Hace dos años que Jorge G. Castañeda emprendió la titánica tarea de derrotar al sistema de partidos y reivindicar el derecho de los ciudadanos a presentar candidaturas a cargos de elección popular sin la mediación partidaria. Hasta ahora su propósito dista de haberse logrado. No obstante que hace poco reemprendió una campaña de televisión (que se rindió ante la pobreza del lenguaje juvenil e invita a los güeyes a empoderarse), su ubicación en las encuestas de preferencias electorales no corresponde a las expectativas que se forjó al lanzarse a la liza como candidato ciudadano, denominación a que tiene derecho pero que tratándose de la elección presidencial carece de sustento jurídico.
Reforma realizó su más reciente sondeo sobre presidenciables del 18 al 21 de febrero pasado. Es una encuesta de alcance nacional, en viviendas (más representativa que las telefónicas). Sus resultados serían desalentadores para alguien menos templado que Castañeda, que durante mucho tiempo se esforzó en bregar contra la corriente.
Aunque quizá consiguió una victoria cultural porque el 52 por ciento de los entrevistados opina que gobernaría mejor a México un ciudadano, mientras que 38 por ciento dice que el mejor sería un político, no tiene éxito semejante en la aceptación de su candidatura.
Mientras que los precandidatos del PRD, el PAN y el PRI disputan estrechamente la preferencia de los votantes (por Andrés Manuel López Obrador votaría 34 por ciento de los interrogados si la elección fuera hoy, mientras que Santiago Creel y Roberto Madrazo aparecen empatados en 25 por ciento), Castañeda apenas alcanzó tres por ciento.
En regiones como la centro-occidente (Aguascalientes, Colima, Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Nayarit) sólo llegó al uno por ciento, si bien en el norte (Baja California, Baja California Sur, Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Zacatecas) está por encima de su promedio, al totalizar cuatro por ciento.
El público lo califica por debajo de los precandidatos de los partidos principales. Aun en el terreno de la preparación y los conocimientos, en que presumiblemente se alzaría por encima de los demás desde el punto de vista de su educación formal y su ejercicio intelectual, ocupa también el cuarto lugar: obtiene 6.5, contra 7.2 atribuido a Creel y López Obrador y siete a Madrazo. Permanece en ese cuarto y último lugar en todos los demás rubros: experiencia y trayectoria, honestidad e integridad, decisión y eficacia, apariencia y porte de presidente y manera de hablar como presidente. En consecuencia, su promedio es también el cuarto, con 6.2 puntos; empatan en primer lugar, con 6.9 puntos, Creel y López Obrador y Madrazo queda tercero, con 6.4 puntos.
Eso no obstante, Castañeda persevera en explorar algunas de las vías que se trazó para ser candidato, aunque ha tenido respuesta adversa.
Solicitó, sin éxito, amparo contra la reforma que otorgó a las agrupaciones políticas nacionales el monopolio de convertirse en partidos, lo que excluyó a la asociación civil Ideas para el cambio desde la que el ex canciller supuso posible organizar un partido que lo postulara. Está en curso su demanda de garantías para que se le conceda registro directamente, no presentado por partido alguno y está pendiente también su petición de que la Suprema Corte atraiga la segunda instancia.
No parece que pudiera salir avante en esos intentos, porque el máximo tribunal tiene una carga de trabajo abrumadora sólo atendiendo los medios de control constitucional como para detenerse en un tema que no tiene la trascendencia general que imagina Castañeda.
Y quien resuelva la cuestión tal vez sobresea la demanda de amparo porque carece de materia, ya que no hemos llegado a enero del año electoral, momento en que el Instituto Federal Electoral podría negar el registro, lo cual sería el acto reclamado.
Lo mismo ocurriría si inicia ante el Tribunal Federal Electoral un juicio para la protección de los derechos políticos de los ciudadanos. Mientras no haya negativa emitida en el momento procesal oportuno no hay materia para esos juicios de garantías.
Se conjeturó que Castañeda podría ser el candidato del Partido Nueva Alianza, formado al alimón por dos agrupaciones políticas, una de ellas formada por grupos magisteriales que acatan a Elba Ester Gordillo. Por lo que el mismo Castañeda ha dicho, esa posibilidad parece hoy remota. Según lo que el ex canciller sabe y dice, ese partido, que apenas está en el trámite de obtener su registro, más bien serviría a Santiago Creel. Tiene sentido la conjetura: si como los propios panistas denuncian el secretario de Gobernación se beneficia del favoritismo presidencial, quizá también herederá el vínculo político de la pareja de Los Pinos con la presidenta del SNTE.
Por ello, Castañeda ha insistido en ser el candidato de Convergencia, el partido de Dante Delgado, una de sus posibilidades tempranas. Ha trabajado con los comités estatales y obtuvo el apoyo de dos, en Morelos y Jalisco, entidades en que a diferencia de Oaxaca y Veracruz ese partido tiene escasa presencia. Delgado ha pedido a Castañeda esperar el lanzamiento de la convocatoria. Si el autor de La Herencia, un suculento libro sobre la sucesión presidencial cuando era resuelta por el monarca sexenal, hubiera mostrado en las encuestas preferencias crecientes, Delgado sería más entusiasta de la posibilidad de postularlo. Pero como no ha sido así, el interés mermó.