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El mástil de la bandera

René Delgado

¿Quién puede creer hoy, verdaderamente, que el litigio en torno a una calle que se abrió para llegar a un hospital se resuelve aplicando o no el derecho, si el derecho no ha sido precisamente el referente que regula las acciones de Gobierno?

La bandera se deslava y se despinta, se cae de su asta y toca el piso. La bandera en vez de ondear, se enreda. El viento no la agita, la destruye. Puede ser una simple cadena de desafortunados incidentes los que hicieron de la megabandera del mirador de Monterrey un asunto penoso, pero lo cierto es que esa bandera sí representa cuanto hoy ocurre. El país se está desgajando y varias de sus instituciones comienzan a resentir los efectos de la polarización, la desarticulación y desde luego, el desencuentro nacional. En estos días de viento la bandera no ondea, se enreda en el mástil que debería sostenerla.

*** Cuando la intelectualidad se divide entre quienes firmaron y no firmaron un desplegado relacionado con el desafuero de un político, en este caso Andrés Manuel López Obrador, es muy probable que la polarización al nivel del piso social sea una grieta. Una cuarteadura vertical que amenaza la solidez del edificio de la civilización política. Esa grieta es algo más que una simple discrepancia que permite lucir o no el uso de la razón. Si quienes han hecho de la razón su razón de ser así se enfrentan, qué será de quienes han hecho de la pasión la norma de su conducta.

En esa atmósfera, bastante sintomático resulta que el subcomandante Marcos reaparezca y señale que, en estos tiempos, la razón es de quienes han visto en el juego electoral un ejercicio sin sentido. Un juego civilizado de entretenimiento que, a la postre, no sirve para dirimir las diferencias. Y no es para menos, el exhorto constante y reiterado del Gobierno y los partidos es, absurdamente, a abandonar los canales institucionales de participación y dar rienda suelta al dogma y la pasión.

El Gobierno y los partidos les regalan la razón o la sinrazón a los grupos radicales de derecha e izquierda que siempre acarician las armas como la forma más expedita de resolver las diferencias. Debatir si en el caso de López Obrador debe o no aplicarse a rajatabla el derecho, podría arrojar por resultado una enciclopedia del Estado de Derecho que perdió las coordenadas de sus fronteras desde hace mucho tiempo.

¿Quién puede creer hoy, verdaderamente, que el litigio en torno a una calle que se abrió para llegar a un hospital se resuelve aplicando o no el derecho, si el derecho no ha sido precisamente el referente que regula las acciones de Gobierno?

Cuando la polarización alcanza a los intelectuales, la confrontación llama a la puerta en el basamento de la sociedad.

*** Cuando en las calles de las ciudades aparecen carteles que ofrecen una millonaria recompensa a quien aporte información para cazar a un delincuente y ninguna autoridad suscribe ese documento, es claro que el Estado de Derecho forma parte de la letra de una canción que ya nadie recuerda.

Ante un anuncio de este tipo que, por un lado, deja ver que no se repara en la cantidad de recursos para cazar a un delincuente pero, por otro lado, deja ver que esa cacería corre por fuera de la acciones legítimas de Gobierno, sólo se puede pensar en dos cuestiones: uno, la tentación por actuar al margen del derecho es ya una práctica por parte de algunos sectores responsables de la seguridad nacional o, dos, la guerra entre el narco quiere incorporar al combate, sin el menor pudor, recompensándola, a la sociedad.

El denominador común del verso y reverso de ese cartel perfila la idea de aquellos escuadrones de la muerte que, en nombre del Estado, vulneraban el Estado. Lo más impresionante de esos carteles es la reacción de la autoridad. Nadie, ni la Defensa ni la Procuraduría General de la República, ni la Secretaría de Gobernación ni la Presidencia de la República, da la cara y fija una clara postura frente al suceso; lo resbalan.

Se hacen como si no supieran y, en ese afán de resbalar la responsabilidad, hacen patinar de nuevo al Estado de Derecho que, supuestamente, dicen defender.

*** Cuando las cúpulas partidistas arreglan entre sí los problemas de los partidos y marginan de la supuesta solución a la asamblea correspondiente, el deterioro de las formaciones es inevitable. En ésas están las tres principales fuerzas políticas. La asamblea del PRI no resuelve el problema de fondo que, desde su derrota electoral en 2000, arrastra.

Puede el grupo Unidad Democrática denunciar el secuestro de la Asamblea por parte de Roberto Madrazo pero eso no implica que ellos fueran a liberarla; implica que ellos no pudieron secuestrarla. En el fondo, el reclamo del grupo que Enrique Jackson encabeza es que no pueden hacer lo que Madrazo. Si pudieran, lo harían. En ese marco, se dan los acuerdos cupulares y por eso, después del berrinche, viene la muestra de unidad que no resiste el menor análisis.

El PRI perdió la oportunidad de resolver los problemas que desde tiempo atrás arrastra y como en ocasiones anteriores, postergó los asuntos estructurales y las posturas de largo plazo.

Hoy se verá a Acción Nacional buscando, no al dirigente que el partido necesita, sino a aquel que reposicione a los precandidatos presidenciales. En el centro del debate panista no está el qué hacer con la terrible herencia que les deja Luis Felipe Bravo. Está el procurar el acomodo de la lucha entre los precandidatos para ver si alguno de éstos logra quedarse con el partido.

La campaña de los aspirantes es, al menos en el terreno público, un concurso de generalidades, pero no un planteamiento serio de lo que el partido tendría que hacer si, en verdad, piensa repetir en la Presidencia de la República. En cosa de días, vendrá el turno del PRD. Y de nuevo, la disputa se concentra en el nombre del eventual sucesor de Leonel Godoy pero nada se oye del tipo de partido que exige la circunstancia política para alcanzar la Presidencia de la República.

Todo se reduce a un asunto de cúpulas que buscan ganar la hegemonía y si no, pactar entre ellas, pero ni por asomo se busca construir la plataforma y la estructura política necesaria para sacar a los partidos del marasmo donde se hunde. Eso, aunque así no se vea, es lastimar la democracia.

*** Cuando frente al giro -por no decir el endurecimiento- de la política de Estados Unidos hacia México el Gobierno en turno no tiene una estrategia y actúa sin ton ni son, los desplantes nacionalistas culminan, por lo general, en un acto de sumisión. A últimas fechas eso está ocurriendo.

El Gobierno está actuando con enorme torpeza frente al desafío supuesto en el segundo mandato de George W. Bush. La Secretaría de Gobernación sale a poner la cara del nacionalismo herido pero lleno de coraje y la Secretaría de Relaciones Exteriores sale a ponerles merthiolate a los problemas para que Estados Unidos no se irrite.

Tal divertimento hunde al Gobierno en el ridículo. Sea porque el Departamento de Estado alerta sobre la inseguridad en la frontera, sea porque la CIA advierte problemas políticos en el planteamiento del juego sucesorio, sea porque el Departamento de Estado cuestiona la vigencia de los derechos humanos, el secretario de Gobernación tiene una sola y misma respuesta: ¡injerencistas! Y el asunto queda resuelto, el secretario se relame ante la posibilidad de que tan nacionalista actitud le reporte puntos de popularidad en su aspiración presidencial.

En el contraste, el secretario de Relaciones Exteriores invita a desayunar al embajador Tony Garza antes de que se vaya a jugar golf; desinvita al presidente de Irán, Mohamad Jatami, con tal de que Condoleezza Rice no se enoje; considera que no es tan malo levantar un muro en la frontera y sonríe, a cambio de no perder la posibilidad de ser el secretario general de la OEA. La conclusión es obvia, el presidente de la República encabeza un Gobierno singular: carece de secretarios de Estado en el manejo de la política interior y exterior, pero cuenta con sendos candidatos oficiales de Estado para distintos puestos dentro y fuera del país. La conclusión es obvia, hasta los asuntos de Estado se colocan en la respectiva quiniela electoral. Y así, se pide tratar en serio las cuestiones de Estado.

*** Cuando un órgano parlamentario como lo es la Cámara de Diputados aprueba una iniciativa malhecha que, en vez de garantizar, vulnera el derecho de los mexicanos de votar dondequiera que se encuentren y a la vez, olvida por completo que la supuesta prioridad con Estados Unidos es concretar un acuerdo migratorio, se puede concluir que los diputados juegan con las cuestiones de Estado.

A ninguno de los diputados que aprobaron la reforma para concretar el voto de los paisanos en el extranjero escapó el hecho de que su mazacote legislativo tenía por destino el fracaso, sin embargo, se les pasó -ese es el nivel de su conciencia de Estado- que la reforma sin destino podría complicar el acuerdo migratorio.

No va a haber voto en el extranjero y, ahora, quizá el acuerdo migratorio quede también como un anhelo. Con la reforma hecha por los diputados muchos sectores conservadores y neoconservadores estadounidenses levantaron las cejas. Vieron que además de un acuerdo migratorio se quieren garantizar otros derechos y la idea no les gusta nada.

Así, los diputados mexicanos en vez de garantizar el derecho al voto, lo vulneraron y además, complicaron el acuerdo migratorio. Así se tratan en San Lázaro las cuestiones de Estado.

*** Es curiosa la coincidencia entre la bandera que no consigue ondear y desplegar los colores y el escudo que nos representa y la necedad de los actores políticos por aflojar el mástil que debería sostener el emblema nacional. Promover una democracia tutelada donde los votos de peso primero determinen a quien debe escoger el peso de los votos, alentar la confrontación como el mejor recurso para resolver las diferencias, anunciar el combate clandestino al narcotráfico, jugar con la política interior y exterior en función de la ambición personal, vulnerar a los partidos, aprobar reformas sin tener claro el paisaje en conjunto, constituyen el viento que deshilacha a la bandera hasta hacerla tocar el piso. Se destruye el mástil, se arrastra la bandera.

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