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El valor de la familia/Addenda

Germán Froto y Madariaga

Tres temas estuvieron rondando por mi mente desde el fin de semana pasado: La ausencia de valores que impera entre muchos jóvenes. El caso de Yeidckol Polevnsky, candidata del PRD al Gobierno del Estado de México. Y la nueva fecha para celebrar el Día de la Familia, que es mañana.

En principio y como suele suceder no sabía por cuál de los tres decidirme para tratarlo en este espacio. Pero a fuerza de estar pensando en ellos, acabé por advertir que todos guardan una íntima relación y que como tales deben ser abordados.

No soy afecto a las fechas específicas que se señalan para una celebración determinada. Creo que cualquier día es bueno para celebrar a la madre, el padre, la mujer, el niño, el amor o la amistad. En ese contexto no hay razón por la que tengamos ahora que añadir a todas estas fechas que se fijan con fines comerciales, otra más con este mismo propósito.

No obstante ello, podemos aprovechar para bordar sobre el tema de la familia y su importancia dentro de nuestra sociedad.

De ahí partió mi reflexión cuando el fin de semana pasado leí en las páginas de este diario el desplegado suscrito por los colonos del fraccionamiento San Luciano en el que se preguntan: ¿Qué estamos haciendo?, en relación con los actos de violencia que se presentan en nuestra comunidad y al referirse al caso que fue motivo de dicha publicación, los firmantes sostienen: “Hoy por hoy, uno de nuestros hijos ha muerto... Hoy por hoy, uno de nuestros hijos está prófugo de la justicia”.

Los habitantes de dicho fraccionamiento analizan con seriedad y objetividad las dos caras del problema. Por un lado, la del hijo muerto. Por la otra, la del hijo prófugo. Las dos son causa de tristeza y nos deben llevar a admitir que todos somos responsables de lo que está sucediendo en nuestra comunidad.

Como se ha sostenido, no hemos sido capaces de inculcar a los jóvenes principios fundamentales como el respeto, la tolerancia, la prudencia y la honorabilidad. El clima de violencia en el que muchos de ellos se han formado los lleva a ver con naturalidad lo que en realidad no lo es.

Si en la casa ven que sus familiares se conducen con violencia física o verbal. Si crecen jugando a la guerra y a ver quién es el más fuerte y violento del barrio. Si eso es lo que ven en la televisión y el cine; en la prensa y la radio, ¿por qué nos asombramos que al llegar a la juventud esos sean los parámetros que rijan sus vidas?

En los lugares de diversión se permite el ruido ensordecedor que aturde; las bebidas alcohólicas corren como ríos y las medidas de seguridad brillan por su ausencia. ¿Qué se puede esperar de la suma de todos estos elementos?

La formación comienza en la casa. Es ahí en donde aprendemos a respetar a las personas. A amar a nuestros padres, hermanos y demás familiares. Donde tomamos contacto con la sabiduría de los ancianos.

Por eso me agradó mucho que Yeidckol enfrentara las críticas que se le formulaban por tener varias actas de nacimiento rodeada de su familia. Porque detrás de esos simples papeles oficiales está un drama familiar que ella aprendió a enfrentar con valentía y unidad.

Eso de que tenga varias actas de nacimiento es tan común, que en razón de mi trabajo yo veo pasar todas las semanas, por mi escritorio, entre quince y veinte procedimientos de rectificación de acta. Si no fueran tan comunes esos casos no existiría un procedimiento especial para ajustar las actas a la realidad.

Pero la entereza que demostró ella al enfrentar las críticas y dar la cara con el corazón abierto para contar la verdad apoyada por su familia, es una muestra más de uno de los valores fundamentales de este grupo social: La solidaridad y el auxilio mutuo. En mi caso personal, desde muy temprana edad aprendí el valor de la unidad familiar. Las reuniones en la casa con mis padres y hermanos; las que hacíamos frecuentemente en la casa de mis abuelas y la convivencia constante con mis primos, me marcaron para siempre y para bien.

Hasta la fecha, siento como si algo vital me faltara cuando no puedo, por razones de distancia, reunirme con mi hermano, hermanas y sobrinos. O con mi familia política. Y ni qué decir de la comunicación telefónica con ellos. Para mí es vital saber que están bien o si algo se ofrece en qué puedo ayudar.

Por ello, porque advierto en nuestra sociedad la ausencia de costumbres como las señaladas, es que me preocupa lo que ahora está pasando.

Y me preocupa, porque siento que estamos alimentando lo malo, los antivalores y menospreciando lo bueno.

No debemos olvidar que, como cuenta una vieja leyenda india, en nuestro interior cohabitan dos lobos: Uno bueno y uno malo. Los dos están en constante lucha. Y cuando uno pregunta: ¿Quién de los dos ganará? La respuesta es simple: El que alimentemos.

Creo que en las últimas décadas hemos estado alimentando al lobo malo.

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