Ahora que tantos “buitres” están sobrevolando la ciudad de Roma esperando algunos de ellos con ansia, ese hecho cierto aunque resulte incierto el momento en que se lleve a cabo, referente a la muerte física de Juan Pablo II quisiera recordar frases vertidas por el Sumo Pontífice justamente cuando en su 83 cumpleaños recibió a un grupo de poloneses.
Ese día el Papa consideró con plena lógica que se acercaba el día en que entregará su alma al Creador, por lo que se prepara intensamente para ese momento en que se presentará ante Él para rendir cuentas del modo en que hizo rendir su vida, pero que confía plenamente en la Misericordia Divina y la intercesión de la Virgen para ese momento crucial que es meta necesaria en la vida de cualquier persona, aun cuando a veces no queramos considerar esta absoluta verdad.
El Papa por supuesto que no dijo esas frases en tono dramático ni buscando compasión, al contrario, con la alegría y esperanza con la que un buen cristiano añora seguir viviendo.
El Santo Padre nos ha dado muestra plena en los últimos años de lo que es ser fiel hasta el final, de no dejar las cosas inconclusas, así las piernas ya no resistan, así los dolores físicos se incrementen y las enfermedades y las medicinas utilizadas para tratar de sanarlas provoquen efectos secundarios de difícil control.
Nos está dando ejemplo también de lo que es vivir en plenitud esa etapa de la vida que la sociedad contemporánea tanto subestima, cual es la de la ancianidad, de la decrepitud física, que al mismo tiempo de la etapa humana de la excelencia de la experiencia.
Por todo ello repite con sus acciones más que con sus palabras: “No pretendan bajarme de la Cruz que me ha dispuesto Jesucristo: Déjenme culminar hasta el último momento la obra que Dios y la Iglesia me han pedido”.
En este punto se vuelve a constatar como la lógica de Dios no es comprendida por la ilógica de la sociedad materializada contemporánea que desearía haber jubilado ya al “viejito” aquél, para que su mensaje, expresado en estos momentos sobre todo en ese ejemplo de fortaleza ante el sufrimiento y las limitaciones físicas, no intranquilice a ese modo apoltronado y conformista de vivir, lleno de sensualidad, hedonismo, superficialidad, comodonería y falto de lucha, que es propio de la sociedad contemporánea, sobre todo la más opulenta.
El Papa no se detiene en esas autojustificaciones, compensaciones o consentimientos a los que estamos tan acostumbrados la mayoría de los mortales en estos inicios del siglo XXI. Hasta hace pocos días seguía desplegando una actividad que agota a colaboradores suyos mucho más jóvenes, simplemente porque tiene esa urgencia de apurar hasta las últimas gotas el encargo recibido por Dios a través de su elección a la cátedra de San Pedro, pero eso tampoco le distrae en ese pensamiento sobrenaturalizado de preparación a la buena muerte, cuando Dios así lo quiera.