A 195 años de que don Miguel Hidalgo y Costilla llamara al pueblo a revelarse en contra del gobierno peninsular, hemos vagado en la historia sin tener la seguridad de cuál va a ser nuestro puerto. En nuestro interior, los contrarios se enfrentan y la falta de interés por la información que pueda reconciliar esta lucha, hace más difícil la solución a nuestros problemas. Sabemos partecitas de nosotros pero no las unificamos para sabernos todos completos. Preferible es recurrir a la demagogia, o desear el oropel de otras naciones, o hacer popular el juego de la corrupción, o salvarnos sin importar que la nave se hunda.
Desde hace mucho dejó de ser operativo el nacionalismo romántico del siglo XIX. La patria mira hacia el futuro pero lo que a muchos no nos gusta es el papel que nos toca jugar en ese futuro. La patria se mira en un pasado que siempre le han hecho confuso. Cuando uno huele a engaño deja de creer para siempre en lo que le dicen; y sin embargo, para solucionar definitivamente nuestros problemas habría que unir pasado con futuro para rectificar constantemente la dirección que llevamos; nuestro sentido de ser como hombres, nuestro sentido de ser como nación.
Si nuestros partidos políticos han perdido su sentido de ser como opciones ideológicas, si se han convertido en una mascarada donde pululan los intereses particulares y la falta de compromiso; ¿qué podemos esperar de nuestro pobre país que en vez de a ideólogos, tiene que mantener la demagogia descarada que se ha vuelto dimes y diretes, Mejorales para el cáncer, feria de vanidades envueltas en escándalos costosos? ¿De dónde eliges a los conductores de tu futuro? ¿Qué no hay más? La patria, mi patria, la patria de nuestros hijos; ¿en dónde están los cimientos profundos y fuertes que auguren su preservación? No lo sé; de lo único que estoy seguro es que en las opciones que se nos presentan no están. Si ellos mismos no se convencen los unos a los otros, cómo quieren que nosotros nos convenzamos.
¿Para esto fue la independencia, para esparcir por la nación luchas individualistas que lo único que buscan es satisfacer codiciosos? Los millones danzan al compás que les tocan los políticos; así olvidamos por qué perdimos Guatemala que era parte de nuestro territorio independiente, así olvidamos por qué perdimos el norte, así olvidamos por qué Santa Ana volvía a su antojo a la presidencia, así olvidamos que sólo una dictadura fue capaz de consumar nuestra unificación.
La patria no se construye poniéndonos zancadillas. ¿Quiénes son los buenos? ¿Quiénes son los malos? A estas alturas yo no lo sé. Todos han acabado por tener una doble cara. Los partidos se dividen a su interior ¿esto generará subpartidos? ¿Habrá presupuesto que alcance para mantenerlos a todos? ¿Será cultivo para que los partidos pequeños, o familiares, sigan disfrutando de la buena vida que les da un presupuesto? Esto tampoco lo sé. Lo que sí sé es que ésta es la mejor manera de acabar con la nación y con los resquicios que quedan de nuestra cultura. Divide y vencerás. ¿A quién le interesa que permanezcamos divididos?
Lo peor de todo es que a muy pocos les importa cuestionarse. La política es un circo y nada más: al mexicano lo han rodeado de circos, de antros, de fugas; lo han ido desprendiendo de su compromiso humano y social. Todo lo vamos reduciendo a su mínima expresión; todo lo vamos acoplando a la oferta y a la demanda, hasta la educación. Lo que importa es tener para irla pasando, no importa cómo lo tengas, ni tampoco importa ya cómo la pases. Un país de sobrevivencia, en eso nos hemos convertido, en un país de sobrevivencia, en un país sin sentido, país maquilador, poco orgullo.
¿Cuál es, entonces, el sentido de nuestra independencia? ¿Hasta dónde la explotación de nuestros bienes nos permite alcanzar una vida decorosa? Respuestas, necesitamos respuestas que sean mapas para nuestro futuro. Necesitamos propuestas que nos convenzan; sobre todo necesitamos compromisos.
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