Ellos están ahí desde que Dios amanece, las mujeres con el mugriento y deshilachado rebozo cubriéndoles la cabeza y la mitad del rostro, los hombre mostrando encías desdentadas, barbillas blancas, rodillas dobladas, en actitud yaciente, sumidas las mejillas, arrugada la piel, estirando las palmas de las manos enseñando su necesidad sin decir una palabra. Un clérigo joven con sotana negra entró en el templo de paredes gordas que, visto de lejos, parecía surgir de entre la espesa niebla pareciendo ligero, como un padrenuestro dicho por un niño. En el campanario daban la tercera llamada, llevaba en la diestra un pequeño libro, se encaminó a la sacristía. Lucía una oscura capa que revoloteaba en el aire húmedo del salón, como urraca que estira las alas mientras ahueca las plumas. El solideo le encajaba en su cabeza, cual si siempre hubiera estado ahí, cubriéndole la coronilla. Las emanaciones inundaron sus fosas nasales trayéndole recuerdos de otros tiempos y de otros lugares. Su olfato le decía que en el ambiente flotaba el olor a flores mustias y a cera quemada. La hedentina de la gente aún estaba ausente, era temprano. Una puerta lateral lo condujo a la sacristía. El viejo sacristán lo esperaba con los ornamentos. Ambos simpatizaban. Las más de las veces se trenzaban en largas charlas acerca del mundo que los rodeaba. El muchacho recién salido del seminario, con ímpetu juvenil, estaba en desacuerdo con el boato que acompaña los oficios religiosos en que se hacía escarnio de la pobreza ensalzando como una virtud la acumulación de riqueza.
Le había producido un escalofrío el escuchar que aquel hombre recostado en una litera apoyaba la cabeza en almohadillas de oro. Todo lo que veía era opulencia. Aun se escuchaban las pisadas de las sandalias del pescador. Con la imagen de un Jesús envuelto en un manto, depositado en una cueva por sus dolientes, no alcanzaba a comprender que había sucedido en el transcurso de dos mil años; bienaventurados los pobres por que ellos serán recompensados en los cielos, ¿y? Para Dios todo para los hombres nada, predicaban antiguos monjes. El recién ungido para oficiar el sacrificio del señor se preguntaba en voz alta ¿qué pretendía la Iglesia con ese esplendor? El longevo acólito lo veía con ojos bondadosos escuchando sus cuitas, sus dudas, sus lamentos. Le musitaba al oído: la Iglesia es de hombres no de ángeles, mientras le colocaba la casulla litúrgica. Esparcir la palabra del maestro, como hace el buen hombre que siembra la semilla en el surco, es nuestra misión. El mundo no lo hemos hecho nosotros, decía en tanto le colgaba el ornamento sagrado consistente en una larga estola. No importa, siguió diciendo, que el hijo de Dios se haya movido en la grupa de un borrico y ahora se utilicen flamantes Rolls-Royce para trasladar a los altos dignatarios. Son necesarios si sirven al propósito de salvar almas. Una Iglesia con templos derruidos, sacerdotes en andrajos, de nada serviría pues nadie se acercaría, lo que en verdad cuenta son las razones fundamentales de su existencia.
Después de un respiro, prosiguió: la mayoría de los Papas llevan una vida austera, de tipo monacal, sus aposentos son apretadas celdas con un camastro y apenas un taburete. Viven perseguidos por los demonios como hicieron con Jesús en el monte de Getsemani, ofreciéndole riquezas y placeres mundanos. Créeme Erubiel, lo llamó por su nombre, cada uno tendrá lo que en justicia le corresponde. En verdad te digo que si el Papa hubiera estado vivo nunca habría aceptado llevar esos lujosos cojincillos. Son los misántropos que... no acabó de decir lo que bullía en su mente. El clérigo le increpó: la Iglesia está perdiendo militantes, las familias desconfían de nosotros. En cada sacerdote ven a un pedófilo en potencia. El anciano esbozo una sonrisa, te creo, pero toma en cuenta que son unos cuantos a los que el Malo ha convencido para que renieguen de su ministerio y cometan actos bárbaros, la Santa Iglesia es mucho más que eso. Por algo será que ha perdurado, como tu señalas, por más de dos milenios. Y vaya que se han cometido desatinos. La Iglesia Católica, Apostólica y Romana está por encima de los pecados que cometen sus hombres. No hay que talar el tronco del árbol por que algunos de sus frutos sean amargos. La mayoría de la cosecha es dulce y aprovechable.
El antañón calló. El joven sacerdote aprovechó para volcar sentimientos que lo hacían dudar: la pompa y circunstancia de sus eventos, no hace más que comprobar que la Iglesia se aleja de sus principios, cuando que los doce discípulos practicaban la moderación alejándose de los bienes terrenales. No es así Padre, le contestó el venerable anciano, la Iglesia ha tenido sus crisis en diversas épocas a las que ha sabido reaccionar por que, te insisto, hay hombre buenos y hombres malos pero una sola Iglesia. Fíjate que esa ostentación, ese lujo, esa fastuosidad, ese cartel bizantino que ha llevado sobre sus hombros lo ha sido a pesar suyo, han sido los seglares lo que han pensado que están invirtiendo en la adquisición de indulgencias y jubileos, como si el alma se pudiera sanar y limpiar tasando los servicios en tanto más cuanto. Son los que creen que dando un bien material consiguen uno espiritual, pensando equivocadamente que las prebendas y beneficios eclesiásticos, inseparablemente anejas a la cosas espirituales, así como los sacramentos y sacramentales pueden ser objeto de compraventa deliberada, cuando que lo único que logran es caer en el pecado de simonía. El senecto ayudante concluyó: los Papas que han sido tienden, agregó, a la sencillez. La misa estaba por empezar, Erubiel se encaminó con paso presto hasta el altar y con ojos arrasados en lágrimas miró a los feligreses que abarrotaban el recinto sagrado y supo en ese instante que lo importante es que creyeran en Él.