Uno de los más grandes pensadores en la historia de la humanidad es Confucio. Más de 25 siglos han pasado desde que vivió este sabio chino y, sin embargo, sus enseñanzas siguen siendo Ley para millones de personas en todo el mundo.
Confucio llevó una vida austera, dedicada por completo al estudio. Durante su existencia se preocupó por encontrar la manera correcta de actuar y gobernar, pues creía que desde el poder podía alcanzarse la felicidad de la gente.
En una ocasión, mientras Confucio paseaba por el campo con sus discípulos, le llamó la atención escuchar a lo lejos el doloroso llanto de una mujer. Después de caminar un poco, encontraron a la mujer sentada ante una tumba. Confucio la levantó del piso, y después de haberla tranquilizado un poco, le preguntó la razón de su pena.
-“Un tigre mató al padre de mi esposo; después hizo lo propio con mi marido y con mi hijo”- contestó ella.
-“¿Y por qué no abandonas este lugar tan peligroso, no temes correr la misma suerte que tus familiares?” -le preguntó Confucio.
- “No señor, no tiene caso que me aleje de aquí. Prefiero permanecer junto a mis seres queridos, porque, aunque el peligro es grande, al menos me encuentro libre de la tiranía del Gobierno”.
-“¡Acuérdense!” -exclamó Confucio dirigiéndose a los discípulos que lo acompañaban. “¡Acuérdense bien de lo que acaba de decir esta mujer! ¡Es más temible el Gobierno cruel y opresivo que un tigre salvaje y devorador!”.
Más de dos mil años pasaron ya desde que Confucio asombró a los chinos con sus ideas. De aquel tiempo a nuestros días, los seres humanos han sido capaces de conocer la ciencia y difundirla, de encontrar la cura a miles de enfermedades, de llegar a la Luna, en fin, han logrado hacer descubrimientos e invenciones que son muestra clara del progreso de la humanidad. Sin embargo, a pesar de tantos adelantos y de ser cada vez más “civilizados”, aún seguimos sufriendo por los abusos e injusticias del Gobierno.
Los mexicanos nos hemos atenido, sexenio tras sexenio, a funcionarios públicos que poco hacen para conseguir el bien común, pero que mucho se afanan para satisfacer sus propios intereses.
Muy familiares son para nosotros palabras como “corrupción”, “malversación de fondos”, “abuso de poder”, “impunidad”. Ninguna de ellas son características de un buen Gobierno y, sin embargo, en México son parte imprescindible de cada administración.
Muy honda sigue siendo la herida que algunos ex presidentes hicieron al pueblo de México. Durante sus gobiernos conocimos lo que significa la impunidad, el autoritarismo y la demagogia; aprendimos cuán grande puede ser la ambición del hombre por conseguir todo el dinero y todo el poder.
Sin duda alguna, México es uno de los países más ricos del planeta. Al contrario de muchas otras naciones, aquí nos hemos dado el lujo de complacer los más excéntricos caprichos de cientos de personas que se dicen funcionarios públicos, pero que en realidad son los mayores ladrones que en México existen.
Triste es reconocer que poco hemos avanzado en lo que al uso del poder se refiere. Tendremos una gran cantidad de adelantos tecnológicos y la cura para muchos males del cuerpo, pero no la hemos encontrado aún para los males sociales.
No hay nada de malo en que el hombre busque el poder, esa es parte de la naturaleza nuestra. El problema reside en la manera en que el poder ha sido utilizado. Si como ciudadanos somos incapaces de exigir a los gobernantes que utilicen su poder siempre en función del bien común, seguiremos conociendo cada día ejemplos de abuso de autoridad y de injusticias. Si los funcionarios públicos no hacen algo por reconocer que el poder es del pueblo y para el pueblo, al igual que la mujer que lloraba la muerte de sus parientes, prefiero ir al campo y saciar el hambre de un fiero tigre, antes de seguir a la merced de los caprichos de los malos gobernantes.
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