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El futuro

Emilio Herrera

Acabo de llegar de una junta. Una reunión en la que de lo más que se habló fue del futuro. Vengo, por lo tanto rejuvenecido. Porque lo único que el pasado hace y hace muy bien, es matar. Mire usted si quiere a su alrededor: todos los que no están, están en él, en el pasado. Y cada vez son más.

De niño me gustaba la compañía de los adultos, porque algo me enseñaban todos y cada uno, y así me fui haciendo. Pero luego me fui dando cuenta de que los que verdaderamente enseñaban algo que valía la pena eran lo jóvenes: enseñaban a vivir y ¿para qué quieres más?

¿Quién me lo diría? Seguramente alguno de mis hijos: Pancho debe haber sido, porque fue el que desde niño –acaso porque, de alguna manera sabía o presentía su pronta muerte- se atrevía a algunos desacatos: “Es que tú y tus amigos tienen el culto a lo antiguo y a lo viejo”. Y tenía razón: veía cómo, sin serlo, nos volvíamos jóvenes viejos y luego allí nos estancábamos.

Cuando lo entendí, busqué, si no la compañía de los jóvenes, sí su cercanía y participo desde entonces en agrupaciones que tienen que ver con la juventud: me nutre su cercanía, la seguridad con que hablan del mañana que casi vuelven presente en sus propios labios.

El error del que va envejeciendo es creer a Proust saliendo con frecuencia y para nada, en busca del tiempo perdido. El tiempo perdido no existe. Ni siquiera es pasado. Al irse, se fue para siempre.

Al salir por el puente mi conductor me puso al tanto del porqué de unas notas que se oían aunque apenas: “Es que han terminado su curso y lo van a festejar con música y con cantos”.

Esa es la juventud, capaz de improvisar constantemente. Nada de proyectos, nada de planes que, frecuentemente, no se realizan. Ahora, ya ese es su lema. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, ese es el lema perpetuo de la juventud. El mañana, el mañana para la juventud no existe. Hasta el tiempo mismo en el crisol juvenil. Y no me hables de excepciones: que si tal o cual cuando hizo aquello era un hombre de sesenta o setenta años: la juventud no tiene edad. Joven o viejo se es a cualquier edad. Todos los que hacen cosas, las que sean, son jóvenes.

Lo único que en este mundo envejece son otras cosas: los muebles de madera por ejemplo y ahora los de plástico.

Y lo único que la vejez necesita es la cercanía de los jóvenes para imitarlos para nutrirse con sus esperanzas y con sus realizaciones, dejando en paz a sus contemporáneos, que lo único que pueden hacer por ella es alentarla a cumplirse.

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