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Ensayo sobre la cultura / ESTIMADO DIOS:

José Luis Herrera Arce

Otra vez recordamos que naces; y esto de recordar es un decir. Más bien deberíamos de aceptar que tomamos de pretexto tu nacimiento con el fin de reactivar un poco las ventas que, como ya es costumbre, han andado mal éste, al igual que todos los demás años.

La verdad es que el barrigón te ha ganado la batalla. Muy pocos se dan cuenta de lo que tú en realidad regalas. ¿Será porque le ponen poca atención a la lectura de los evangelios? Si hace poco se hablaba de los talentos, de los que se entierran y de los que se hacen producir. Para principio de cuentas eso es lo que tú regalas, talentos, el de la inteligencia que ha posibilitado al hombre encontrar los principios de la naturaleza y la sensibilidad que le hace al hombre ser capaz de emocionarse por cantidad de cosas. Si ya nos diste la inteligencia y la sensibilidad el resto será, como dice el Evangelio, utilizarlas. Eso ya es cuestión de nosotros y parece ser que nuestra oposición es constante.

Ahora que, si la inteligencia y la sensibilidad la usáramos, tus demás regalos se nos harían visibles. Uno de esos atardeceres que sueles dibujar más allá de nuestros cerros pelones se nos harían enteramente disfrutables, o una noche estrellada, o correría un cálido sentimiento por unas manos entrelazadas de dos enamorados y hasta sabríamos que los organismos son parte de este todo con el que se crea, para tu mejor gloria, a un nuevo ser humano.

Pero esto sólo es el principio, mi Señor Dios; habría de surgir todo lo demás que a través de los siglos ha podido hacerlo debido a los talentos que nos has regalado. La música que desde siempre ha acompañado al hombre y conste que digo la música, no los ruidos, que también desde siempre han acompañado al hombre. Hasta qué extremos se ha llegado en el plano de lo musical; Bach, Beethoven, Mozart, Brhams, Dvora. Ni pa?qué le sigo; Astrud Gilbert, el bossa nova, el jazz, los corridos. Uy hay que seguirle: la comedia musical, ahora que estamos en tu tiempo habría que mencionar la aleluya de Handel, y todas las grandes misas que en épocas pasadas se han compuesto. Ahí están, son parte del arte. Pero ahí están bien resguardadas como si fuera un veneno para nuestras almas o maldita corrupción para nuestras conciencias. Ni en tus iglesias existen los antiguos organistas que le daban duro al fuelle. Hoy nos conformamos con guitarritas y cantantes desafinados que siempre entonan las mismas. Poca inteligencia y poca sensibilidad.

Y la palabra, ni qué decir de la palabra mi estimado Dios. Si uno de tus evangelistas expresa, en el principio era el verbo y el verbo era Dios, por algo ha de ser. Conste, que a pesar de decir: palabra de Dios, cuando leemos tus textos, reconsideramos lo injusto que hemos sido con este elemento. Simplemente, no lo consumimos. Qué tanto puede decir: las manos de Dios eran amarillas. O, verde que te quiero verde, verde viento, verde rama. O, muero porque no muero. Esto de jugar a los acertijos existenciales como que no nos gusta. Hasta me parece magnífico lo de quisiera ser un pez, o la nana de las cebollas. En todos estos versos se encuentra el alma de los hombres. Cuando el verso es sincero te sirve de espejo. Y los cuentos, las novelas, las epopeyas, todo el cúmulo de verdades que encontramos en personajes como Sthepen Dádalus, o Ema Bovary; mencionar al quijote es caer en el lugar común; pero para qué quiero más que con eso tengo y gracias a la inteligencia y voluntad han surgido en las páginas y ahí están. Gracias mi estimado Dios.

Y luego la pintura; Da Vinci, El Greco, Manet, hasta los puntitos y rayitas nos obligan a preguntarnos un cúmulo de cosas. Cuánto no se habrá jugado y se jugará con la pintura, con la danza, con la escultura, con el cine, con la arquitectura, con los jardines, con los estambres, el barro, la plata, el bronce, los hilos. Y ahí está todo, que si no los puedo tener, nadie me quita el poderles disfrutar. Y más los disfrutaría si, por ejemplo, comprendiéramos que el radio, debiera de servir para difundirlo. Cuántos versos, cuánta música, cuánto radio teatro, cuántos coros no podríamos escuchar. Y gratuitamente, si pusiéramos a trabajar nuestra inteligencia y sensibilidad. Gracias Dios. Qué más te puedo pedir esta Navidad si esto que nos diste no lo usamos.

Atentamente yo.

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