Cada vez con más frecuencia tengo la necesidad irrefrenable de agarrar a nuestros políticos de la solapa y después de darles una buena zarandeada, mirarlos a los ojos y decirles de una manera muy clara y sencilla para que lo entiendan: ¡INDEJOS!
¿Qué no se han enterado de que se trata de encontrar soluciones y no de crear problemas al país y mucho menos de confundir a los mandantes que pagamos sus escandalosos sueldos? Ante la imposibilidad de hacerlo -lo de la zarandeada- y con el propósito de moderar en lo posible la histeria que me han provocado las altísimas dosis del tema desafuero, decidí que necesitaba que un buen médico me operara de cualquier cosa. Una vez tomada la decisión, mi alma naca que insiste en cantar México lindo y querido en cuanto salgo del país, y me exige terciarme un rebozo de Santamaría por -si Adelita se fuera con otro- en las ocasiones en que considera necesario resaltar mi identidad mexicana y amor patrio; que sigue creyendo que algo es bueno porque es caro y siente predilección por los güeritos. Prefiere caballo grande aunque no ande, piensa que todo lo que brilla es oro, y se deja intimidar por las cabelleras rubias o al menos aclaraditas.
Esa naca alma mía que aunque se ponga el rebozo naca se queda y que desgraciadamente es la única que tengo; a la menor provocación se deja seducir por el sueño americano. Debe ser por eso que cuando venimos a darnos cuenta, mi querubín y yo ya estábamos en un hospital en Dallas donde totalmente desaforados, pedimos que por lo menos nos sometieran a una revisión preventiva. Al querubín le impusieron una prueba de esfuerzo que felizmente no logró el manifiesto objetivo de matarlo. Aguerrido como es él, logró sobrevivir también al golpe brutal de pagar la cuenta, y por primera vez, volvimos de un viaje con espectaculares vídeos de colon y un abultado expediente con novedosas tomografías de próstata en lugar de las acostumbradas y choteadísimas fotos.
Mayor desafuero imposible. Pero no me quejo, mi alma naca se merece más a ver si así aprende. Volvimos pues para encontrar al país bañado en lágrimas. El genio de la comunicación, el Papa que supo aprovechar todos los instrumentos que la modernidad le ofreció para estar siempre presente y cercano entre los fieles e infieles de este mundo; el misionero que viajó más de un millón de kilómetros para visitar 129 países repartidos por los cinco continentes, había llegado al final del camino. No se enojen conmigo pero en vez de llorar, me alegré con la certeza de que de nuevo joven, ligero y sonriente, Juan Pablo II se encuentra ya en la presencia de Dios.
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