Todo se vende, todo se compra aun en política. No es nada que provoque histeria dado que en estos tiempos estamos acostumbrados a cosas peores. Se ponen un cartelón de tijera colgando de sus hombros, pregonando con una bocina de cartón la barata y gran realización que promociona una vendimia de tal manera que los marchantes metan la mano en su bolsillo contando las monedas para ver si alcanza a cubrir el precio exigido. Lo que se paga no es poca cosa, es el precio de la democracia hundida en el lodazal. Sin rostros enrojecidos se ofrecen al mejor postor millones de votos en 2006. No importa que las cifras no cuadren con resultados anteriores lo importante es aparentar que el producto que se llevará el que se deje embaucar, creyendo que compra una moneda de oro que a leguas se nota que es de cobre. Se trata de coalicionar con cualquiera que sea tentándolo a correr la aventura, sin importan ideologías, ni interesar el color del banderín.
Todo está sujeto a negociación con cualquiera de los partidos sean verdes, azules o rojos, lo que se busca es atrincherarse para no perder los privilegios que otorgan las leyes electorales. La morralla se muestra sin principios como no sean los de sobrevivir a costa de cualquier sacrificio. Los grandotes ven peliagudo que por sí solos puedan lograr el triunfo que si acaso se da, será con pocos puntos arriba de los otros. Los estrategas no quieren arriesgarse por lo que recomiendan se hagan alianzas que les reditúen una mayor puntuación por poca que esta produzca. El grito de guerra es ganar a cualquier costo sin fijarse lo que tengan que ceder. Aquí tantas senadurías, allá unas cuantas diputaciones y si se requiere tal o cual cartera en el gabinete. La cosa es amarrar la colaboración. Es un asunto de vida o muerte para las partes que intervienen, menos para el pueblo que ve estas tranzas con gran incredulidad.
Hay en los electores poca confianza de que los partidos políticos y sus candidatos cumplan con sus promesas de campaña. Han visto como se han desenvuelto en el terreno electoral quienes se presentan como honestos candidatos. Hablan de limpieza y honestidad en el manejo de una campaña que ahora se despanzurra al pretender aliarse con quienes habría que considerar como modelos de corrupción. No acaba de convencerme que un partido logre repuntar en el gusto ciudadano mediante un gasto millonario para después buscar agregarse a uno de los grandes. ¡Con cualquiera que acepte las condiciones establecidas!. Con la misma energía estarían en disposición de vocear que Felipe Calderón (PAN) es la mejor opción para este país, como que lo sería Roberto Madrazo (PRI), o Andrés Manuel López Obrador (PRD), si es que se llegara a un arreglo con alguno de ellos. Es decir, a estos cuates les da lo mismo chana que juana. Es el reconocimiento implícito de que están dispuestos entregarle el alma al mismísimo chamuco siempre y cuando se comprometa a repartirles parte de lo que ven como un botín.
Su ideario es algo que tan sólo aparece en los archivos de los que están dispuestos a renegar para sumarse a quienes les lleven de la mano a conseguir cuanta curul, escaño, o secretaría se pueda. Esto lo hacen del conocimiento público por que la gente permanece en silencio ante tanto descaro. Las autoridades electorales se muestran apáticas para aplicar el espíritu de la Ley. Es cierto que las disposiciones electorales autorizan a los partidos para que en una estrategia electoral en busca de los votos de los ciudadanos los partidos políticos puedan válidamente sumar sus esfuerzos, sin embargo va imbíbito en el permiso la condición de que la unificación no deje al descubierto un deseo desenfrenado de conseguir, a como de lugar, el poder. Es una conducta asaz reprobable. La ambición desmedida, debemos de concluir, es mala consejera y tiene consecuencias degradantes. El insigne Nicolás Maquiavelo (1469-1527) pegaría de brincos en su tumba, si se enterara de los convenios que se están poniendo en boga para el proceso electoral que se avecina, en una política desprovista de conciencia y buena fe.