Quiero dedicar esta nota a esas mujeres que cual sólidas columnas de carga sostienen con sus manos el orden y la paz doméstica.
-Mi sirvienta es una señora que viene en las mañanas a limpiar la casa y cuando no viene, mi mamá nos pega a mí y a mis hermanos- oí decir a un chiquillo. Querubín afirma que sin ayuda doméstica me vuelvo amargosa. Supongo que los cuarenta señores que acudieron a la ?Marcha de los hombres maltratados? convocada recientemente por un tal Lorenzo de Firenze -¡háganme el favor!- son hombres de manos flácidas y cuando no viene la sirvienta su mujer les pega. No hay que olvidar la profunda verdad que encierra aquello de que una buena mucama es la alegría del hogar. Si bien es cierto que son pocas las empleadas domésticas ?así se debe decir ahora- que ofrecen un servicio eficiente y puntual, también lo es que aún hoy, siguen siendo de ellas los cálidos y amorosos brazos que acunan a nuestros niños mientras con frecuencia los hijos de ellas crecen en algún lugar allá lejos. Como muchas otras especies, la de las fidelísimas criadas ?llamadas así porque desde pequeñas eran confiadas a la patrona para que las criara y las iniciara en las labores domésticas- son especie en extinción; aunque la alegría de muchas familias mexicanas todavía se apoya en las manos de mujeres que ante la falta de preparación y oportunidades en sus pueblos, vienen a circular en la ciudad donde pocas veces hacen huesos viejos en un mismo trabajo.
Desarraigadas de su familia y sus costumbres, pronto cambian su morralito por una bolsa de broches, se sueltan el pelo, se compran su minifalda, y en algún momento descubren que ya no son de allá, pero tampoco de acá. Que ya no son como antes, que piden las perlas de la Virgen y quieren televisión por cable en su cuarto; aseguran algunas patronas. Me parece bien, es señal de que algo hemos avanzado. El servicio doméstico de tiempo completo es sólo una forma menos cruel de esclavitud que por cierto ya sólo existe en países subdesarrollados. Menos mal que cada día es más frecuente que las sirvientas conozcan sus derechos y vendan caros sus servicios. El treinta de marzo se celebró silenciosa, humildemente, el día de la Empleada Doméstica, y yo aprovecho para expresar el deseo de abolir cuanto antes este discreto encanto del subdesarrollo que tanto contribuye al poco respeto que los mexicanos tenemos para el trabajo doméstico.
Espero que muy pronto la alegría del hogar se sustente en la cooperación de toda la familia y que cada uno de sus miembros aprenda a rascarse con sus propias uñas. A quienes se interesaron por la surte de Cotilla, debo decirles que vive y disfruta como loca de su dinero. ¿Y qué tal si aprovechamos la resurrección del Señor resucitamos nosotros también.
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