Tiene más de 63 años escribiendo en los periódicos, con lo cual puede decirse que es el articulista más viejo de la ciudad; pero no sólo eso, en los últimos quince años ha evolucionado en sus columnas, manteniendo el viejo estilo, en unas, y buscando formas nuevas de hacer artículos y entrevistas, en otros. Se ha mantenido constante en su trayectoria, teniendo claro que su principal compromiso es con la ciudad.
Y si hay alguien enamorado de una ciudad es él. La ha vivido profundamente y con placer; no limitándose a hablar de sus problemas, de su vida cotidiana, sino participando en la solución de algunos, a través de los clubes de servicio y de los patronatos; desde que fue uno de los fundadores de la Cámara Junior, allá por los cuarenta, después en el Club de Leones y posteriormente en el Papro, fundado por él y don Donaldo Ramos Clamont junto con Octavio González, para venir a rematar en el patronato de la Universidad Autónoma de La Laguna, del cual aún forma parte. Como le gustan las fuentes y las esculturas, algunas de la ciudad han sido iniciativas de él, como la Sor Juana que se encuentra a la entrada de la colonia Torreón Jardín.
Como ésta es una columna cultural, he de referirme a su experiencia en el grupo Ateneo Lagunero y en su colaboración en la revista de Cauce y Nuevo Cauce del cual fue su último editor. Ya en el año 44 había publicado un libro, Arenillas. Colaboró también en los conciertos organizados por el maestro Vilalta en los cincuenta, y en los sesenta, en los conciertos de música clásica que por medio de discos se daban en la Alameda Zaragoza, junto con don Alberto Maya. Alguna vez llegó a participar en la lectura de Teatro de Atril en el Mayrán. Grupos que han acudido a él en busca de ayuda la han encontrado, ya sea en forma directa o a través del Papro o de la tienda.
Desde que se decidió a hacerlo, porque en un primer momento hubo de elegir entre el campo o el comercio, fue un buen comerciante. Aprendió el oficio en los precios de México. Posteriormente trató de levantar la Casa Herrera. Por algún tiempo tuvo un centro social que se llamó el 2-17 donde muchas parejas se conocieron e hicieron novios allá por el 49 y 50; y a partir del año cincuenta entró a trabajar en nuestro viejo Puerto de Liverpool, del cual llegó a ser director general en los ochenta, cuando era uno de los mejores almacenes de ropa de la ciudad. En el ochenta y cinco se jubiló dedicándose desde entonces de lleno a escribir sus columnas y a su obra social.
Él no tuvo estudios universitarios, sólo una carrera comercial; pero desde siempre lo he visto leer; desde siempre ha estado rodeado de libros, y hoy a sus ochenta y nueve años continúa leyendo con sumo placer y deleite que es de admirarse. No sólo le gusta leer, sino también viajar. Tal vez los libros lo lleven a los viajes y éstos lo regresen a los libros. Junto con mi madre ha sabido recorrer el mundo, como han sabido recorrer la vida, porque entre los dos han sabido lo más importante, compartirlo todo, construirlo todos juntos y eso hacerlo cosa de todos los días.
Si esto no es cultura y arte y amor y lo que ustedes quieran, no sé qué es lo que sea. Si ya se han dado cuenta, ayer fue Día del Padre y yo no podía pasármela sin mencionar al mío. Es que este padre mío es mi quijote y mi madre la mujer fuerte de la que habla en su verso, y los dos, una vez llegada la noche, ocupan su lugar frente al televisor, y buscan películas, buenas películas, y comparten la cena, como han compartido la comida y el desayuno, y comparten esa vida que octogenaria es más esplendente que la de muchos jóvenes; que a pesar de ser tan rica, sigue buscando cosas qué hacer, y siempre tendrán algo qué hacer.
Hablar del padre también es cultura. Yo agradezco los míos, he tenido demasiada suerte al tenerlos. Perdonarán que hoy me haya atrevido a hablar de él, de don Emilio Herrera Muñoz y su inseparable Elvira.
Gracias.