Un político coahuilense decía que: “cuando no puedas resolver algo, revuélvelo todo” y tal parece que esa es la fórmula de los politiqueros mexicanos, que tratan de esconder la verdad para imponer la suya, confundiéndonos con propósitos aviesos para alcanzar sus fines, generándonos desconfianza.
Hoy en día no sabemos quién dice la verdad y quién miente, todos envolviéndonos en un lío de peroratas, acusaciones y contraacusaciones sin fundamentar, con distintas interpretaciones de la Ley que, para quienes no somos expertos, nos sumen en el total desconcierto. Parece que ese es su propósito, no servir a los ciudadanos que los eligieron y sí servirse del puesto que ahora ocupan.
Francis Fukuyama, es de los más respetados estudiosos de la economía y la sociología del mundo moderno y en uno de sus libros, que tituló “Confianza”, hace un análisis de las diferencias entre los países desarrollados y los que no lo son, dando especial énfasis a la afirmación de que entre los pobres, la desconfianza es uno de los graves pecados que favorece en buena medida a que lo sigan siendo.
Desde luego que México es una de las naciones que padece esta grave enfermedad, que nos mantiene recorriendo el círculo de la pobreza y la ineficiencia. Desconfiamos casi de todo y de todos, y hemos aprendido a hacerlo a través de la historia, en la que desde siempre vivimos actos de engaño, dándonos los antecedentes que explican el porqué de la acostumbrada falta de crédito a lo que se nos dice y lo que se hace.
Así fue con los pueblos indígenas, ante la llegada de los españoles, que sufrieron del engaño y de los abusos por parte de los conquistadores dispuestos a mentir con la mayor facilidad, si con ello conseguían bienes materiales y hacer “las Américas” para su beneficio. “Cambiar oro por espejitos” es una frase heredada de esos momentos históricos, muy conocida y bien aplicada para aquel que abusa de la buena fe de su interlocutor, engañándolo, aprovechándose de la confianza en él depositada.
Lo mismo sucedió entre los españoles de la Época Colonial, que luego de pasado el tiempo, con el propósito de aumentar sus ingresos personales, mentían a sus propios reyes en relación a ganancias y cobros de impuestos, obligando a la Corona Española a crear el puesto de “visitador”, una especie de inspector real. No pocas veces regresaron al Viejo Continente encadenados, presos por el delito de traición y fraude a la monarquía.
De esa misma desconfianza padecimos en los primeros siglos de nuestra existencia como nación, cuando liberales y conservadores engañaron en aras de hacer valer sus propias ideas o por los funestos resultados de las múltiples traiciones que se dieron entre nuestros antecesores en períodos pre y post revolucionarios. Bástele que recordemos a Zapata y su asesinato; o el engaño de que fue víctima el propio Francisco Villa, que pagó con su vida la posible amenaza de insurrección que representaba o los asesinatos cometidos en el seno de la “familia revolucionaria”, que se actualizan con la muerte del candidato Luis Donaldo Colosio o la del secretario de partido José Francisco Ruiz Massieu.
Usted debe recordar los comentarios que generan las noticias de los periódicos y medios de comunicación, entre grupos de amigos, compañeros de trabajo o en el seno familiar, cuando escuchamos, o leemos, que el gas butano no va a subir de precio, o que la gasolina no se encarecerá; también cuando oímos a las altas autoridades, incluido el presidente de la República, decir que no se devaluará el peso, o que en quince minutos acabará con la guerrilla chiapaneca. En cualquiera de los casos pensamos inmediatamente en contrario, protestando y preocupándonos por el inminente aumento en los costos de la vida: la canasta básica, servicios públicos y otros pagos como la colegiatura y libros de nuestros hijos.
Hemos aprendido a vivir comunicándonos con un doble lenguaje: el sí puede ser no y viceversa, formas de decir que confunden a los extranjeros que no atinan en la interpretación de nuestras expresiones. Por algo nos ganamos fama con aquella definición de “México surrealista”.
Tanto así hemos aprendido a desconfiar de lo que nos dicen, que también podemos jugar con el doble sentido para evadir la interpretación literal. Haga memoria y evoque los tiempos cuando aún era candidato a presidente de México Ernesto Zedillo, que tratando de usar el lenguaje coloquial ante el pueblo pidió que “le dijeran la neta” -refiriéndose a que le hablaran con verdad y sin rodeos- y nuestros conciudadanos, ingeniosos como pocos, le acomodaron el sentido de la frase para aceptarle la autodenuncia de sus preferencias sexuales y su identidad de género; desde luego que pasamos por alto el serio fondo que representa la anécdota: no era creíble que el mismo aspirante a la Presidencia de la República nos dijera una afirmación verdadera, así que mejor hicimos bromas y le acomodamos el chiste gracioso, todo menos creerle y confiar.
Andrés, Oppenheimer, comenta en uno de sus libros, que entrevistando a Jorge Matte Langlois, psicólogo chileno, le dijo que en sus estudios y encuestas como asesor presidencial de Zedillo, había aprendido que la palabra verdad tenía una connotación negativa en México.
La falta de credibilidad a las personas y a las instituciones representa un alto costo social y económico que debemos pagar todos los mexicanos y lo más triste es que hemos aprendido a vivir en el medio laboral y familiar con la desconfianza.
Igual sucede con el padre que no confía en las explicaciones del hijo; con la esposa que no cree en las afirmaciones del esposo; pasa lo mismo con el patrón que ni aún con reloj checador -eficiente monumento a la desconfianza- instalado en su negocio puede estar seguro de la puntualidad de sus empleados o de las cifras que le presenta su colaborador o las razones de los ¿por qué?, esos trabajadores no están ciertos de la honestidad en el reparto de utilidades de la empresa o de las declaraciones del jefe en relación al incremento de sueldos y otras promesas varias.
Nos cuesta mucho confiar y creer en lo que nos dicen de propia voz o escriben nuestros conciudadanos, debiendo invertir fuertes sumas de dinero, tiempo y esfuerzo en confirmar lo afirmado.
Siendo así, gran desconcierto y desconfianza nos provocan Andrés Manuel López Obrador y el mismísimo Vicente Fox Quesada; uno presentándose como falso mártir, comparándose con héroes nacionales e invitando al regreso a la política a quien él mismo llama “Innombrable”; el otro, declarando barbaridades como ésa de que “en México se vive un clima de derecho y justicia”, tratando de negar las evidencias. Este es un alto precio pagado por nuestra insistencia en vivir en un país democrático y si ése es el costo, habrá que abonarlo, pero con la conciencia de lo que estamos haciendo y lo caro que nos han salido los generadores de la desconfianza.
Tenemos mucho que hacer en cuestión de confianza y aprender a hablar con la verdad, a decir simplemente sí cuando es verdad y no, cuando estamos en desacuerdo. ¿Verdad que sí, ...o no?
ydarwich@ual.mx