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EL PSICÓLOGO BARATO

Gaby Vargas

A veces, podemos ser muy torpes cuando un hijo, un amigo o compañero nos cuenta algo que le aflige. Al salir del oculista me llama la atención un niño, de unos once años, que se queja de lo incómodo que se siente con los lentes que le acaban de poner. Es que me veo como nerd, le dice, acongojado, a su mamá. En la escuela se van a burlar de mí... La mamá, de inmediato, intenta salir al rescate. No seas zonzo, nadie se va a burlar de ti, te ves ¡¡guapísimo!! Ni la frente fruncida ni la boca chueca del niño, mejoran. Me ha pasado. Con la mejor voluntad del mundo, intento llegar a quien se me acerca para buscar consuelo y sólo consigo que mis palabras suenen huecas e inútiles. Me escucho decir: No te preocupes, haz esto o lo otro o velo del lado positivo... Ni yo misma me creo lo que aconsejo y me caigo mal. Le pido al cielo que se me ocurra hacer y decir lo adecuado para no perder ese momento tan valioso para poder ayudar a alguien que confió en mí. ¿Te ha pasado? Con nuestro mejor deseo de ayudar, de la nada y sin experiencia, terminamos haciendo el papel de psicólogo barato al dar nuestros sabios consejos. Por supuesto, no funciona. Comparto contigo tres técnicas que los profesionales usan para que una persona se abra, se sienta cómoda al contar algo, y sobre todo, se sienta comprendida y escuchada. Las tres técnicas. Primero, tengamos en mente que nadie busca el consejo en sí, sino la corroboración de lo que piensa, así que regla número uno, escuchar con la boca cerrada. Espejéalo. Es importante conectarnos físicamente con la persona. Para esto, nuestro cuerpo debe enviar mensajes empáticos como: Bienvenido, te escucho, eres importante o soy como tú. Para lograr esto, empecemos por imitar la postura física del otro. Si la persona está sentada, no la escuchemos de pie. Hay que sentarnos de la misma manera, y poco a poco, cambiar conforme lo hace el otro, como si se viera en un espejo. Esto, por supuesto, con inteligencia y tacto. El resultado es que, inconscientemente, el otro se sentirá más cómodo con nosotros. Parafrasea sus palabras. Un terapeuta no juzga, no intenta modificar una conducta, y sobretodo, no da consejos. Primero, sólo repite lo escuchado para confirmar, clarificar y entender lo que la persona le dice. Por ejemplo, imagina que un paciente le dice al doctor: No tengo amigos, en lugar de contestarle, como muchos haríamos: No es cierto, seguro tienes por lo menos uno, que hace sentir a la persona más sola y menos comprendida, el profesional trata de ayudar al paciente a explorar sus sentimientos por medio de espejearle sus palabras. Es mejor decirle en un tono empático, ¿Sientes que no tienes amigos? A lo que él puede contestar: Es que en mi trabajo, nadie habla conmigo más que para asuntos de la chamba. Una vez más, en lugar de recomendarle algo, un terapeuta pondría en sus palabras lo que acaba de escuchar: ¿Entonces, en tu trabajo la gente no te pone mucha atención? De esta manera, es más fácil que la persona se abra y continúe la catarsis de su soledad. Al parafrasear lo que el paciente dice, se debe espejear el tono, el ritmo y la velocidad de la voz en la que habla. Generalmente, todos hablamos a la misma velocidad en la que nos gusta escuchar. Imagínate que a esta persona que nos habla en tono triste, nosotros le contestamos con mucho entusiasmo. ¡¡Estás loco, tienes miles!! Es como cerrarle la puerta en la cara. Desde ahí, desde el tono de voz que utilizamos, podemos enviar la invitación para abrirse. Sin intentar animarlo, o resolverle la vida, un profesional ayuda a que la persona se haga consciente de lo que le molesta. Encontrar un oído compresivo, ayuda a que la tensión y la angustia disminuyan enormemente. Cabe aclarar que parafrasear no es repetir como perico lo que el otro dice, esto lo puede ofender mucho y empeora gravemente las cosas. Se debe de hacer con toda la inteligencia, el tacto y el cariño del mundo. Refleja, no refutes. A los que más tendemos a rebatir en sus creencias es a las personas que más confianza les tenemos, especialmente a nuestros hijos. Por ejemplo, en el caso del niño que se siente inseguro con los lentes, cuando él dice: Es que me veo como nerd. En lugar de contradecirlo o minimizar su agobio, es mejor interpretar sus comentarios, reflejarlos y decir ¿No te gusta cómo te ves con tus anteojos nuevos? o ¿Tienes miedo de que se burlen cuando te vean? Lo principal es que el niño se sienta comprendido y apoyado. Debemos aceptar que, en momentos como éste, el razonamiento lógico no sirve. Lo mejor sería tratar de articular sus deseos y agregar: ¿Entonces, te gustaría no tener que usarlos? De esta manera hablamos con él, y no a él. Aunque sabe que de todas formas debe usarlos, el lazo de comprensión que le lanzó su mamá, le dará respaldo para enfrentar la situación. Es decir, queremos que la gente sienta con nosotros, no que actúe por nosotros. La próxima vez que un amigo, una compañera o un hijo busquen nuestro hombro para llorar, en lugar de hacerle al psicólogo barato y decir: No te preocupes, todo va a estar bien, no perdamos ese momento tan valioso que nos confía y recordemos que los profesionales, sólo espejean, parafrasean y reflejan.

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