Esto que les narraré tuvo lugar un viernes de reciente semana, escenificándose en una de las vetustas bancas de la plaza, donde estaba sentado displicentemente un anciano, tan viejo como debió ser el bíblico Matusalén, que vestía un holgado manto. Alcancé a ver que leía una nota del periódico titulada “Sería Benedicto XVI el penúltimo Papa”. Sin más preámbulos algo hizo que me sentara a su lado. Una blanquísima, profusa y larga barba dejaba al descubierto sus rosadas mejillas. No me sorprendió cuando empezó a hablar sin circunloquios del Papa Benedicto XVI. Decía haber leído, sin mayores precisiones o interpretaciones, que el ramo de olivo es el símbolo de la orden benedictina, por lo que no dudé en mencionar lo que yo había escrito sobre las profecías de un monje del siglo XI conocido como Malaquías que fue canonizado con posterioridad a su muerte, dentro de la santa Iglesia católica apostólica y romana. Lo que ahí relaté, le expuse, es obra de un hombre tocado por una inusual inclinación hacia las cosas del espíritu.
Lo sé, me respondió, bajando el diario que dobló con sus dos manos y guardó en un oculto bolsillo. Hay, como en todas las cosas del hombre, dijo con voz apagada, apasionados seguidores, que afirman que esos lemas en latín encajan a la perfección con alguna característica de cada uno de los 112 pontífices, habidos a partir de Celestino II, como los hay que encuentran en los dísticos de Malaquías una auténtica tomadura de pelo, diciendo que sus fanáticos tratan de encontrar similitud entre la divisa enunciada y cualquier cosa que se relacione con el Papa a identificar, permitiendo, por su ambigüedad, que coincida con lo que se quiera, casi a capricho de quien realiza el estudio. Lo cierto es, continuó, que usan cuanto argumento negativo se les ocurre para deturpar la autenticidad y el acierto de las predicciones. Lo que puedo decir, es que son un mensaje para los creyentes dirigido a conservar la fe sacándonos de las tinieblas, llevándonos a la luz, mostrando un ramo de olivo en una época convulsionada por la ausencia de valores.
Se levantó para dejar caer un pequeño envoltorio en un bote cercano. Eran restos de un mendrugo que debía haberle servido de frugal desayuno. Fíjate nada más, dicen que no hay motivo alguno para considerar que San Malaquías pudo mirar a través del tiempo desde el siglo XI hasta el siglo XXI. ¿Cómo pudo haberlo hecho? Sin embargo, creamos en él porque para el Creador no hay nada imposible, aunque nuestros sentidos estén imbuidos por el materialismo de un Engels o un Marx. La sociedad de estos tiempos se ha alejado de la meditación para entregarse en cuerpo y alma a los placeres mundanos. El ambiente es propicio para que se produzca un estremecimiento global de proporciones calamitosas. Las generaciones contemporáneas no están luchando contra el ángel del mal, permitiendo que se apodere de sus almas inmortales con sus embustes y probada tendencia a la patraña, al embrollo, al enjuague y a la intriga.
Imaginemos al santo oráculo, apuntó, un hombre de Dios del siglo VI de nuestra era cristiana espiando el porvenir, sentado en el exterior de una ermita, con la mirada puesta en el firmamento, un cielo cuajado de estrellas. Un piadoso varón que juntando sus manos con devoción unía sus tres potencias en una bendita plegaria para alcanzar la divina capacidad de ver el devenir. ¿Qué pensamientos arrebatarían su alma hasta el grado de conducirlo al éxtasis logrando apoderarse de arcanos días en que cardenales de cada época elegían al que debía ser su pastor? ¿Cuál es el significado, se preguntó, de que este visionario haya escogido epítetos en latín para dejar constancia de sus predicciones? Sólo Dios lo sabe, dijo sonriendo dulcemente. Habría que remontarse a esa época para entender los arrobamientos místicos de los hombres de entonces, entrar en su mundo de bienaventuranza.
Dicen los estudiosos de estos temas, añadió después de caer en un breve mutismo, que en realidad el tiempo no existe. Un Dios omnipotente, cuando así lo decide su voluntad suprema, les permite a ciertos seres ver el presente, el pasado y el futuro aglutinados en un solo instante. Eso debe ser, se dijo y sin agregar nada más se levantó y me dejó pensando en el virtuosismo de Malaquías, en su sabiduría de asceta, en su sagrada misión. Cómo hubieran gozado, las generaciones actuales, pensé, de su bondad de vida y de su integridad de ánimo. Miré al hombre que se alejaba pesadamente, debajo de la túnica talar de rústica tela, asomaban los faldones de una ajada sotana que el tiempo había raído.