La semana pasada mencionamos tres tipos de cultura: la superior, la popular y la de masas. Aunque los teóricos de la comunicación las llaman niveles culturales, a mí me gusta más llamarlas manifestaciones. Lo mismo, el término clásico no estaría limitado a la cultura superior sino a lo que permanece en el tiempo, de la cultura que sea. (El Bolero, Mozart, y La Danza de los Viejitos).
Hechas las aclaraciones podemos enmarcar una discusión. En los tiempos actuales, las políticas de subsistencia nos ha hecho creer que sólo resulta válido aquello que produce inmediatamente algún beneficio económico. En el campo de la cultura, los medios, bajo la consigna del menor esfuerzo, o bajo la fórmula de mínima inversión máximas ganancias, han puesto sus reales en el gusto popular, cerrando el abanico de posibilidades en donde pueda ejercerse el libre albedrío y negándose a tomar alguna responsabilidad en los procesos educativos nacionales. Los medios defienden el hecho de ser negocios y que como negocios, todo lo que hagan tiene que reportar dividendos y si no reporta dividendos habrá que anularlos. Por si fuera poco, los medios tienden a manejarse como monopolios.
Frente a los medios, desde los sesenta, contamos con un gobierno complaciente que ha preferido asociarse a ellos que hacerlos cumplir con una labor cultural y social. Tal vez, en el campo de lo social, últimamente hayan encontrado los medios que pueden cumplir funciones sin dejar de ser comerciales, pero en cuanto a lo cultural, les ha de encantar el papel de depredadores de la cultura, de la superior y de la popular.
Frente a los medios contamos con un sistema educativo al que le falta modernización, sobre todo en cuanto a la metodología para impartir conocimientos. Un sistema educativo que olvidando su génesis ha vendido sus intereses a los industriales siendo, hoy por hoy, una sucursal donde se moldean obreros, trabajadores, profesionistas, cuyo único sentido en la vida es la de producir.
De nuevo, frente a los medios, lo único que podemos enfrentar son sistemas ideológicos y económicos que han fracasado en su intento de ofrecer al hombre algún tipo de felicidad. El paraíso religioso, o el paraíso comunista, permanecen como mundos ilusorios, el paraíso capitalista, aunque real, (modo de vida americano) está fuera de las posibilidades de la mayoría de las personas. El único paraíso a nuestra disposición son los medios de comunicación que nos ofrecen caminos de fuga y cultivan en nosotros un conformismo, con apariencia de vida donde el morbo suple a todo interés intelectual que pueda pasar por nuestra mente y el amarillismo las únicas noticias que valen la pena venderse.
En años no podremos saber nada de la vida de Fuentes, o de Saramago, pero de Lyn May y de la Tigresa, hasta en la sopa. No podremos saber de los últimos inventos en los diferentes campos científicos pero no se diga de los asesinatos, las violaciones, los robos, o toda la gran cantidad de delitos que pueden cometerse para obtener medios económicos por los caminos fáciles y disfrutar de la vida, (como si drogarse, emborracharse o satisfacer exclusivamente tus necesidades sexuales fuera disfrutar de la vida).
La mente morbosa suple toda capacidad intelectual. Ni siquiera se trata de ser creativo en ese campo, con repetir la fórmula es más que suficiente. Noten, lo del baile lo transmiten las dos cadenas de televisión mexicana y la española que llega por Telecable. Los programas deportivos se reproducen hasta el cansancio, los melodramas se repiten, es un género que ha evolucionado poco; a la comedia, en México, definitivamente la han asesinado, enterrándola en la vulgaridad.
Engalanarnos la humanidad con el lujo. (No serán cuenta de vidrio para nosotros aunque el oro la plata y las piedras preciosas sean metales y piedras). La inteligencia se ha casado de pensar. Nuestra sensibilidad no asimila la estética del arte. La conciencia prefiere negarse en el aquí y en el ahora, en el placer que destruye porque no es duradero y cuando sus efectos se acaban lo único que deja tras de sí es el vacío.
Por esto hay que instrumentar políticas culturales.