De diversos modos, la humanidad ha intentado conocer su entorno para comprenderlo y dominarlo. Haciendo esto, se comprende a sí mismo y le da un sentido a su propia vida. La racionalidad le sirve para eso; logra un cúmulo de conocimientos y de creencias que conforman lo que llamamos cultura y construyen a la civilización.
Un hombre civilizado es un hombre de conocimientos. Hago aclaración, el hecho de conocer se realiza de muchas formas; las primeras de ellas son más intuiciones que conocimientos reales; sin embargo, tales intuiciones sirven de referencia para normar la acción.
El mito, el rito, la religión, la filosofía, la ciencia y el arte, son diferentes manifestaciones de la misma necesidad humana: satisfacer a una conciencia que exige tener un objetivo, o desengañarse de que tal objetivo exista. Las respuestas se dan en todas las búsquedas antes mencionadas y para mí todas, en un momento dado, son valederas, porque ninguna de ellas, ni siquiera la ciencia, agota la respuesta de la razón de ser del mundo y del hombre.
En lo que difieren cada una de ellas es en la forma de responder y las exigencias de las respuestas. Deducción, inducción, fe basada en la revelación o intuición, son un conjunto de maneras de tratar de llegar a satisfacer nuestro conocimiento para con ello encontrar motivos y normas para vivir.
Para comprender un poco más las diferencias entre los diferentes tipos de conocimientos, haré referencia a nociones básicas de gramática. Se dice que una oración está formada por un sujeto y un predicado. A su vez el predicado se conforma por un verbo y sus complementos que también se les llama objetos: directo, indirecto y circunstancial.
Quiero rescatar a noción de sujeto gramatical, para extender su significado al sujeto filosófico. En gramática, el sujeto es quien realiza la acción del verbo. Si en la filosofía yo me doy cuenta de que el verbo al que debo referirme es el pensar, entonces deduzco que el único capaz de realizar esa acción es el hombre; al cual también le podemos dar el nombre del yo.
Del otro lado del verbo nos encontramos con el objeto directo; en gramática sería aquello que responde el participio del verbo, que en el caso de conocer sería ¿qué es lo conocido? Es como se responde en filosofía la noción de objeto. Cuando la cosa está enfrente de mi inteligencia se vuelve objeto de mi conocimiento.
Aclaración: las cosas existen independientemente de que yo las conozca o no. En ese caso los filósofos le llaman la cosa en sí. Cuando yo las conozco se vuelven objeto de mi conocimiento.
Espero no haberles perdido hasta aquí para que se pueda entender lo que diré a continuación: el conocimiento se puede valorar desde el punto de vista del sujeto que conoce (conocimiento subjetivo) o desde el punto de vista de lo conocido (conocimiento objetivo). No siempre concuerdan. Cuando yo me enfrento al conocimiento subjetivo lo que importa es saber cómo percibo la realidad, no importa que mi percepción esté distorsionada. Cuando me enfrento al conocimiento objetivo es lo contrario, no importa cómo percibo la realidad sino que esta percepción concuerde con lo que la realidad es. ¡Magia!
Para el conocimiento objetivo se aplica la deducción y la inducción (la filosofía y la ciencia) para el conocimiento subjetivo se aplica la intuición y la fe (el mito, el rito, la religión y el arte). La realidad no va a agotarse con una sola manera de conocer, ni la vida del género humano puede normarse con una sola manera de conocer. Después de todo, el hombre no solamente es inteligencia, también es un ser sensible y el conocimiento está afectado por esta sensibilidad. Y el hombre también es un ser con imaginación y la cambio de la realidad se gesta desde la imaginación. El hombre es capaz de descubrir lo que se esconde detrás de las apariencias y puede interpretar un mundo simbólico que está en la naturaleza.
¿Qué tiene que ver el arte con todo esto? Es uno de los modos de conocer, desde el punto de vista del sujeto. En el siguiente artículo, le continuaremos.