Antes de salir del Edificio Central, Roberto Aguilar Vera escuchó un fuerte ?goya? y un prolongado aplauso del adiós.
Su cuerpo recorrió por última vez los pasillos universitarios, en donde se elevó hasta ser ?grande? y ejemplo a seguir. El requinto y la guitarra entonaban ?Amor eterno?, y un dolido contingente de negro, ojos llorosos, caminó pausado.
Faltan 15 minutos para las cuatro de la tarde. Del vetusto edificio sale el féretro de madera del querido universitario que llegó a ser rector. Es un día de primavera cálido, sin nubes y un intenso sol. De aquí va a Catedral, a la misa de réquiem, para descansar en su última morada.
Han pasado 45 minutos desde que el secretario general de la Universidad Juárez, Salvador Rodríguez Lugo, colocó el cubrecaja de color azul rey, en la que posan los característicos pumas encontrados y las dos emblemáticas letras del origen universitario: IJ (Instituto Juárez), en el fondo.
Entró acompañado de su esposa María Elena Durán y sus hijos, sus entrañables amigos que estaban inconsolables, de las autoridades universitarias y de conocidos que lo querían y lo estimaban.
El aula Laureano Roncal resulta insuficiente para tanto amigo que lo quiere despedir, desde conocidos políticos, que han gobernado el estado y el municipio, funcionarios de dependencias estatales, maestros compañeros y alumnos del Colegio de Ciencias y Humanidades en donde fue director fundador y maestro de muchas generaciones.
Enrique Arrieta Silva fue uno de los oradores que recordaron a Roberto Aguilar Vera como un deportista ejemplar, un luchador estudiantil, como un maestro universitario, director del CCH, como funcionario universitario, rector y secretario general, como vocal ejecutivo del Instituto Federal Electoral y delegado del entonces Instituto Nacional Indigenista.
Roberto le hace falta a la UJED, a Durango, a su familia, a todos, son las palabras que resuenan con esa voz grave del descendiente de revolucionarios duranguenses. Recordó su permanente sonrisa, ?no hubo problema que pudiera desdibujarla, por muy dura que fuera la adversidad?.
Lo recordó como un hombre sencillo al que no le interesó la riqueza material: ?Sentimos tu ausencia pero nos consuela su recuerdo, su ejemplo de hombre de bien?.
Otro entrañable amigo, Jesús Arreola Rocha, lo recuerda como al universitario, el poeta, escritor, luchador, como el político, el soñador.
Después de las guardias de honor sale Roberto, en medio de un gran aplauso, y su familia extiende sus manos en la madera, y lo acompaña. Recorre el pasillo tranquilo y va a acompañar a José Ramón Hernández Meraz, sabiendo que deja huella.