Familia Sirviendo a la Vida
El Sacramento del matrimonio reflejos del amor de Cristo.
Significado religioso del matrimonio.
Muchos cristianos no saben exactamente para qué es el matrimonio por la Iglesia. No entienden bien que “agrega” al matrimonio civil. Unos piensan que es una bendición: para garantizar que las cosas resulten bien, que Dios proteja su amor. Otros piensan que lo central consiste en que se promete una fidelidad para siempre, indisoluble, de la cual no hay “marcha atrás” posible. Estas cosas son sin duda “ingredientes” del matrimonio cristiano, pero no lo central, lo que a Dios más le interesa. Cuando una pareja se casa por la Iglesia –aunque lo haga por motivos muy superficiales (por pura costumbre o por el vestido blanco)- llega ante el altar porque Dios le ha llamado; para cambiar el significado de su amor, para sumergir ese amor humano en el misterio de su propio mayor divino, y convertirlo en reflejo suyo.
Ya en el antiguo testamento, los israelitas tienen claro que el matrimonio es algo misterioso, relacionado con el misterio mismo de Dios y de su amor. En efecto, para hacernos comprender la infinita fuerza y belleza del amor con que Él nos ama, Dios lo compara en la Biblia con distintas formas de amor humano. Con el amor de un Padre, de un Pastor, de un Rey, sobre todo, se nos muestra como un Dios con corazón de esposo. Esposo tierno y fiel, que nunca se cansa de esperar y buscar con su amor a Israel (y a la humanidad) que –como Esposa infiel- huye de Él y lo traiciona mediante sus repetidos pecados. Los profetas denuncian estas infidelidades. Pero anuncian también que un día Dios regalará a su pueblo la gracia de poder convertirse en esposa fiel. Ello sucederá en los tiempos mesiánicos.
*El matrimonio a la luz de Cristo.
Esa promesa se cumple con la venida de Cristo, el Mesías. Él es el Dios Esposo que viene a sellar una alianza nupcial y eterna con la humanidad. Este desposorio se inicia en el seno de la Virgen: cuando el Hijo de Dios toma, penetra y hace suya la carne humana que ella le ofrece. Desde ese momento, Dios se hace “una sola carne” con los hombres. Este desposorio será eterno, pues Dios nunca más se separará de la naturaleza humana que ha asumido. Su entrega de amor total a la humanidad culminará en la cruz. Allí nos entregara no sólo su amor. Ese cuerpo se funde con el nuestro en la comunión, a través de una unión tan íntima, que San Pablo ha comparado con la unión conyugal. La Eucaristía es así un anticipo de ese eterno banquete y fiesta de bodas entre Dios y sus elegidos que será el cielo.
Todos los cristianos –que hemos conocido al Señor y sabemos cuánto nos amó- tenemos la misión de proclamar su amor. Debemos hacerlo con nuestra palabra, pero, sobre todo, intentando amar como Él nos amó: para que los hombres crean en Él, al ver su amor reflejado en el nuestro (su amor de hijo, de hermano, de amigo, de pastor o de esposo). Dentro de esta misión general, los esposos cristianos estamos llamados a dar testimonio de Cristo reflejando en nuestro amor mutuo los regalos del amor esponsalicio con que Él se entregó a su Iglesia. A eso nos comprometimos mediante el Sacramento del matrimonio: a regalarnos el uno al otro no sólo la luz y el calor del propio amor, sino a convertir éste en un signo y reflejo vivo de ese Sol de amor que es Cristo. Este compromiso tan audaz se apoya en otro que contrae el mismo Señor: a través del sacramento El nos ofrece como ayuda la fuerza de su propio amor.
*Llamados a reflejar la generosidad de Cristo.
La tarea de ser “Sol de Cristo” para el otro supone muchas cosas. En primer lugar, la de reflejar en el propio amor la generosidad de Cristo, que lo impulsó a dar a su Iglesia todo lo que Él era y tenía. Sin duda, el don más precioso e íntimo de Cristo fue el de su Espíritu. Lo simbolizó en el agua y la sangre que manaron de su costado abierto, y lo entregó a su Iglesia el día de Pentecostés. Los esposos Cristianos se asemejan a Cristo –dándose el uno al otro su propio “espíritu” cuando dialogan. El Sacramento del matrimonio refuerza el deber de dialogar. Pues cada uno se ha comprometido a ser para el otro un Cristo con el corazón abierto. A compartir con él todo lo que lleva en su interior, sus alegrías, sus penas, sus esperanzas. Es difícil hacerlo. Exige mucha generosidad. Pero el mismo sacramento nos ha dado la fuerza para ello. Debemos aprovecharla y pedírsela siempre de nuevo al Señor.
En su entrega generosa, Cristo regaló a su Iglesia no sólo su Espíritu de amor, sino también su Cuerpo. Ello le da al acto de la cruz un sentido nupcial. Pero entre uno y otro don del Señor hay una íntima relación. Él entrega su Cuerpo como signo de la entrega de su Espíritu: con el costado abierto, para poder regalarnos todo lo que hay dentro de su corazón. En ese momento, Cristo se convierte en modelo de la forma en que los esposos cristianos deben entregarse mutuamente el propio cuerpo a través del acto conyugal: también con el corazón abierto al otro. Buscando no una satisfacción egoísta, sino el poder obsequiarle al otro lo más íntimo del propio amor. Realizado así, el acto conyugal se convierte realmente en el acto más noble y santo que los esposos cristianos pueden realizar entre sí: pues les permite reflejar de un modo inigualado la entrega de ese Dios que quiso darse a la Iglesia con todo su amor espiritual, pero también con todo su Cuerpo. En su mutua donación, ellos están reviviendo de algún modo lo que Cristo hizo en la cruz y lo que sigue haciendo en la Eucaristía: buscar una comunión de amor que abarque todo lo que la persona es, lo espiritual y lo físico a la vez.
Compartirlo todo. Cristo no sólo nos dio su Espíritu y su Cuerpo, sino todo lo que tenía. Compartió con nosotros su Padre, su Madre, su misión. No se reservó nada que no compartiera con su esposa, la Iglesia. De igual modo, en los hogares cristianos no deberían existir parcelas de “lo mío” o “lo tuyo”: todo debería ser el reino de “lo nuestro”. El marido no debería hablar de “mis” herramientas. Ni tampoco la señora decir que ésa es la hora de “su” programa de televisión. Todo les ha sido dado para que lo compartan: como Cristo con su Iglesia.
Esto, por supuesto, vale en primer lugar respecto a lo más valioso que ambos poseen en común: los hijos. La responsabilidad y la alegría de educarlos y ayudarlos a crecer, será lo más difícil y lo más hermoso que puedan enfrenta juntos. Evidentemente, pueden repartirse los trabajos concretos, pero asumiéndolos como parte de una tarea común. No se puede decir “yo gano el dinero y tú educas”. Ni tampoco”Yo me encargo de las niñas, pero los hombres son cosa tuya”.
*Generosidad en lo pequeño.
A veces cuesta menos realizar de vez en cuando un gesto heroico, que ser permanentemente generoso en las cosas pequeñas de la vida diaria. Si el otro está grave, se puede pasar una noche en vela cuidándolo. Pero es más difícil, en una noche cualquiera de invierno, decidir levantarse uno a cerrar una llave que gotea o levantarse a revisar el cobijo de los hijos, para evitarle al otro esa molestia. O dejarle el mejor pastel de los que quedan. Sin embargo, una generosidad en lo grande que no esté acompañada de esos pequeños gestos, no refleja la de Cristo.
La generosidad de Cristo abarca ambos aspectos. En la cruz, Él nos entregó, en un gesto heroico, todo su Cuerpo y toda su Sangre. El mismo Cuerpo y Sangre que, diariamente, desde cada altar de la tierra, nos está ofreciendo de nuevo, de modo simple y silencioso, en cada pequeña hostia y gota de vino consagrado. Sin alimentarnos con este don suyo, no podremos reflejar su generosidad en la vida matrimonial de cada día. En cada Eucaristía, el Señor renueva su alianza de amor con la Iglesia, su esposa. Y nos invita también a renovar la propia alianza matrimonial, ofreciéndonos de nuevo las gracias y las fuerzas del sacramento matrimonial: para revitalizar con su sol de amor la luz debilitada del nuestro. Aprovechémoslas.
CUESTIONARIO (para contestarse en pareja)
¿Qué sabíamos del Sacramento del matrimonio cuando lo recibimos? ¿Y por qué quisimos casarnos por la Iglesia?
¿Qué cosas nuevas he descubierto ahora sobre el significado de este sacramento? ¿Sabía que me había comprometido a reflejar el amor de Cristo en mi propio amor matrimonial?
¿En qué cosas siento más difícil reflejar la generosidad de Cristo en cuanto al diálogo? ¿Y cuáles son las condiciones para que el acto conyugal sea un acto santo?
¿Qué cosas son las que más nos cuesta compartir? ¿Hemos sabido enfrentar juntos la educación de nuestros hijos?
¿En qué cosas pequeñas me cuesta más ser generoso? Como pareja, ¿buscamos ayuda para esto en la Eucaristía?
Reiteramos nuestro agradecimiento a quienes hacen posible estas publicaciones y sobre todo a usted amable lector quien hace que este proyecto contribuya a fortalecer nuestras familias y sus valores.
El próximo tema a tratar será “El Sacramento del matrimonio: Reflejos de la Fidelidad y la Fecundidad de Cristo”.
Esperamos sus comentarios sobre los temas aquí expuestos. En esta ocasión enviamos un saludo a quienes se han contactado con nosotros de las colonias San Isidro, Nueva los Ángeles, Ampliación La Rosita y Fuentes del Sur y sobre todo a ustedes señoras que se han comunicado con nosotros y compartido sus propias experiencias, por ello muchas gracias por su confianza, han sido éstas muy valiosas al escribir estos temas, esperamos seguir recibiéndolos en su columna Familia Sirviendo a la Vida pmger@hotmail.com y pmgerxxi@yahoo.com. Q
uienes desean consultar temas pasados los pueden encontrar en la pagina de El Siglo de Torreón, Sección Nosotros. Gracias por su atención.
“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.