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Elecciones en Hidalgo/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Pasado mañana se renovarán la legislatura y el Poder Ejecutivo en Hidalgo. A diferencia de lo ocurrido en los comicios del seis de febrero, en que el PRI fue derrotado en dos entidades y en la tercera aunque obtuvo mayoría quedó severamente cuestionado en las urnas y lo será en los tribunales, en la Entidad hidalguense la estructura de dominación gubernamental que da sustento al Tricolor se mostrará en toda su eficacia. Después de la victoria oposicionista en Guerrero, Hidalgo queda como uno de los últimos reductos del priismo tradicional, autoritario y corrupto.

Las encuestas permiten prever el triunfo de ese partido. Reforma realizó su medición el cinco y seis de febrero y halló que Miguel Ángel Osorio Chong, candidato del PRI y el PVEM tiene el 59 por ciento de preferencias electorales, contra 20 por ciento en favor de José Guadarrama, del PRD, a quien sigue muy de cerca el candidato panista José Antonio Haghenbeck, con 18 por ciento.

Arturo Aparicio, del PT, se quedó en tres por ciento. El Universal realizó su ejercicio entre el tres y el seis de este mes y halló tendencias semejantes, si bien la brecha entre el primero y segundo lugares en levemente menor: por el PRI sufragará según ese sondeo 56 por ciento; por el PRD 22 por ciento; 19 por ciento por el PAN y el mismo tres por ciento por el PT.

Una diferencia de 39 puntos (y aun la de 34 puntos) es abrumadora y difícilmente corregible en las urnas el domingo próximo. Es que el partido gubernamental dispone de mecanismos clientelares, de compra y coacción del voto y de sanción social contra la disidencia que se tornan en mayoría.

La estructura del Gobierno contribuye poderosamente a ese efecto: los delegados de la secretaría de Desarrollo Social son los jefes políticos del porfiriato, dadores de beneficios (que ni siquiera palian y sí eternizan la miseria) y por eso entre ellos se recluta a los candidatos a diputados o los coordinadores de sus campañas. El candidato priista fue designado a dedo por el gobernador Manuel Ángel Núñez (que con preferencias electorales que no alzan más del cuatro por ciento juega a que es presidenciable) no porque sus prendas fueran las mejores entre los miembros del elenco disponible sino acaso precisamente por lo contrario.

Osorio no es el de la más dilatada trayectoria, ni el de mayor presencia en el ámbito nacional ni el de mejores aptitudes políticas o técnicas. Fue elegido por su docilidad, por las seguridades que ofrece al gobernador saliente, necesitado de no salir del escenario público en el que hoy se encuentra mediante onerosa propaganda a cargo del erario local.

Lo veremos figurar a partir de abril en la Presidencia del consejo de administración de una empresa que gestione y opere un aeropuerto industrial (obra de la cual están urgidos quienes compraron tierras cuando se intentó construir la terminal aérea de la ciudad de México en los municipios de Zapotlán, Tolcayuca y Tizayuca). O podría recibir otros encargos, a la cabeza de negocios inmobiliarios disfrazados de un noble impulso cultural; o del club de futbol Pachuca, una suerte de empresa paraestatal disimulada.

Como el propio Núñez, Osorio apenas desempeñó cargos relevantes: la secretaría de Gobierno y la diputación federal, si bien aventaja a quien será su antecesor en experiencia partidaria, pues presidió el comité estatal priista. Ahora ocupa esa posición, desde la cual somete ya al candidato, el ex rector de la Universidad local Gerardo Sosa, quien aspiraba a la gubernatura y se apoderará del priismo local como lo hizo con la Fundación Universitaria, trocada en Fundación Hidalguense para mejor servir a sus intereses personales.

Su oponente principal, el candidato perredista, llegó a esa posición no obstante una biografía que hace inexplicable su postulación y en una coyuntura que dividió al PRD en vez de convertirlo en partido triunfador como supone el cálculo de los pragmáticos.

Priista desde los 19 años (nació en 1948) ha sido alcalde, director, subsecretario y secretario de Gobierno, nada de lo cual hubiera sido posible si realmente fuera ajeno, como hoy se proclama, al grupo dominante del PRI.

Fue también diputado federal dos veces y senador de 1994 a 2000. En esa posición se hallaba cuando en 1998 participó en la contienda por la candidatura del PRI a la gubernatura.

Fue de verse el duelo de marrullerías entre los propulsores de Núñez, que a la postre fue candidato por voluntad del gobernador Jesús Murillo, depuesto en esa coyuntura y el propio Guadarrama, que había dado brillo a sus galones de alquimista en lances contra el PRD (y el PAN también).

Inconforme con el resultado, integró un grupo de presión, el Frente Democrático Hidalguense y amenazó con irse del PRI, decisión que sólo concretó años después, tras su participación en el equipo electoral de Francisco Labastida.

Entonces se aproximó al perredismo abiertamente (aunque de modo subrepticio era antigua su liga con dirigentes de ese partido) y aun se apoderó de él con el espejismo de la gubernatura.

Impugnada su postulación por varios grupos, la sacó avante la corriente Nueva Izquierda, de los Chuchos, que puso al presidente del partido, Leonel Godoy en el deplorable trance de tragarse sus palabras (renunciaría si Guadarrama era candidato) y aun en el de apoyarlo con entusiasmo expresado en carcajadas compartidas con el ex priista a quien se abrió expediente en el PRD por abiertas violaciones a los derechos humanos.

Un 22 por ciento de perredistas no votará por él.

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