Quien entra Papa sale cardenal, se decía al iniciarse un Cónclave. Así se enunciaba que los vaticinios sobre la elección del sumo pontífice de la Iglesia Católica solían ser frustrados por la realidad. No ocurrió así ahora. El cardenal Joseph Ratzinger entró Papa y salió Papa, Benedicto XVI. Horas antes de su elección, el lunes 18, cumplió 78 años.
Ya hace una semana dos principales diarios italianos, Il Corriere de la Sera y La Republicca (según lo informó el corresponsal de Reforma en Roma, Esteban Israel) anticiparon la victoria del cardenal que presidía la Congregación para la doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio. Luigi Acatoli, del primer periódico citado, avisó que “su candidatura es apoyada por quienes votarían como declaración de principios y también por quienes lo elegirían por un pontificado breve, que regrese a lo esencial y cierto de la predicación católica”. A su vez, Marco Politi, el famoso experto, biógrafo de Juan Pablo II planteó un dilema que ahora tenido respuesta: “O entra al Cónclave con un número de partidarios compacto que le garantice la rápida formación de una mayoría a su favor, o después de la primera votación se retira”. Se suponía entonces que ya 50 cardenales se habían inclinado por él. Sólo se requerían 27 más.
Ratzinger defendió esa ventaja patrocinando una novedosa Ley de silencio, de observancia previa al Cónclave. Indujo a los cardenales a rechazar entrevistas y conferencias de prensa, y con mayor razón a negarse a hacer confidencias fuera de registro. Él, en cambio, como decano del colegio cardenalicio, quedó en situación de formular lo que hoy aparece como un programa de Gobierno.
Ofició el lunes la misa previa a la reunión que lo elegiría Papa: “La nuestra no es una fe que sigue las ondas de la moda o de la última novedad. Adulta y madura, es una fe profundamente radicada en la amistad con Dios”. Se defendió de un señalamiento frecuente en su contra: “Tener una fe clara, según el credo de la Iglesia, es a menudo etiquetado como fundamentalismo”. Y la contrastó con el relativismo, “el dejarse llevar aquí y allá por cualquier viento de doctrina”.
Llegó a decir que ese relativismo es una “dictadura” que “no reconoce que nada sea definitivo y que deja como última medida sólo al propio yo y a sus deseos”. Se ufanó de lo contrario: “Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo”.
Nacido en Baviera, en 1927, estudió en Freising y en la Universidad de Munich. Fue ordenado sacerdote en 1951, y de inmediato sobresalió como profesor de teología fundamental en la Universidad de Bonn y de dogma e historia de los dogmas en Munster.
Fue también profesor de teología en Ratisbona y Tubinga. En este último lugar fue colega de Hans Kung y maestro de Leonardo Boff. Con ambos se reeencontraría años después, en posiciones radicalmente distintas, y enteramente opuestas. Kung y Boff fueron silenciados -se les prohibió enseñar y escribir- al cabo de sendos procesos cumplidos ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, que Juan Pablo II encargó en 1981 al arzobispo muniqués.
No siempre había militado en esa posición. Asistió al Concilio Vaticano II, como consultor del cardenal Fring. Figuraba entonces en la línea del progresismo. Su primer libro (resultante de conferencias ofrecidas en Viena en 1958) apareció en 1960 y fue traducido al español dos años más tarde. Bajo el título La fraternidad de los cristianos, lo publicó Ediciones Sígueme, dentro de un catálogo donde figuraban Henri de Lubac, Yves Congar. Urs von Balthasar, Henri Schillebeeckx, todos propulsores del Concilio.
Pero su orientación mudó con el tiempo. Aunque no es claro si el órgano hizo a la función o la función al órgano, el hecho es que resultó un perfecto guardián más que de la fe de la organización eclesiástica prevaleciente, tal como la entendía Juan Pablo II y tal como quería que fuera enseñada y practicada. En su función de inquisidor, el enfrentamiento del ahora Papa con el entonces franciscano brasileño Leonardo Boof es paradigmático.
Carl Bernstein y Marco Politi dedican algunas páginas del libro Su Santidad.
Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo a ese episodio. Boff fue llamado ante Ratzinger el siete de septiembre de 1984. Tenía que explicar las tesis de su libro La Iglesia: carisma y poder, que rechazaba el mando vertical y proponía un esquema horizontal, tal como ya se practicaba en las ciento cincuenta mil comunidades de base de Brasil, donde los fieles se congregaban “en torno a la Palabra, los sacramentos y los nuevos ministerios desempeñados por laicos, hombres y mujeres”. Boff no cuestionaba la autoridad de los clérigos, “sino la forma en que esta autoridad ha sido ejercida históricamente con el propósito de reprimir toda libertad de pensamiento dentro de la Iglesia”.
Boff compareció ante Ratzinger por más de tres horas, no obstante que su suerte estaba ya echada. El 26 de abril siguiente se hizo pública la sentencia: un año de silencio, que Boff aceptó sin protesta. En junio de 1987 Ratzinger censuró un nuevo libro del teólogo de la liberación. En 1992 le prohibió enseñar y publicar sin censura previa. El 26 de mayo de ese año Boff abandonó el sacerdocio: “El poder eclesiástico –dijo- es cruel y despiadado. No olvida nada. No perdona nada. Exige todo”.
Ante la inminente elección de quien fue su verdugo, Boff dijo a El País “No siento amargura, ni siquiera una herida en el alma”.