Radiografía| Los programas gubernamentales han sido incapaces de solucionar el problema
Actualmente en las calles de México existen más de 94 mil menores que trabajan
EL SIGLO DE TORREÓN
COMARCA LAGUNERA.- Cada quien tiene una forma distinta de solicitarlo, cada uno según su experiencia: Esteban prefiere extender su mano y mirar fijamente a los ojos de los conductores. Carlos ofrece chicles tocando en cada ventana con su dedo índice. David aparece dando brinquitos entre los vehículos, sonríe coquetamente y entrecierra los ojos en un gesto de complicidad.
Sus rostros reflejan ternura pero también el dolor de la pobreza. Las situaciones que se presentan en sus hogares son muy distintas, el común denominador es la necesidad. Ninguno de ellos entiende de economía, pero todos están perfectamente familiarizados con la palabra crisis, la han escuchado de sus progenitores desde que tienen memoria.
David vive cruzando las vías del ferrocarril, pero desconoce el nombre de su colonia. Dice que su casa es una mezcla de cartón y lámina, el suelo de tierra. La vivienda carece de servicios básicos como pavimento, drenaje, alumbrado público.
Este niño tiene nueve años. Recuerda que, poco antes que cumpliera los cuatro, su padre se peleó con su mamá, la golpeó y se fue para nunca más regresar. Desde entonces no lo ha vuelto a ver, pero reconoce que lo extraña.
Su mamá es pepenadora por las mañanas y en las tardes, se queda en casa y atiende a David y sus dos hermanos menores. El niño relata que un día se ?echó la vaca? con un compañero de escuela, jugaron videojuegos con lo que llevaban para el camión y se quedaron sin dinero para el regreso. Comenzaron a pedir a la gente que pasaba, al principio con pena, después con más confianza. Juntaron 25 pesos en menos de 30 minutos, se compraron una nieve de garrafa y regresaron a sus casas con el cambio.
El pequeño confiesa que a veces le invade la vergüenza cuando está en los cruceros, más aún cuando los conductores le tratan con indiferencia o responden a su sonrisa con una ?cara enojada?. Comenta que algunas personas prefieren darle dulces en vez de dinero, al tiempo que le preguntan por su madre o le piden su nombre.
En Espíritu que Danza, movimiento de apoyo a menores maltratados, trabajadores, indígenas y de la calle, se busca devolver a los niños y niñas marginados o ?callejerizados?, la posibilidad de vivir su infancia, derecho fundamental del que se han visto privados debido a su extrema pobreza y a un entorno desfavorable.
Leticia Lobo Ayala, coordinadora general de Espíritu que Danza, explica que muchos de los niños son hijos de madres solteras o abandonadas por sus maridos, que deben trabajar todo el día en alguna maquiladora y dejan a los pequeños solos en sus jacalitos.
?En múltiples ocasiones, las madres de los pequeños o los mismos niños trabajan en la recolección de desperdicios en carritos de mulas o triciclos, por eso lo primero es buscar que tengan la salud necesaria, que cuenten con la medicina que requieren?, explica.
?Aquí buscamos que el niño esté protegido en todas las áreas: psicología, nutrición, salud, el aspecto legal, la recreación, para que la calle deje de ser tan atractiva y obtengan más herramientas para defenderse en la vida, evadir un ambiente de drogas y adicciones?.
De acuerdo al ?Segundo Estudio en 100 ciudades de niñas, niños y adolescentes trabajadores de México 2002-2003?, realizado por el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), actualmente en las calles de México existen más de 94 mil menores que trabajan, de los cuáles 32 mil 992, el equivalente a un 34.8 por ciento, son niñas, mientras que el resto son varones.
Según el informe del DIF, el principal motivo para que los niños comiencen a trabajar en las calles es el apoyo al hogar. El 32 por ciento de los menores respondió que la razón primordial para su incorporación al trabajo fue para ?ayudar a la familia?. El 13.9 de los infantes trabajan para mantenerse a ellos mismos y el 10.5 por ciento, para estudiar.
Si se considera que muchos de los menores viven en sus casas, la mayoría con al menos uno de los padres, el ingreso al trabajo para mantenerse o estudiar son dos motivos que constituyen un tercer apoyo a los progenitores, pues reducen el gasto total de las familias al solventar sus necesidades con el ingreso propio.
Respecto al tiempo de trabajo, el informe indica que la mayoría de los niños labora en promedio 5.7 horas diarias y su edad de ingreso es inferior a la permitida por la legislación internacional y nacional, que es de 14 años.
DERECHOS DE LOS NIÑOS
Esteban se mueve con gran destreza entre los vehículos, que circulan a gran velocidad por el bulevar Independencia. A pesar que sólo tiene ocho años, el menor camina sin temor junto a los coches y toca en las ventanas con el dedo mientras dice: ?una ayuda por favor?.
Cuenta que su vida en los cruceros comenzó poco después que cumplió los dos años. Su madre lo llevaba a la esquina de calzada Colón y bulevar Independencia, donde pasaba las mañanas jugando en el camellón y en ocasiones, caminaba con su progenitora entre los automóviles y extendía su mano imitándola.
En cuanto aprendió a caminar sin ayuda y que ya no se cansaba, su mamá lo dejó ir solo con un primo, diez años mayor que Esteban. Dice que ya no necesita acudir con nadie, pues conoce bien de camiones y sabe perfectamente cómo ir y venir del crucero a su casa en La Aviación.
Guadalupe Rodríguez Quintana, psicóloga de Espíritu que Danza, advierte que, dependiendo de la situación familiar y económica de los infantes, es que salen a trabajar a la calle, pero ha observado muchos casos donde los hermanos mayores utilizan al más pequeño para provocar en los conductores algún sentimiento que les mueva a brindar el recurso económico.
?El grueso de la población es de 12 años siendo no indígenas, porque a ellos sí los vemos desde recién nacidos?, comenta.
Leticia Lobo indica que, en la mayoría de los casos, el menor sale con una intención honesta de ayudar a su familia, pero desconoce los riesgos a que se expone.
?Un daño en la infancia lo va marcar para siempre?, subraya.
La psicóloga agrega que, una vez que los niños crecen y salen de la calle, cuentan ya con la mentalidad de obtener el recurso económico de forma sencilla, lo que, ya siendo joven, deriva en actos delictivos.
Lobo Ayala señala que, en la gran mayoría de los casos, los menores que laboran en la calle son relegados de sus derechos, como acudir a la escuela, tener salud, vestido, jugar, recibir afecto, ser respetado.
?Por sus carencias, las familias consideran más importante que el niño trabaje a que asista a la escuela, no se dan cuenta del daño?, manifiesta, ?aquí impulsamos a los padres para que el menor entre a estudiar pero también se necesita un trabajo en cuanto a la permanencia, para que no deserte?.
Los niños requieren de alguien que les supervise mientras realizan sus tareas, pues la mayoría de los padres pasan todo el día fuera de los hogares o no pueden atenderles, lo que deriva en deficiencia en el desempeño escolar de los infantes.
La coordinadora de Espíritu que Danza explica que los menores que viven en la pobreza han experimentado situaciones dolorosas que muchas veces derivan en que pierdan la oportunidad de gozar su infancia.
?Encontramos que los niños tienen que cuidar a los hermanos, hacer el aseo de la casa, vender chicles?, indica, ?pero tienen derecho a llevar una buena dosis de juego, porque a través del juego, sana sus heridas, tienen la oportunidad de hacer amigos y aprenden que hay reglas?.
Leticia Lobo refiere que existe también el derecho a dar y recibir afecto. Las madres de los menores con frecuencia son golpeadas por sus parejas o fueron maltratadas por sus padres, lo que origina que ellas repitan este comportamiento con sus hijos.
En el área de asesoría legal, el menor tiene derecho a existir como ciudadano y contar con su acta de nacimiento. Sin embargo, en múltiples ocasiones, los infantes son rechazados por su familia a tal grado que, inconscientemente, evitan registrarlos, lo que se traduce en dificultades para que entren a la escuela.
El estudio del DIF y la Unicef señala que el 98 por ciento de los menores vive en su casa, mientras que el 1.4 habita en la calle y el resto duerme en albergues o en su centro de trabajo.
Entre las razones para que los pequeños vivan en la calle, el 45 por ciento respondió que porque sufría maltratos en su casa, el 19.7 porque le gustaba y el 11.5 por invitación de sus amigos.
La evidencia apunta, por un lado, el sufrimiento que se experimenta en casa y del otro, la calle como un espacio que se disfruta, lo que indica que la precarización de las condiciones de vida en familia se vinculan a la construcción de nuevas formas de socialización donde el exterior aparece como una alternativa real de supervivencia para un numeroso grupo de niños y niñas que abandonan su hogar.
LA PROBLEMÁTICA EN TORREÓN
El informe de la Unicef destaca que, en 11 ciudades del país, hay 41 mil 400 menores que trabajan. En cada una, existe una concentración de más de dos mil niños y niñas. Dentro de esa lista, ocupa Torreón el octavo lugar, con una población de dos mil 156 pequeños que laboran; el primer y el segundo lugar corresponden a Monterrey y Guadalajara, con nueve mil 206 niños y siete mil 193 infantes, respectivamente.
Sin embargo, la realidad de la Región es aún más delicada ya que, si se suman los niños trabajadores de Torreón a los de Gómez Palacio (mil 166), existen al menos tres mil 322 menores que realizan algún oficio.
Con relación a las actividades que llevan a cabo los menores de entre seis y 17 años, señala que el 38.9 por ciento trabajan como ?cerillos? o empacadores en tiendas de autoservicio; el 31.1 se dedican al comercio, principalmente ambulante, y el 16.7 laboran en actividades consideradas como servicios de ayuda y mendicidad.
RIESGOS DE LA CALLE
Carlos tiene 13 años. No se acuerda qué edad tenía la primera vez que salió a pedir dinero en un crucero, tampoco sabe cómo llegó ahí ni por qué tomó este camino, pero recuerda perfectamente que sucedió tras una discusión entre sus progenitores, luego que su papá empujara a su mamá contra una cómoda y ella perdiera el conocimiento ?por mucho rato?.
El pequeño dice que no tiene un lugar definido para ?trabajar?. A veces va a la esquina de la avenida Abasolo y calzada Colón, otros días se queda en algún espacio del entronque Cuatro Caminos, se dirige a la Diagonal Las Fuentes y bulevar Rodríguez Triana o afuera de algún restaurante ?de ricos?.
El niño habla poco, prefiere observar y nada más. Extiende su manita en busca de la ansiada moneda, asiente con la cabeza si la recibe, de lo contrario, continúa su camino entre los vehículos. Comenta que el dinero que gana se lo da a su mamá para que compre comida.
Su papá es velador por las noches. Carlos dice que casi no lo ve porque pasa la mayor parte del día en los cruceros y llega a su casa cuando ya su progenitor se marchó. Prefiere que así sea, pues de otra forma, sólo encontraba regaños.
La coordinadora de Espíritu que Danza relata que, cuando un menor enfrenta una situación de violencia en el hogar, con un familiar alcohólico o drogadicto, suele ser rebelde en la escuela, pues lleva mucha agresión.
La psicóloga de la asociación civil señala que, en el menor que labora en los cruceros, hay una necesidad de salir del entorno familiar, pues el ambiente que se vive en la vivienda no le genera agrado: ?no lo disfruta, no siente que haya un espacio para él y sale a buscar una situación más placentera?.
Existen múltiples riesgos a que se enfrentan los menores que laboran en la calle, que ponen en peligro su vida, así como su integridad física y moral.
?El niño en los cruceros se expone a ser atropellado por los vehículos; alguna persona se puede dar cuenta de la vulnerabilidad del infante solo en la calle y acercarse con fines que convengan a dicho individuo, desde el abuso sexual hasta la distribución de droga, donde el menor comienza a consumirla?, manifiesta.
La psicóloga indica que el principal riesgo es que el infante abandone sus estudios, pues el trabajo en el crucero brinda seguridad al menor y le hace creer que es independiente y capaz de obtener dinero por sí mismo, lo que fomenta su permanencia en la calle.
?ASPIRINAS SOCIALES?
El DIF de Torreón inició la campaña ?Ayudas más... si no les das?, con el objetivo de concientizar a la sociedad sobre los peligros a los que se exponen los menores al trabajar o permanecer en los cruceros.
La primera parte de la campaña fue puesta en marcha de julio de 2003 a noviembre de 2004; en la nueva fase se pretende intensificar la labor persuasiva hasta lograr retirar a todos los menores de la calle.
El organismo, a través de su programa de Atención a Menores de y en la Calle, ofrece alternativas de apoyo como un tratamiento integral que abarca aspectos como la atención psicológica y alimenticia; regularización escolar y la capacitación productiva del menor.
Para Sergio Garza Saldívar, catedrático e investigador de la Universidad Iberoamericana (UIA), este tipo de programas son ?aspirinas sociales?, donde no se ataca el problema de fondo, ya que únicamente se retira a los pequeños pero queda latente la posibilidad de que regresen a las calles.
?Si tenemos a una persona en un crucero es porque algo no hemos hecho bien como sociedad, algo nos ha fallado: falta un empleo por generar, queda una boca sin alimentar, una oportunidad sin crear?, agrega, ?hace falta no sólo un programa de asistencia, sino también de nutrición, educación, reinserción social, vertientes laborales?.
Para Lerins Varela Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Autónoma de Coahuila (UA de C), resulta muy grave que los propios padres sean promotores de que sus hijos vayan a trabajar a la calle, con todos los riesgos que esto implica.
?El problema es delicado porque representa a una sociedad que cada vez está encontrando menos alternativas para su desarrollo?, manifiesta, ?la responsabilidad que compete a los gobernantes en turno no se está manifestando y se les ofrecen programas que no van más allá de una asistencia?.
El sociólogo refiere que, detrás de cada persona que se encuentra en la calle pidiendo, hay toda una familia, pero los programas gubernamentales no contemplan más allá de retirarles de los cruceros.
?No hay programas reales para acceder a empleos que verdaderamente sean remunerativos para sostener a una familia?, señala, ?es un círculo vicioso en términos de que los gobiernos, independientemente de quien se trate, no han generado programas que realmente eviten que se dé esta situación de marginación?.
El académico indica que las autoridades observan el problema desde lo filantrópico, pues no tienen la capacidad de resolver una cuestión que tiene que ver con empleo y seguridad social para las familias laguneras.
?Los programas del DIF son políticas públicas que no tratan el problema de una manera integral?, agrega.
VISIÓN A LARGO PLAZO
El crecimiento demográfico, aunado al incremento de problemas sociales como la crisis económica, políticas, menos oportunidades laborales, ha generado que cada vez sean más los menores que se encuentran trabajando en la calle, dice Víctor Manuel Cabrera Morelos, vicepresidente de Ciudadanía Lagunera por los Derechos Humanos, Asociación Civil (Ciladhac).
?Preocupa mucho que no se ha sabido atacar el problema correctamente, si ya sabemos que la cuestión es estructural, habría que atacarla desde los programas de desarrollo social y económico del país?, expresa.
El Diagnóstico sobre la Situación de los Derechos Humanos en México, refiere que hay 24.7 millones de infantes entre los cero y 17 años que viven en pobreza.
Menciona que el trabajo infantil es una manifestación de la pobreza, la vulnerabilidad y la exclusión social de un gran número de familias en México, donde los niños no eligen voluntariamente entrar al mercado laboral, sino que es una forma de supervivencia. En el país, hay 3.3 millones de menores entre los seis y 14 años de edad que trabajan.
?Conforme aumente la población, incrementará el número de niños, mientras no ataquemos el problema?, indica Cabrera Morelos, ?no hemos sido capaces como país, organismos y sociedad, de entender y proponer soluciones que, cuando menos, contengan el fenómeno?.
El también consejero directivo de Espíritu que Danza considera que, en la problemática de los niños en la calle, se encuentra la raíz de problemas actuales como la prostitución, la delincuencia, adicciones y narcotráfico, por lo que urge prestar atención al asunto y resolverlo a corto, mediano y sobre todo, largo plazo.
?La forma de atacar de las instancias es meramente asistencialista y esto es a corto plazo?, comenta, ?no es tanto por buenas intenciones sino por cuestiones políticas, que las administraciones quitan a los niños de los cruceros para parecer que se están resolviendo los problemas sociales?.
En estos casos, se implementan acciones que son violatorias de los Derechos Humanos y las leyes.
El Diagnóstico señala que, por la forma en que interpretan las funciones instancias como el DIF, conducen a cuestiones de gestión y jurisdicción muy graves, que lejos de resolver los problemas, generan ilegalidades.
?En Ciladhac consideramos que no es correcto retirar a los niños de los cruceros con policías?, indica, ?es obvio que están en riesgo y que se empiezan acostumbrar a este tipo de actividades, pero se necesitan soluciones lo más integrales posible?.
Cabrera Morelos menciona que las instituciones deben cambiar ?varias cosas de lo tradicional?, pues aunque ayuda dar al niño alimento y ropa, se requiere curar las heridas de formación que tienen, un proceso lento y difícil que demanda compromiso.
?En el caso de Espíritu que Danza, se ha comprobado que el ser un albergue de puertas abiertas es más apropiado para los niños que trabajan en la calle, porque no se corta el vínculo y se les permite crecer en todos sus aspectos?, manifiesta.
Uno de los objetivos de Espíritu que Danza es que los padres se responsabilicen de sus hijos y puedan brindar por ellos mismos el cariño, alimentación, respeto que los niños necesitan, que entiendan que se pueden evitar las cuestiones de violencia en el hogar y reconstruyan su familia.
?Cuando el niño no tiene una familia que lo alimente en lo emocional, sino al contrario, que lo empuja a la calle, es difícil retirarlos, porque sienten que la calle les ofrece todo lo que necesitan?, indica Leticia Lobo.
La coordinadora de la asociación civil explica que el menor que ha estado en la calle aprende a desconfiar de la gente, por lo que lleva mucho tiempo ganar su confianza y no defraudarlo.
?Si al niño no le ofrecemos una alternativa para que no llegue a la calle, el niño de crucero va llegar a ser un delincuente?, manifiesta, ?la sociedad necesita apoyar que se abran centros de atención integral para estos niños porque con esto va evitar el aumento de la criminalidad.
?Un niño atendido, un niño sano y feliz, no tiene por qué llegar a ser un delincuente?, continúa, ?no bastan los recursos a los centros para atender todas las necesidades de una ciudad como Torreón?.
Rodríguez Quintana señala que es necesario un ?frente común? de sociedad, gobierno y asociaciones civiles para contrarrestar este mal derivado de la pobreza.
En el plano de los Derechos Humanos, dice el vicepresidente de Ciladhac, ?no hemos podido relacionarnos como sujetos y no objetos, al tú por tú, independientemente de los recursos que tengamos, del grupo al que pertenezcamos?.
Para Cabrera Morelos, esto es muy complejo, pues existen muchas barreras sociales, formaciones estructurales de poder y un supuesto respeto que en realidad es discriminación.
?El día en que entendamos que un menor de edad es un ser humano como cualquier otro, que tiene su propia identidad, su esencia, libertad de conciencia, entonces lo vamos a tratar de manera muy diferente y sí podrán cambiar las cosas?.
Las diferencias
David Omar Sifuentes Bocardo, segundo visitador de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Coahuila (CDHEC), refiere que existe una gran diferencia entre los niños de la calle y los menores en la calle, pues los primeros son aquéllos que carecen de hogar y viven a la intemperie, mientras que los segundos tienen una vivienda y acuden a los cruceros para pedir el apoyo económico de las personas.
El visitador explica que ha habido esfuerzos por parte de los grupos de Derechos Humanos para evitar la denominación ?niño de la calle?, pues consideran que esto constituye un estigma para que el menor se sienta de la calle y se identifique con delincuencia, droga, abusos sexuales.
?El infante de antemano asume que si le llaman ?niño de la calle? va tener que correr todos estos riesgos?, indica.
Sifuentes Bocardo expresa que no todos los padres que tienen hijos trabajando en la calle es por gusto o porque los maltraten, sino porque no cuentan con las posibilidades económicas para vivir de otra forma.
?Muchas veces las autoridades retiran a los niños por estética, porque no se ve bien que estén en los cruceros, pero no por retirarlos de los peligros de la calle?, advierte, ?los programas de gobierno no son suficientes, eso es notorio, porque persisten los problemas?.
Explica que un error tanto de instituciones civiles como gubernamentales, es centrar los programas preventivos en las escuelas, cuando abundan los pequeños que no asisten a sus estudios. Sin embargo, el visitador insiste en que no hay estrategias para llegar a estos menores.
Las raíces
En México, las raíces del trabajo infantil se encuentran en las formas que adoptó el desarrollo: desequilibrios regionales, desigual distribución del ingreso, crecimiento urbano explosivo, dispersión y aislamiento de la población rural.
-Los nuevos procesos sociales: corrientes migratorias que incorporan cada vez más a crecientes contingentes de menores y mujeres, la desintegración familiar y el crecimiento de hogares monoparentales.
-El cambio de las pautas y valores culturales.
-La erosión de las formas tradicionales de convivencia comunitaria.
-Esto deriva en que una de cada cinco familias no obtenga ingresos suficientes para la alimentación; así como que uno de cada dos habitantes del campo y uno de cada nueve de los que viven en la ciudad se encuentren en condiciones de extrema pobreza.
FUENTE: UNICEF
En cifras
Éstas son las ciudades con mayor concentración de niñas, niños y adolescentes que trabajan:
Monterrey nueve mil 206 menores
Guadalajara siete mil 193
Tijuana cuatro mil 752
León tres mil 555
Puebla dos mil 952
San Luis Potosí dos mil 723
Toluca dos mil 634
Torreón dos mil 156
Querétaro dos mil 156
Ciudad Juárez dos mil 77
Teotihuacán dos mil 36
Nota: Las ciudades que concentran la mayoría de los menores que laboran se caracterizan por ser capitales de los estados, ciudades fronterizas, centros turísticos, comerciales o industriales.
FUENTE: Segundo estudio de 100 ciudades de niñas, niños y adolescentes trabajadores.