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En el cumpleaños de Beethoven

Las laguneras opinan |Mussy Urow

Contar con este espacio para comunicar nuestras ideas y compartir opiniones e información diversa con los lectores de este diario, es una oportunidad que agradecemos. Es también una gran responsabilidad, compartida con mis compañeras de columna, hacia las personas que nos hacen el favor de leernos.

Hay ocasiones en que nos resulta particularmente difícil concretar un tema. En mi caso, y sin afán petulante, me cuestiono muchas veces la urgencia de escribir acerca del último evento; muchos temas ya han sido comentados por analistas de autoridad y con mayor conocimiento, tanto en la prensa escrita como en programas de radio y televisión. No estoy sacrificando perlas de sabiduría. Lo que específicamente me incapacita es la frustración y el agobio ante el triste panorama de tantas cosas que siguen ocurriendo en nuestro país y cuyo remedio no se ve por ningún lado, aún cuando nos cansemos de leer y opinar sobre lo mismo; y no se verá cambio alguno mientras siga al frente de gobiernos y partidos esa clase política que hoy se ostenta en “tregua navideña”, representando la farsa de trabajar y postularse por el bien común.

Qué mezquino espectáculo ofrecen en todos los niveles: los que están por terminar y se van tan campantes después de haber incumplido o repetido lo que juraron no hacer; o los que se preparan para asumir nuevos y mejor remunerados cargos; los que se están estrenando en su función y desde el primer día se promocionan para que veamos lo bien que lo están haciendo o los que aún no son nada todavía pero están en la más descarnada lucha por llegar: sea a nivel municipal, estatal y/o federal.

Nos derrota el cinismo de unos o volvemos a creer con pasmosa ingenuidad en las falsas y sobadas promesas de otros, cuando una rápida revisión de la historia (ya no digamos regional o nacional) nos demostraría que desde la época de los antiguos egipcios, o más reciente aún, de la república romana en tiempos de Julio César, el soborno, las zancadillas y descalificaciones, la demagogia y la corrupción eran prácticas viejas y comunes. Lo mismo puede decirse de la motivación original desde aquellos tiempos: el poder por el poder, disfrazado de corona y cetro, tiranía, dictadura o democracia.

Se creería que cinco o dos mil años después, en la carrera por el poder, algunas cosas tendrían que ser diferentes, pero no es así. Quienes lo buscan, y en cualquier lado, siempre son los mismos. Y ahora, más que nunca, vivimos en una época de falsos héroes.

Impera en forma absoluta una serie de antivalores promovidos por el más dominante: el poder económico, a cuyo servicio e incremento se suman la mercadotecnia y su vástago, el mercantilismo despiadado. Cualquier cosa es materia para publicitarse y venderse. De esto podría citar muchos ejemplos. Para no incurrir en terrenos políticamente sensibles, voy a dar un ejemplo neutral, que puede aplicarse a cualquier circunstancia: “(...) ¿sabían ustedes que los estudios multimillonarios de producción cinematográfica han conseguido que se les haga muchísima publicidad gratis al usar ropa o comprar productos con imágenes de los personajes que han creado en sus películas? ¿Saben que al hacerlo les estamos pagando a ellos por anunciar sus productos? La economía moderna se basa en la premisa de que existe un mercado potencial para casi cualquier artículo que se pueda producir, sin considerar su valor verdadero, su efecto sobre el ambiente, la obsolescencia planeada o el hecho de que quizá nadie lo necesite. La publicidad es el medio de presentarnos este artículo a los compradores potenciales”. (Cómo cultivar el espíritu del niño en un ambiente laico, Aline D. Wolf, Parent Child Press, Pa, USA.) Y en nuestro país, el producto actual es cualquier candidato presidencial.

La desesperanza va ganando terreno. Las cosas que en el antiguo Egipto o en la Roma Imperial eran cosa de todos los días, siguen vigentes, con la de que ahora ya somos muchos más, de modo que la injusticia y la desigualdad de los muchos es mayor, pero la voracidad de los menos es la misma. En nuestro país, las leyes que sí se aprueban son aquellas que benefician los intereses de unos cuantos. Se fomenta el crecimiento económico de las regiones, siempre y cuando éste involucre los bienes raíces de los políticos o de quienes medran a su sombra.

Dirán que eso pasa también en otros países; saberlo no es consuelo porque sí existen otros en donde no pasa y nuestra aspiración es que México sea de ésos.

El camino se ve muy largo. Tal vez el ejemplo de Chile, donde por primera vez en América están a punto de elegir (¡y no en sustitución de su marido!) a una mujer como presidenta, tengamos oportunidad de ver, en otro país, claro, una actitud diferente.

Cuando estos pensamientos se desencadenan, la sensación de impotencia y frustración crece y según los sicólogos, no hay que ciclarse porque no se resuelve nada y quedamos sumidos en una grave depresión. Hace algunos días leí un artículo del escritor Carlos Fuentes, dedicado al reciente premio Nobel de Literatura, Harold Pinter. Fuentes se refiere al dramaturgo como “el ciudadano y el artista que se complementan, en el sentido que, antes de actuar en el mundo, cada uno de nosotros, palabras más, palabras menos, actúa en su casa. Y mientras no te ajustes a tu propia casa –a tu mujer, a tus padres, a tus hijos, a tus amigos, a tus sirvientes-, ¿cómo vas a salir a dar ‘las batallas del mundo?’”.

De modo que gracias a mi padre, que me hizo el gran regalo de presentarme desde la infancia a Beethoven, cuando me siento así de frustrada y deprimida, recurro a la paz y al gozo de escucharlo y poco a poco, vuelve a surgir mi fe en el ser humano y me alienta a seguir dando “las batallas del mundo”. Mi papá siempre ha dicho que la música de Beethoven es para escucharse en el cielo, pero que Dios nos lo prestó en la Tierra, y que vivió únicamente 56 años, porque lo necesitaba allá con Él.

Hoy, 17 de diciembre, se cumplen 235 años del nacimiento de Beethoven. Se dice que héroes son aquellas personas que hicieron lo necesario, enfrentando las consecuencias y las circunstancias. Beethoven, el genio musical que superó la peor carencia que puede sufrir un músico, es uno de mis héroes favoritos. En el idioma maravilloso de la música nos dice que los hombres podemos ser hermanos y yo escojo creerle. Los genios y los héroes no se dan en maceta. Son poquísimos porque deben servir de paradigmas, de inspiradores, de faros a cuya luz (o música) nos acerquemos para saber que sí es posible y que en las peores circunstancias, el maravilloso espíritu humano no puede ser derrotado por la avaricia de unos pocos. ¡Feliz cumpleaños, Beethoven!

Y a todos Ustedes, apreciados lectores que dedican unos minutos de cada sábado a leernos, les deseo que en sus hogares haya siempre paz, salud y alegría; y que en estos días de fiesta, se den un regalo más y ¡escuchen a Beethoven!

Correo electrónico: urow43@prodigy.net.mx

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