Hay muchísimos nombres que se nos han quedado en el tintero, sobre todo si hablamos de escritores que han publicado en el periódico o libros, después de 1980. En la ciudad se dio un gran furor por escribir y se abarcaron todos los géneros, sobre todo el de poesía. Los escritores se organizaron en clubes y muchos han seguido un camino independiente, por eso este fenómeno es algo que debería de rescatarse, haciendo una antología profesional, o una historia de la literatura lagunera más profesional que implique crítica literaria.
Siguiendo el hilo del artículo que precede a éste, hay que mencionar a tres escritores muy jóvenes que al parecer tienen miras muy altas. Ellos son: Miguel Morales, Édgar Valencia y Vicente Rodríguez.
Édgar Valencia tomó postgrado en Jalapa, Veracruz y en España, ganando allá concursos literarios. Miguel Morales ha ganado concursos y becas, tiene un estilo muy propio. Vicente Rodríguez, aparte de ser escritor y periodista es músico, actualmente se encuentra en la Ciudad de México abriéndose camino.
He mencionado a los escritores que han pertenecido a grupos. Hay otros grupos como el de las Mujeres Poetas de La Laguna que sesionan en el archivo municipal y leen su obra una vez al mes. Otro grupo similar lo hace en la biblioteca de la Alameda. Entre escritores independientes puedo mencionar Magdalena Madero, de muy buena prosa, a Salomón Athie, con varios libros de cuentos en su haber, y muchas tablas en la oratoria. Rosina G. de Alvarado, Dolores Díaz Rivera, Raymundo de la Cruz, Manuel Terán Lira y muchos de una lista que parece ser más grande de lo que se cree.
El problema de la literatura lagunera no es la falta de escritores, éstos abundan y de todos los tipos, colores y sabores, muy buenos, buenos, malos y muy peores, con temática de todos los gustos y sabores. El problema viene a estar en el campo de la promoción, de cultivar lectores, de fundamentar una editorial que con el tiempo llegue a ser importante y que sirva para proyectar a nuestros valores.
Un proyecto editorial no puede reducirse a imprimir libros. Un libro impreso pierde su sentido cuando no llega a las manos de un lector. Los libros tienen que imprimirse para que alguien los lea; y para ser leídos los libros deben de distribuirse en las librerías, por un lado, y promocionarse su lectura, por el otro.
En esto consiste el trabajo editorial. Encontramos fallas desde el momento mismo en que las librerías de la ciudad carecen de escritores regionales; por lo menos en la mayoría de ellas. Encontramos fallas en cuanto la promoción se reduce a la presentación del libro una vez y nada más. Encontramos fallas desde el momento mismo de que en el Estado no hay canales pre establecidos para que un autor nuevo haga llegar su obra a otras partes. Encontramos fallas cuando los mismos concursos regionales o estatales no sirven de vehículo para hacer una promoción.
¿Función de quién? Pienso que ésa es función de las instituciones culturales; por lo menos de aquéllas que presumen hacerlo. Editar libros, insisto, no puede reducirse a imprimir libros que van a quedar guardados en una bodega. Ningún producto se fabrica para embodegarse. Hay que proponerse mayores metas en el proyecto editorial.
Una de las condiciones que deberían de cumplirse es comprometer al escritor con su obra, en el sentido de que no hay mejor promotor de la obra que el propio escritor. Pero no sólo comprometer al escritor con su obra, sino con la de todos los demás. Como dice el dicho, la unión hace la fuerza. Ésa es una lección que aún no aprendemos, por eso se logra tan poco, por la falta de unión.
Pero dejemos las cosas en este punto y volvamos a pensar que en nuestros cien años como ciudad, lo único que podemos presumir frente al mundo, a la nación, a las otras ciudades son nuestras tradiciones en todos los sentidos, la literatura es una más.
Para que haya unión hay que reunirnos, se esperan iniciativas.
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