Los autobuses llegaron puntuales a la cita, llevando dentro grupos de seres humanos que descendieron, como el profeta Jonás debió de salir del vientre de la bíblica ballena, llevando consigo las banderas que anunciaban su militancia en el partido del presidente. La crónica del día siguiente señalaba que no había un conteo que diera una cifra real sobre el número de asistentes al acto celebrado en el monumento a la Independencia. Se decía, en fuentes presidenciales, que de las 150 mil que se esperaban había tan sólo 80 mil. Otros se atrevieron a señalar la cifra de concurrentes en 120 mil, este cálculo, obviamente vino del CEN del PAN, de la Secretaría de Seguridad Pública Federal y de los organizadores del evento. La agencias internacionales de noticias manejaron entre ocho y diez mil personas que acudieron al evento. Un evento que se había dicho sería una fiesta ciudadana se convirtió, como la mayoría de los comentaristas de radio, prensa y televisión había previsto, en una reunión de corte eminentemente político.
El presidente Vicente Fox Quesada se veía alegre, divertido, aparentemente relajado, dispuesto a disfrutar de la efemérides, aunque su cara mostraba un rictus de cansancio que la sonrisa en su boca no alcanzaba a disimular. Si viéramos las fotos de hace cinco años, en el mismo lugar, comparándolas con las de ahora, el hombre ha ido perdiendo pelo en la coronilla teniendo sus peluqueros que cubrirle los huecos, cada vez más evidentes, con cabello prestado de los lados de su cabeza. El cutis, antes lleno de lozanía, se le nota ajado como si el sol, el viento y el agua le hubieran estando golpeando el rostro los últimos años, dejándole la piel medio apergaminada y reseca. Las estrías en el cutis han hecho su trabajo producto de las preocupaciones de quien camina por la vida cargando un pesado fardo, resaltando las arrugas que inexorablemente lo envejecen. El bigote da la impresión de traerlo pintado con Just For Men, dejándose apenas una canas en la zona superior para fingir que el tiempo no ha hecho su obra. Se advierte visiblemente trasijado, con los pómulos hundidos.
Los antiguos oradores en el ágora de la Grecia antigua no poseían los adelantos técnicos para difundir sus ideas mediante el uso de micrófonos a las grandes masas. Quizá tenían que gritar para que las filas de atrás alcanzaran a escuchar su perorata. No entiendo, cómo en los discursos de ahora los oradores se vean en la necesidad de desgañitarse casi hasta arrojar la campanilla de la garganta. La realidad es que los escuchan desde el más lejano de los lugares que les hayan correspondido a los acarreados, en que los magnavoces le aturden como si una estampida de elefantes salvajes pisotearan dentro de sus oídos. El sábado las imágenes que trasmitían los medios electrónicos se veía a un Fox a punto del colapso, con las arterias que circundan sus sienes amenazando con estallar, forzando al máximo sus cuerda vocales, en un intento por enfatizar el contenido de su alocución. Un gran número de asistentes comía barquillos de nieve, los niños correteaban alharaquientos, brincando incansables entre las piernas de las personas mayores. Las miradas, a pesar de las camisetas regaladas, eran más de curiosidad que de participación ideológica. En el cordón de las banquetas cercanas había hombres sentados comiendo su torta que ayudaban a pasar el gañote con un refresco.
Era una fiesta ciudadana en la que para arribar había que librar ¡24 retenes de seguridad! Los guardianes permitían el acceso vigilando discretamente que los fanáticos de Fox no portaran otra cosa que las banderas en que se dibujaba el logotipo del partido anfitrión. En la parte trasera de quienes se encontraban en el presidium se leía Fiesta de la Democracia lo que serviría de plataforma a unos cuantos aspirantes, a sentarse en la silla de Vicente Fox, para sumar adeptos a su causa. Se dijo en todos los tonos que no tomaría tintes políticos sino que los ciudadanos acudirían a conmemorar una fecha histórica. La verdad de las cosas es que a la fiesta llegaron muchos que en la camisa traían impreso el escudo del PAN, a pesar de lo cual se encontraba ausente la euforia de cinco años atrás. La próxima vez, si es que la hay, tendrán que exprimirse los sesos para lograr que se despierte el fervor ciudadano. En honor a la verdad se trató de un acto de panistas para los panistas, aunque no faltó uno que otro descarriado y por qué no, unos miles de ciudadanos apartidistas que están convencidos de que valen más los cinco años de Fox, que setenta años de corrupción priista.