El País
Madrid, España.- Dieciocho años cumplidos en septiembre. Tez pálida, cintura de Barbie y unos ojazos que se comen el mundo. Cantante, actriz y estudiante universitaria. Simpática y poco pretenciosa. Emmy Rossum describe con fingida humildad su currículo de superdotada que le ha permitido trabajar con los grandes del cine, la ópera y la música pop. El talento, dice ella, se nutre con esfuerzo, dedicación y mucha preparación. ?Siempre he creído que algún día triunfaría si me mantenía fiel a mi visión. Nunca ha sido mi objetivo ser una estrella, sino una buena intérprete?, comenta la actriz.
De niña, en la Ópera Metropolitana de Nueva York, cantó con Plácido Domingo, Sylvia McNair y otros solistas en cientos de producciones. Dolly Parton le propuso un dúo al escuchar su voz country en Songcatcher, el filme de Maggie Greenwald. Después, Clint Eastwood y Roland Emmerich ajustaron las fechas de sus respectivos rodajes de Mystic river y El día de mañana para acomodar a esta promesa neoyorquina. ?Te sientes especial cuando directores de tan alto calibre te eligen para sus filmes. Debo de tener una hada que me guía hacia los mejores proyectos?.
Con la película musical El fantasma de la ópera, debuta como protagonista de una superproducción. Bajo la dirección de Joel Schumacher, interpreta a Christine, pupila y obsesión amorosa del mítico desfigurado al que da vida el escocés Gerard Butler. ?El aspecto musical no me resultó difícil dada mi formación clásica de soprano, desde los 6 a los 11 años. Dramáticamente sí fue duro. Es un personaje emocionalmente complejo. Tuve que hurgar en mi interior y dar con el nivel en el que el canto y la interpretación se fusionan de un modo realista?.
?Soy muy parecida y, al mismo tiempo, muy distinta a Christine. Ambas buscamos amor, protección, una salida creativa? Somos compasivas y apasionadas. Pero yo soy feliz, nada solitaria y mucho más divertida. Ella está perdida en un mundo dominado por varones y lucha por superar la dependencia, el miedo y el amor que siente por este hombre que es, a la vez, su mentor y musa?.
Rossum impuso hace tiempo su valía. Con 11 años, dejó la ópera harta de comprobar que las niñas no podían aspirar a papeles protagonistas. ?Prefieren a los niños aunque a esa edad las voces son iguales. Es la tradición. Me decidí entonces por la interpretación y ahora, al menos, sólo compito con actrices. Ya no doy importancia a la competencia, y me concentro en lo que puedo aprender de directores y colegas. Necesito sobre todo aprender a distanciarme de mis personajes?.
Se engancha a los papeles que interpreta, pero no a los actores. ?No hay artistas en mi familia ni entre mis amigos. Mi padre es banquero; mi madre, fotógrafa corporativa. No me veo con un actor de novio. Prefiero a alguien que lleve una vida real. Sólo confío en la gente que conozco desde hace muchísimo tiempo. Sé que están conmigo por buenas razones?. La desconfianza le viene de lejos. De un elitista colegio privado, donde estudió de niña. Hizo la secundaria con un tutor en casa para después apuntarse a cursos por Internet de francés e historia del arte un programa para jóvenes superdotados de la Universidad de Stanford. Actualmente, combina el trabajo con estudios de filosofía y literatura inglesa en la Universidad de Columbia, en Nueva York. ?Me cogieron manía en el colegio. Me marginaron, no por ser fea o rara, sino por algo tan superficial como un corte de pelo. Llegué a clase el primer día con el pelo corto y rizado. Todas las demás lo tenían rubio y largo. Me lo dejé crecer y, ese año, ellas se lo cortaron. Mis esfuerzos para ser popular resultaron vanos. Pero aprendí la lección. Nunca más intenté encajar. Esas misma niñas ahora me llaman preguntándome por qué no somos amigas. ¿No os acordáis que yo no os gustaba??.
