Mientras en Europa, en los siglos octavo y noveno de nuestra era se estaban comenzando a formar las naciones y en vez de latín, que había sido la lengua popular durante dos siglos, los pueblos comenzaban a hablar lo que más tarde llegarían a ser lenguas romances: español, catalán, portugués, francés, italiano; en Europa oriental el imperio Bizantino, cuya capital era Bizancio la actual Estambul, se debatía en una crisis casi continua.
Estaban amenazados por los musulmanes, que desde Siria y Arabia hacían continuas incursiones en los territorios bizantinos, destruyendo, saqueando, violando y robando; y por el norte los búlgaros, un raza de mongoles que se habían establecido al norte del Danubio, poco a poco iban invadiendo territorio del Imperio y se creía que eran capaces de que llegaran hasta la misma Bizancio.
Desde el punto de vista religioso había dos tendencias: un gran ascetismo y un gran misticismo, alentado por los monjes y una gran degeneración de costumbres. Como ejemplo basta apuntar los secretos de un concilio que declaraba que no era lícito que los clérigos fueran dueños de casas de prostitución y que era una profanación hacer el sexo en las iglesias.
En ese momento llega al trono León III, “El Isáurico”, un hombre poco culto, pero buen guerrero, gran creyente y muy puritano. Creía que había que alabar y adorar a Dios en espíritu y verdad y le escandalizaban los abusos morales, las fiestas y la veneración de los santos que sus vecinos, los musulmanes, ridiculizaban como idolatría. Estaba convencido que el Imperio estaba regresando al paganismo.
En 726 comienza la lucha contra las imágenes. Cuando el emperador dio la orden de bajar el Cristo monumental de la puerta de palacio, la turba se amotinó, la flota de Grecia y de las islas también se amotinaron y partieron rumbo a Bizancio. En los Dardanuelos tuvo que destruir su propia flota, pero para entonces ya se habían rebelado Venecia, Rávena y Roma. El papa Gregorio II lo excomulgó. Como el patriarca de Bizancio se mantuvo firme en la defensa de las imágenes, el emperador lo destituyó. Entonces fue la guerra. En el fondo se trataba de un problema muy antiguo que nunca había sido solucionado en forma clara. El césaro-papismo o el papacesarismo. ¿Quién tenía más poder, el papa o el emperador?
Se hicieron dos partidos. De un lado los patriarcas, apoyados por el papa, occidente, los monjes y las mujeres, del otro los soberanos. Oriente y el ejército. La postura del ejército era plausible, porque el botín de las victorias, en vez de repartirse entre la tropa, iba a enriquecer las iglesias y los monasterios.
La postura de las mujeres era también comprensible. En un barrio de la capital había una imagen de la Virgen. Según la tradición, cada jueves, el emperador debía bañarse en una tina, alimentada con el agua que manaba de un manantial sagrado. Los viernes (día de Venus) iba la multitud al santuario, esperando milagros y curaciones. Si pasaban varias semanas sin milagros, era indicación de que grandes peligros se cernían sobre el pueblo.
A la muerte de León, subió al trono su hijo Constantino V y durante su largo reinado los “iconoclasistas” (destructores de imágenes) triunfaron. Arrancaban y destruían las imágenes, repintaban encima de los mosaicos, rasgaban las pinturas y cortaban las manos a quienes seguían produciendo imágenes. Estas mutilaciones las sufrieron sobre todo los monjes, que seguían la batalla desde sus monasterios, fabricando imágenes y distribuyéndolas entre el pueblo, para restituir las ya destruidas. Pobre del soldado encontrado en la noche en un callejón oscuro. Al día siguiente lo encontraban descuartizado. Pobre de la mujer que era detenida por los soldados con un paquete sospechoso en las manos. Al día siguiente se encontraban sus manos tiradas en el piso, junto al icono despedazado.
Su ministro reunió en el hipódromo cientos de monjes y monjas, los unió por parejas y los obligó so pena de sacarles los ojos, a consumar allí mismo la unión sexual para producir soldados para el imperio.
Estos excesos de crueldad le valieron al emperador el apodo de Copronimo “nombre de m...”
El hijo de Constantino V fue León IV, que reinó sólo cinco años, dejando como heredero a un niño Constantino VI, su madre, la emperatriz Irene, fue regente durante la infancia de Constantino, mujer de un poder extraordinario, hizo alianza con Carlomagno, tratando de casar a su hijo León con una hija de Carlomagno. Pero al atacar éste los territorios bizantinos de Italia, rompió la alianza.
Finalmente Constantino se casó con una chica escogida por su madre. Evidentemente Constantino no la quería por lo que la encerró en un convento e intentó casarse con una dama de compañía de su madre. Su madre pareció estar de acuerdo, pero al terminar la ceremonia la madre lo acusó de bigamia. Con ayuda de los monjes y de los obispos fomentó la revolución y tomaron preso al emperador. Delante de todos los ministros les preguntó qué castigo merecía. Por unanimidad decidieron que siendo el emperador no debía sufrir pena de muerte, por lo que únicamente se debía sacarle los ojos, sentencia que fue ejecutada inmediatamente.
Irene siguió gobernando cinco años y se ofreció en matrimonio a Carlomagno, que acababa de ser consagrado emperador, pero ante el acoso de los búlgaros y de los árabes, los militares juzgaron que la emperatriz había sido totalmente negligente ante el peligro de ser invadidos por los ejércitos enemigos y antes de que se pudiera celebrar la boda, el ejército y los icnoclasistas la destituyeron.
Fue hasta el año 843 que otra emperatriz, Teodora, regente del imperio por la corta edad de su hijo, después de unificar a los que como ella veneraba las imágenes, organizó el 11 de marzo una asamblea en Santa Sofía, en la que por unanimidad se hizo la solemne restitución de las imágenes.