A finales de los 60 y principios de los 70, Marshall Mc Luham escribió una serie de ensayos, más filosóficos que sociológicos, sobre los medios de comunicación masiva. En ellos hacía afirmaciones como ?el medio es el mensaje?, tratando de decir que los medios de comunicación masiva a los que estaban expuestas las personas influían en su comportamiento, independientemente de los mensajes que emitiera. Por el sólo hecho de estar acostumbradas a ver la televisión, las personas respondían a los mensajes emotivamente; aquellos que estaban acostumbrados a leer, respondían a los mensajes racionalmente. En aquel tiempo, los investigadores de la comunicación lo tomaron ?a Lucas?; sin embargo, muchas de sus ideas deben de ser reconsideradas, con el fin de explicarnos los fenómenos que suceden en nuestra sociedad.
El libro es un medio más que se encuentra en lucha por atraer la atención de las personas, con la desventaja de que pide mucho esfuerzo racional para que su mensaje pueda ser interpretado. En cambio, la televisión es un medio que por ser audiovisual y con la ilusión de ser inmediato, sus mensajes son casi, casi la realidad misma, ?enmamilada? para su sencillísimo consumo. Frente al libro hay que poner a la inteligencia que razona. Frente a la televisión se pone la emotividad que ríe, sufre, llora, se divierte. Lo peor que puede hacer es ponerse a pensar. Uno, por lo general, ve la televisión para no pensar; no refleja en ella su propia problemática con el fin de lograr la catarsis. En el teatro, el libro, la pintura, cualquier arte, el hombre se refleja a sí mismo con el fin de lograr esa catarsis racional que lo lleva a conocerse y a su sentido de ser.
Hasta el día de hoy, la televisión no está considerada como un arte; sin embargo, tiene todos los elementos para serlo: es un lenguaje que posee los tres niveles de significación; que cuenta con una gramática y herramientas para conseguir un fin estético. ¿Porqué si el cine es arte, la televisión no?
Esta era una de las críticas que le hicieron a Mc Luham. Una cosa es el medio y otra los mensajes. No se puede negar que muchos libros tienen un mero fin comercial, que venden basura que juega con los supuestos, o que reducen sus páginas al erotismo y a la estupidez; que existen excelentes producciones de televisión, como pudieran ser las de la BBC de Londres u otras compañías interesadas en la calidad de los contenidos que transmiten. Aceptando lo anterior, insisto que hay que retomar la idea de la costumbre que imprime en mi un determinado medio. Insisto, el libro me lleva a racionalizar los mensajes, la televisión me obliga a recibirlos con la emoción; por la forma en que se da, en el tiempo y en el espacio, la recepción del mensaje esto es lo que sucede. Cuando pones ante la nana electrónica a tu hijo lo estás acostumbrando a emocionarse, a apasionarse, a ser poco racional; cuando le inculcas el hábito de leer, lo estás enseñando a pensar.
Con el libro puedes hacer cosas que con la televisión es imposible. Primero puedes imaginar, cosa que la televisión te impide hacer pues te concretiza la imagen. Puedes detener tu lectura para criticar los mensajes que recibes; en la televisión, el tiempo te lo impide. Con el libro puedes releer un pasaje, en la televisión no. Puedes subrayar, en la televisión no. Con el libro puedes analizar en cualquier momento, con la televisión no. Con los libros desarrollas capacidades para la solución de problemas, con la televisión no. Con el libro obtienes muchísima más oferta de contenidos. En la televisión tienes que ajustarte a lo que el programador quiere que veas.
Por otro lado, el libro sí te da lo que parece exclusivo de la televisión; la emoción. Hay libros capaces de emocionarte, de hacerte reír, de hacerte llorar con mucha más efectividad que la televisión. Para que te lo vayas sabiendo de una vez, las telenovelas tuvieron su inicio en la palabra escrita en el siglo XIX con la literatura de Cordel y el Colportage; se han vuelto clásicos obras como Rocanvole, Nuestra Señora de París, Los Pardillan. Las novelas por entregas fueron invento de la palabra escrita, se publicaban en los periódicos o en hojas sueltas; es más, toda la tradición oral que conocemos ahora es porque alguien la escribió, comenzando con los cuentos de Las Mil y Una Noche y La Iliada. ¿Qué razón puedes tener para no leer, mas que la de no pensar? Comentarios a JOLHE@hotmail.com