Como seguramente ya lo sabe el amable lector, este año se conmemoran cuatro siglos de la aparición de la primera parte de El Quijote. Por ello ha habido todo tipo de celebraciones en el mundo de habla hispana, que van desde lo inalcanzablemente académico (Conferencia: ?Delirios eróticos de Alonso Quijano al pensar en Dulcinea, como síntoma de la depresión post feudal en la Castilla de los primeros Habsburgos: aproximaciones lacanianas y post marxistas al tema?), hasta lo grosero (Numerosos monigotes con muy tristes representaciones del Caballero de la Triste Figura). Ha sido tal el bombardeo de saturación, que un servidor ha esperado a que el huracán amainara para poder meter su cuchara y, cómo no, decir algo respecto a tan señalado aniversario. Más aún, que lo dicho de alguna manera sea original, lo que (me tendrán que disculpar) resulta más bien difícil, por no decir imposible: el Quijote es uno de los libros más analizados y desmenuzados de la historia, y sus personajes de los más identificables por una buena parte de la Humanidad. Me atrevería a decir que de los pocos (junto a Sherlock Holmes y Romeo & Julieta) que incluso un analfabeta puede reconocer por la simple facha.
Primero que nada habría que apuntar la frescura literaria y lingüística de la novela. El Quijote se deja leer con la misma tersura y deleite que en 1605, y a un hispanoparlante del siglo XXI si acaso se le atora una que otra palabra, uno que otro anacronismo, el significado del nombre de un artefacto o herramienta que se dejó de usar con el advenimiento de la Revolución Industrial. Al contrario de lo que ocurre con su contemporáneo Shakespeare, al que muchos angloparlantes (y ya no digamos los que le hacemos al bilingüe) encuentran endemoniadamente complejo, El Quijote es disfrutable incluso por gente que no tiene una cultura literaria (ni de otro tipo) muy profunda. Es popular en el mejor sentido de la palabra, y cumplió a cabalidad la función de fijar el castellano (lo que Dante hizo con el italiano, hasta entonces sólo el dialecto toscano): en parte gracias a su popularidad, así como Cervantes escribió, así hablamos; de manera que lo sentimos como recién salido del horno, y no como una antigualla de principios del XVI? como sí le ocurre a muchas otras obras del Siglo de Oro.
Otro rasgo importante que suele pasarse por alto es que El Quijote es, en muchos sentidos, la primera novela moderna de Occidente. Antes que a don Alonso le diera por andar de caballero andante, la imaginación literaria de Europa iba por un lado, la realidad por otro. El juego de espejos que maneja Cervantes (un loco haciendo locuras muy cuerdas en un mundo que se cree cuerdo pero no lo es) viene siendo un recurso de la Modernidad químicamente puro. Y el ambiente y personajes que nos describe le sirve de antecedente a casi todos los prosistas occidentales que le habrían de seguir.
Como buena novela moderna, el elenco que en ella aparece no se reduce a un sector o ambiente de la sociedad: en El Quijote hay pícaros, curas, venteros, nobles, arrieros, bachilleres, burgueses y muchachas de las que bailan recio. Y gracias a ellos realiza un retrato exacto de su época, con el que podemos diseccionarla: ahí percibimos que la conquista y explotación de América, iniciada casi un siglo antes, para maldita la cosa que le había servido a España: vemos una potencia colonizadora poblada de miserables y truhanes, sumidos en la pobreza y preguntándose qué van a comer al día siguiente. Para quienes siguen creyendo que España se hinchó de riquezas con la América, basta con que lean El Quijote para desengañarse.
Buena parte de la popularidad de El Quijote radica en que sus personajes principales son uno de los mejores resúmenes de la identidad humana jamás creados. Y es que la ensoñación y el idealismo de Don Quijote, y el pragmatismo y la sensatez de Sancho, conviven en prácticamente todo ser humano. Todos somos un poquito soñadores, un poquito centrados, aunque nos gustaría ser más de las dos cosas. En todo joven habita un Quijote, en todo padre de familia un Sancho, pero los padres fueron (casi todos) jóvenes y los jóvenes (la mayoría) van a ser padres. La identificación con los dos personajes (otra novedad) es por ello tan fácil y frecuente. Eso los vuelve tan universales, tan entrañables, tan tiernos: somos nosotros mismos.
Y por ello, quien se sienta sólo Quijote, o sólo Sancho, tiene un grave problema no solo existencial, sino también mental: me huele a maniaco-depresivo. Si usted, amigo lector, se topa con alguien que se sienta un Quijote puro, aléjese de él y cuénteselo a quien más confianza le tenga: ésos son los peligrosos, los idealistas que devienen santones y torquemadas, o en su delirio se creen rayitos de la esperanza.
Y es que todo Quijote debe tener su contrapeso panzesco; como no hay Sancho que aguante este mundo sin su buena dosis de locura de vez en cuando. De nuevo, ahí está su encanto y universalidad. Lo que les pasa a esos dos geniales viajeros nos pasa a todos? de otras maneras, eso sí; y con menos frecuencia de la que debiera. Pero todos, en algún momento de nuestra vida, hemos embestido molinos de viento; hemos sido manteados por andarle haciendo caso a jefes ineptos; perdido la cabeza por una Dulcinea inexistente; conspirado con el Bachiller Sansón Carrasco para hacer entrar en razón al amigo descarriado; sacado la casta y administrado sabiamente la Ínsula Barataria.
(Y el que no lo ha hecho? ¡qué ?che vida ha llevado!)
Otra enorme virtud del libro es su sentido del humor. Cervantes demostró que para llegar a las profundidades del alma humana, para diseccionar a una sociedad, para crear una obra maestra, no se necesita ser solemne, ni ?serio? ni narrar tragediones con profusión de lágrimas y mocos. Algunas de las lecciones más profundas que proporciona el libro se leen entre carcajadas (o mínimo, risitas de Lindo Pulgoso), las reflexiones más llegadoras ocurren en medio de eventos hilarantes. El guiño que nos hace el Manco (más bien el Tunco: no perdió la mano, sólo su uso) de Lepanto no está muy disimulado que digamos: ?no se tomen las cosas tan en serio: la vida no lo es. Y se los dice alguien que ha sufrido lesiones físicas y morales, privaciones, cárcel y hasta auditorías?.
El humor en El Quijote, además, adopta muy diversas modalidades. Desde el juego de palabras hasta el albur más tosco; desde las situaciones bufonescas hasta el más agudo ingenio que puede pasar desapercibido en una primera lectura. Cervantes entendía que para reír hay tantas formas como personajes tiene el impresionante tablado verbal que fue creando.
La verdad, no sé qué tanto pesa la mala vida que llevó Cervantes no sólo para la construcción de su obra, sino también para el cariño que le tenemos (a la obra, y quizá de rebote a él). Y es que muchos hombres menos tenaces y con menor sentido del humor que él, habrían mandado todo al demonio y se hubieran entregado a la desesperación; se hubieran hundido en la miseria y la mediocridad; o de plano se habrían hecho sicarios de algún narco-conceptista de Alcalá de Henares. Lo cierto que es que Cervantes se supo sobreponer a golpes que hubieran dejado en la lona al más plantado: pobreza, abandono de estudios, servicio militar, mutilación, cautiverio, frustrado viaje a América (¡Pidió chamba en Chiapas! Cómo andaría?), cárcel por malos manejos? nada más le faltó ser acusado de ser miembro del clan Trevi-Andrade. Pero, evidentemente, nada de eso lo amargó. Siguió navegando con una sonrisa socarrona por esta vida que es la mar.
Lo bueno fue que, pese a todas las vicisitudes y así fuera en sus últimos años, logró conocer el éxito. Cervantes fue en su tiempo el equivalente hispano de J. K. Rowlings (la autora de Harry Potter), un auténtico best-seller (aunque ni remotamente tan rico como la dama citada). Al menos supo que no iba a terminar en la fosa común; aunque no creo que haya pensado siquiera que sería el genio imperecedero e insuperable de la literatura escrita en el tercer idioma más hablado del mundo.
Sea éste, pues, mi pequeño homenaje a los cuatrocientos años que don Quijote y Sancho llevan trotando por este mundo. Nuestra vida es mucho más rica gracias a ello. Y si quiere hacer su propio homenaje, no hay nada mejor que leer la obra completita. Sí, ya sé que da flojera nada más de ver el tamaño del librote. Pero no se puede navegar por la existencia sin haber disfrutado aunque sea una vez las aventuras de tan disparatada y próxima, entrañable pareja. Póngale un poco de empeño, y no se arrepentirá.
Consejo no pedido para acordarse de un lugar de La Mancha: vea ?El Caballero Don Quijote? (2002), con Juan Luis Galiardo y Carlos Iglesias; y también ?El hombre de La Mancha? (Man of La Mancha, 1973) con Peter O?toole y Sofía Loren; escuche el soundtrack de la obra homónima de Broadway (Sí, la de ?El sueño imposible?); y lea ?Monseñor Quijote?, de Graham Greene, una aguda y divertida sátira del genial novelista británico. Provecho.
Aviso: La Nación Acerera de La Laguna se reunirá mañana lunes a las ocho en conocido restaurante frente a la Alameda para ver a Pittsburgh desplumar a los Chanates de Baltimore. Lleven sus Toallas Terribles.
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