“Todos los días la gente se distancia más de la Iglesia y se acerca más a Dios”.
Lenny Bruce
Cuando el cardenal polaco Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, asumió la dignidad de obispo de Roma y sumo pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana el 22 de octubre de 1978 tomó el nombre de Juan Pablo II. Esto era ostensiblemente un homenaje al papa Juan Pablo I, Albino Luciani, cuyo pontificado había durado apenas 34 días. Pero había también en la decisión un mensaje de que el nuevo papa buscaría conciliar las dos posiciones distintas, quizá contradictorias, que habían mantenido los dos predecesores previos: Juan XXIII y Paulo VI.
Juan, un papa liberal, lanzó el Concilio Vaticano II que buscaba un aggiornamiento de la milenaria Iglesia Católica. Falleció, sin embargo, en 1963, cuando los trabajos apenas se iniciaban. La tarea de conducir la mayor parte del concilio le tocó, por lo tanto, a Paulo, un pontífice más conservador, quien impulsó reformas importantes en la liturgia, como la adopción de las lenguas vernáculas en la misa y el oficio de cara a los feligreses, pero mantuvo la vieja línea conservadora en los temas morales.
Juan Pablo II ha pretendido durante casi 27 años ser fiel a las dos tradiciones -una liberal y la otra conservadora- que se expresan en su nombre compuesto. Así, confrontó decididamente a los regímenes autoritarios comunistas de la Europa oriental, contra los que había luchado toda su vida como sacerdote y obispo, pero ha cuestionado también las injusticias del capitalismo y el libre mercado. En diversas ocasiones, por otra parte, ha pedido disculpas públicas por los actos históricos de intolerancia de la Iglesia, como la persecución de los judíos, las torturas y ejecuciones de la Inquisición, el genocidio y conversión forzosa de los pueblos indígenas de América e incluso el juicio de Galileo.
Juan Pablo II ha sido un papa moderno y “globalizado”. Desde un principio entendió la importancia de los medios para mantener vigente a la Iglesia y se convirtió, de hecho, en un personaje mediático. Se ha negado también a encerrarse detrás de los muros del Vaticano. Ha sido un incansable viajero, lo cual lo ha puesto en un contacto más directo con los fieles de muchos lugares del mundo. Por esta actitud pastoral hay en Juan Pablo algo de Juan XXIII.
Pero al igual que Paulo VI, Juan Pablo ha sido estrictamente rígido en su interpretación de las reglas morales del catolicismo. De hecho, quizá esta tendencia estaba ya presente cuando participó en la redacción de la encíclica Humanae vitae (1968) de Paulo VI, con la que se prohibieron los métodos anticonceptivos artificiales.
Ya como sumo pontífice, Juan Pablo se ha negado a modificar la posición tradicional de la Iglesia en temas como el uso de anticonceptivos, el sexo fuera de matrimonio, la ordenación de las mujeres y el celibato de los sacerdotes. Esta actitud ha generado un abismo creciente entre la Iglesia y los católicos. Una consecuencia ha sido una crisis de vocaciones, que ha significado una reducción importante en los jóvenes que optan por el sacerdocio. Otra es el deterioro de la autoridad de la Iglesia, conforme aumenta el número de católicos que tienen relaciones extramaritales o utilizan métodos anticonceptivos a pesar de la prohibición expresa. Quizá una tercera y más inquietante para el futuro de la institución, es el número de católicos que han abandonado la práctica habitual de esta fe o que se han unido formalmente a otras iglesias.
Tarde o temprano la Iglesia tendrá que reconsiderar su relación con una sociedad que está en constante transformación. Una decisión crucial en este sentido será la elección del papa que suceda a Juan Pablo II. Nadie quiere hablar del tema, porque tocarlo parece expresar un deseo favorable a la muerte de un papa realmente muy querido por los católicos. Pero los cardenales que participarán tarde o temprano en el cónclave tendrán que decidir si quieren realmente una Iglesia que acompañe la vida cotidiana de los feligreses, para lo cual necesitarán un reformador al estilo de Juan XXIII o si prefieren una que se aferre a las reglas del pasado y se limite a ser una institución a la que la mayoría de los fieles sólo acude a bodas, bautizos y funerales.
Juan Pablo II ha buscado conciliar en su papado dos tendencias contrastantes en el seno de la Iglesia Católica. Pero quizá a su sucesor le toque avanzar con más claridad hacia una renovación profunda de la institución.
SEGURO POPULAR
Si Andrés Manuel López Obrador no acepta un programa como el Seguro Popular porque los trabajadores pagan una prima por adelantado, entonces seguramente tratará de eliminar el IMSS y el ISSSTE si tiene oportunidad. Después de todo, también los derechohabientes de estas dos instituciones pagan una prima de seguro.
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