Mucho especulaban algunos periodistas acerca del testamento del Papa Juan Pablo II, específicamente acerca de su voluntad expresa respecto del lugar donde debieran reposar sus restos mortales o bien acerca de la identidad de ese cardenal nombrado “in pectore”.
Sin embargo pienso yo que el auténtico gran legado del recién fallecido Sumo Pontífice está primeramente en su santidad de vida y en el ejemplo que deja, no sólo a quien resulte elegido próximamente sucesor en la cátedra de San Pedro, sino a todos los que hemos sido bautizados en nuestra santa madre, la Iglesia católica apostólica y romana.
Muchas veces se escucha por ahí el cómodo argumento: “perdí la fe por el antitestimonio de tal o cual sacerdote o religiosa que me desedificó”. ¿Por qué no, en un sentido inverso, no deberíamos arraigar más nuestra fe ante el ejemplo portentoso de este hombre santo que nos mostró cómo se puede vivir y morir de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio haciendo factible ese ideal de vida planteado por el mismo Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”?
Considero que de una manera expresa nos dejó Juan Pablo II una idea medular que pudiéramos considerar como su legado pastoral u doctrinal: la radicalidad de la Eucaristía como centro y raíz de la vida cristiana.
La sexta de las diez Asambleas generales ordinarias del Sínodo de Obispos de su prolífico pontificado afrontó el tema de la reconciliación con la consiguiente referencia al sacramento de la Confesión o de la Penitencia: medio ordinario para retornar a la plena comunicación con Cristo y con la Iglesia, después de haber cometido alguna falta grave. De ese Sínodo de obispos resultó la Exhortación apostólica postsinodal Recontilatio et penitentia.
Los temas centrales abordados por las siguientes cuatro reuniones mundiales del episcopado fueron: el laicado, el sacerdocio ministerial, los consagrados y los obispos.
Se deduce de esa secuencia temática la conducción por parte de Juan Pablo II y las diferentes Conferencias episcopales a la culminación de ese recorrido teológico y ascético hacia el sacramento de la Eucaristía, por lo que el próximo Sínodo de Obispos de octubre, tendrá como referente el misterio también considerado a lo largo del 48 Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara de octubre pasado.
Dicho Congreso fue preparado por Juan Pablo II de una manera mucho muy especial, aún sin haber podido concurrir personalmente por su precario estado de salud.
Primeramente publicó la Encíclica denominada Ecclesia de Eucharistia, para posteriormente solicitar a la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicar el 23 de abril de 2004 otro documento titulado: Redemtionis Sacramentum, en el cual se especifican disposiciones muy concretas sobre lo que es válido y lo que es inválido en este sublime misterio sacramental.
Otra confirmación del interés del Papa en este legado, es la declaración de 2004 como Año dedicado a la Eucaristía, para lo cual publicó el Documento: Mane Nobiscum Domine: “Quédate con nosotros Señor”.