Cuando Mao Zedong concluyó su larga marcha en 1950, China tenía 540 millones de habitantes. En 1974 la población llegó a 750 millones. El seis de enero de 2005 el país anunció mil 300 millones. El promedio de 5.8 niños por familia de 1970 descendió a 1.8 en 2000. Si continúa la tendencia, China tendrá en 2050 más de 400 millones de ancianos, 26.5 por ciento de su población. Hoy hay 130 millones de viejos: diez por ciento de la población total. Una milenaria tradición asegura que la familia, no las instituciones de seguridad social, se ocuparán de ellos.
Hay debate en torno de “la política de hijo único” que Mao indujo hace 30 años para que la producción de alimentos alcanzara. Esa política -eficaz en China durante la coyuntura económica y sus deterioradas relaciones con la Unión Soviética-, coincidió con los postulados maltusianos propalados ideológicamente a partir de 1967 por Estados Unidos y los países del entonces Mercomún Europeo, como el único paliativo de la pobreza que millones de habitantes padecían en los países subdesarrollados, específicamente en México y el Cono Sur.
En mayo de 1973, a nueve meses de que México reanudara relaciones diplomáticas, Víctor Bravo Ahuja, entonces secretario de Educación Pública, encabezó una delegación de administradores, profesores, académicos, investigadores y economistas, que visitó en China planteles preescolares, escuelas primarias, centros de educación media y superior, universidades e institutos de enseñanza e investigación y escuelas tecnológicas industriales, pesqueras y agropecuarias.
De estas últimas, señaladamente las que funcionaban en la comuna de Tachai y sus aledaños. Poco antes en 1972 vino a México el prestigiado viceprimer ministro Chen Yunkuei, quien mediante la construcción de plataformas y murallas transformó páramos, zonas áridas y laderas erosionadas de esa zona, en sitios de elevada producción agrícola.
Luego cinco, enseguida 200 niños, llegaron al Instituto de Investigación e Integración Social del Estado de Oaxaca para aprender español mediante un método de enseñanza directa. Los libros de texto gratuitos de la primaria mexicana fueron traducidos por el Gobierno chino. También ingresaron 20 estudiantes a El Colegio de México, el cual amplió sus investigaciones y cursos superiores referidos a China. Un grupo de mexicanos fue a aprender el cuidado y métodos de reproducción de pandas en cautiverio.
El intenso intercambio de experiencias educativas fue rechazado por el Consejo Coordinador Empresarial, que se convirtió en oficioso custodio de las relaciones con Estados Unidos, únicas que, según los empresarios de entonces, debería mantener México.
A 30 años de distancia, padecemos las consecuencias de una relación interrumpida con el mercado más prometedor para las materias primas, la producción agrícola y ganadera y para inversiones mexicanas de excelentes rendimientos.
La febril actividad de los comercializadores chinos y sus intermediarios europeos, asiáticos y estadounidenses ya menguó el flujo exportador que mantenía México con Estados Unidos. La presencia de las materias primas, de los productos agrícolas y ganaderos y de las manufacturas mexicanas en un mercado entonces de 750 millones de consumidores, hoy de mil 300 millones, fue inhibida por la mojigata, temerosa cúpula empresarial mexicana que veía a China como un país misterioso y peligroso ideológicamente.
En cambio Richard Nixon entibió las gélidas relaciones que su Gobierno mantenía con China cuando el equipo de ping-pong de Estados Unidos aceptó la invitación que formuló Mao el siete de abril de 1971 para jugar un torneo de ping-pong en Pekín. El 14 de abril Zhou Enlai recibió a los jugadores. Unas cuantas horas después el Gobierno estadounidense anunciaba su propósito de iniciar intercambios comerciales y turísticos. En febrero de 1972 el presidente Nixon visitó China y firmó con Mao el comunicado de Shanghai que daría paso seis años después -el 16 de diciembre de 1978- a la normalización de las relaciones diplomáticas.
El Gobierno mexicano anticipó la transformación de China en la mayor potencia económica emergente y aceleró con discreción su aproximación al coloso asiático. El 14 de febrero de 1972, seis años antes que Estados Unidos, México reanudó relaciones. Nada hubiera podido impedir que se robustecieran y se consolidaran.
Ni siquiera Estados Unidos, cuyos diplomáticos se afanaban en acelerar la normalización. Quienes se atemorizaron fueron algunos mexicanos que se negaron a madurar entonces como hombres independientes, como emprendedores, como productores.
El presidente chino Hu Jintao ha manifestado en sus recientes visitas a Chile, Argentina, Brasil y Cuba un intenso deseo de ampliar el intercambio industrial, comercial y financiero con países iberoamericanos. El primer ministro Wen Jiabao especialmente visitó México en diciembre de 2003.
Ya descuidamos Canadá. No han aumentado los intercambios comerciales mexicanos con la Unión Europea a pesar de la devaluación de 34 por ciento que el peso ha tenido frente al euro. A pesar de que fuimos el primer país de este continente que estableció relaciones hace 30 años, no vemos una con China todavía. ¿Qué más necesitan los aguerridos empresarios mexicanos? ¿Podrá Fox explicarles que no hay tal peligro amarillo y asegurarles que su amigo Bush no se va a molestar con ellos?.