenes y letra grande a doble espacio, en un volumen que en formato estándar se reduciría a un tercio. La lectura del grueso ejemplar con mínimo esfuerzo, ofrece a muchos una falsa sensación de satisfacción intelectual.
Se trata de una obra vacía y como la trama no es de buena calidad, depende del tratamiento sórdido y contestatario del tema religioso, que despierta los instintos básicos de un sector del público proclive a la cultura chatarra. Las sinrazones del éxito comercial en el caso, son semejantes a las que explican el fenómeno televisivo de Big Brother y otros ejemplos de “reality show”, presentes en los medios de comunicación.
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