Segunda y última parte
Podría creerse que el tráfico de candidatos y la venta de alianzas en los términos que se practican valen sólo para el ámbito de las competencias electorales estatales o municipales y que ese es el único problema que afecta a los partidos políticos. Pero no, en el ámbito federal, los partidos están en cierto modo haciendo lo mismo: promoviendo el voto inútil. La mayoría de los gobernadores priistas que le exigen reglas y transparencia a su dirigente partidista, Roberto Madrazo, para elegir al candidato presidencial, niegan en su dominio lo que exigen en la escala nacional. El PRI resintió divisiones y fracturas en Veracruz, Hidalgo, Tamaulipas y, no se diga, en el Estado de México a la hora de elegir el candidato al Gobierno de la Entidad correspondiente. Suena a risa ver a Miguel Alemán, Manuel Ángel Núñez, Tomás Yarrington y, desde luego, a Arturo Montiel enarbolar su reclamo sin ver lo que hicieron en su respectivo Estado. La oferta que hacen al electorado es de carcajada: exigen democracia los antidemócratas a un antidemócrata. Vaya elenco que le ofrecen al electorado. A su vez, al panismo que no logra integrar un Gobierno le sobran precandidatos presidenciales. Todos esos precandidatos, sin embargo, tienen un denominador común. Presentan como su mejor carta credencial el número de fracasos acumulados en los distintos cargos o representaciones que tienen o tuvieron. Exhiben su ambición, pero esconden su trayectoria. Qué han hecho Santiago Creel, Felipe Calderón, Francisco Barrio, Carlos Medina Plascencia o, peor aún, Alberto Cárdenas para creer que, verdaderamente, tienen los méritos para ocupar la silla presidencial. La reforma del Estado, la reforma energética, la lucha contra la corrupción, el ungimiento de Medina Plascencia como gobernador o la cantidad de yerros de Alberto Cárdenas hablan de una colección de fracasos y no de una corona de logros. Cómo pretenden ocupar una posición mayor, si no llenan o llenaron la que tienen o tenían. En el caso de Andrés Manuel López Obrador o de Cuauhtémoc Cárdenas la situación es diferente pero, en el fondo, no muy distinta. Para ellos, la ambición de poder atropella hasta su propio partido. Con todas sus diferencias, Andrés Manuel vive lo que vivió Fox: él escoge a su partido, no necesariamente su partido lo escoge a él. Él antepone un movimiento al partido, él antepone el proyecto al partido, él antepone la agenda al partido, él antepone el calendario al partido, él antepone sus operadores al partido... No es un hombre de partido, es el partido de un hombre. Y Cárdenas, en ese sentido, no es distinto. Ya no puede, pero también jugó, no a ser un hombre de partido, sino al partido de un hombre. Recuérdese si no cuando la derrota de 1994, la adjudicó al partido. Él no tuvo un solo error. Y la otra parte curiosa de Cárdenas, navegar sin nunca rendir cuentas, amparado en un liderazgo moral que de más en más diluye. *** Esos son los partidos y los hombres que se presentan ante el electorado como los mejores. Todos los precandidatos exhibiéndose como hombres desapegados por completo de las instituciones, ajustando los principios y los valores políticos al ritmo de su ambición, todos actuando, no en función de la responsabilidad institucional que tienen, sino en atención a la ambición personal que abrigan. Todos promoviendo, sin querer o adrede, el voto inútil. Así, fortalecen su muy particular idea de democracia. ¿Se puede elegir, cuando no hay de dónde escoger? ¿Se puede elegir, cuando no hay oferta?