Las circunstancias suelen traerte a tu realidad. A pesar de lo que creas haber hecho en la vida, o de lo que creas haberte relacionado, puedes seguir siendo un desconocido. En algunas personas, de nada vale que acumules logros, en otras, el no tener ninguno no es impedimento para disfrutar de la gloria, o del puesto, o del sueldo, o del nombre.
Tú crees llenar tu nombre de contenidos, pero te desengañas cuando llegas a preguntar por alguien que piensas te conoce y resulta que tu nombre no le dice nada. Hace tiempo comencé a escribir un texto que decía lo siguiente:
?Antonio Manuel puede suplantarse por cualquier nombre; si no existiera el mundo de los significados y el largo tiempo transcurrido para lograr que el suyo signifique lo que significa; poco le importa si los demás concuerdan que Antonio Manuel debe de sonar como suena a sus oídos. Él no tiene otros para escucharlo de forma diferente; de seguro, oídos extraños pertenecerían a una historia ajena a la suya y a la de ese nombre, que suena como suena, y él quiere que suenen así: es la forma de transportarse a sus recuerdos y recuperar una dimensión donde se consideraba feliz. Esta posibilidad es parte de la magia de los nombres; ya tienen contenido que es pasado, que es referencia a la cual se puede recurrir sin tener miedo por lo desconocido. En el recuerdo entra uno como en su casa, porque en realidad es su casa, la envoltura que lo rodea, su corteza, adherida a otras cortezas del pasado, donde se van a incrementar cortezas del futuro, forjando entre todas el grosor de su trono. Un corte transversal indicaría los años, las eras, los sueños, los sucesos, los triunfos, las derrotas, las aventuras, el vacío, la risa, el llanto, el amor, el odio, la desesperación, la calma, las vacaciones, los trabajos, las ilusiones, las decepciones. Todo está ahí, todo lo narran las cortezas que lo forman, todo queda grabado en sus neuronas, todo esto se convierte en un laberinto por donde vaga cotidianamente encontrando la salida, o la no salida, o el sentido, el sin sentido. No puede negar que ese contenido pertenece al Antonio Manuel que a él le suena como le suena y no puede sonarle de ninguna forma porque así está afinado y no quiere afinarlo de otra manera; así le gusta que suene, así le gusta que sea, así le gusta que lo llamen, así le gusta que lo recuerden. Acepta que el nombre, y los apodos de él derivados, es su pertenencia, nada más eso; lo único que se llevará cuando muera: su nombre?.
Después de 30 años de escribir en los periódicos locales, después de ocho libros publicados, después de cinco premios literarios locales, uno estatal y una mención nacional, en una institución de cultura local deberían de conocerte; sobre todo si a veces has ido. Pero así pasa. Te reconocen la fisonomía, pero no sabes quién eres. No suenas. Te confunden con el que va a pedir algo, a lo mejor eso es, por mi maldita costumbre de vender mis libros a los que pienso les puede interesar (todo mundo vende algo: ropa, coches, dulces; yo, a veces, vendo libros, porque me gusta escribirlos y los escribo para que alguien los lea. No sé por qué deba sentirme mal por ello, pero a veces me siento mal). Esta vez iba a vender otra cosa, pero sí, me sentí como no entendiendo el divorcio entre lo que crees hacer bien y el conocimiento que de eso debería de tenerse. (Por eso mi insistencia el artículo pasado de reconocer a Jaime Muñoz).
A lo mejor la cultura es administración y no creación. Los que administran tienen un sueldo, los que crean va por su cuenta y riesgo. A veces hay algunos apoyos; mínimos y míseros; eso ya es mucho. Uno para todos los que escriben en el Estado. Uno para todos los que pintan; y así.
Hay varios puestos para administradores y con buenos sueldos mensuales; todo mundo tiene qué conocerlos, los periódicos hablan frecuentemente de ellos. Así es la vida. Más vale aceptar que tu nombre, a pesar de lo que hagas y logres, también será polvo; o en polvo se convertirá.
