Una política podría definirse como un programa de acción que tiene una finalidad, o que pretende conseguir un objetivo. La política se refiere a la metodología, a las maneras que se proponen para alcanzar un fin.
Las políticas no se plantean en el aire sino que son producto de una ideología o de una filosofía que define cuál es el objetivo. Primero es esa definición y después las proposiciones prácticas.
Bien se sabe que en nuestro municipio, hablar de cultura es un poco hablar en el aire ya que nadie podría definir, ni por las acciones ni por el discurso, los fundamentos ideológicos que soporten las políticas. La cultura puede ser cualquier cosa ya que casi todo se incluye en la definición de la palabra. La cultura, más que nada, es un tema del cual se habla cuando se hace necesario, más que una acción continua que lleva hacia algo.
Hay fragmentos de manifestaciones culturales, que vistos sin referencia, nos pueden parecer magníficos. Se puede hablar de un coro con cien voces, se puede hablar de espectáculos para los ejidos o las barriadas, se puede hablar de edición de libros, se puede hablar de exposiciones de pintura, se puede hablar de presentación de bailes, conciertos, lo que a usted se le ocurra. El problema es lo que una al todo, el propósito final de las acciones, la base intelectual que da los significados.
Ejemplo: cultura para los ejidos. ¿Qué entiendo con ellos? ¿Un espectáculo para pasar un rato agradable? ¿Un conjunto de actos que motiven a la gente a cultivar determinadas artes para obtener determinados beneficios? ¿Darles a conocer lo que de otra manera no pueden conocer? ¿Reforzar sus propias expresiones de cultura popular, vivificando las tradiciones religiosas, por ejemplo? A alguien se le puede ocurrir que si el teatro sirvió en la edad media como elemento de catequesis, hoy se puede rescatar ese valor y aplicarlo no sólo a lo religioso sino también a lo cívico. Las representaciones no serían las luchas entre moros y cristianos sino entre franceses y mexicanos, por ejemplo.
Otro ejemplo: proyecto editorial. Treinta libros publicados es una proeza, ya se publicaron. ¿Ahí se acabó todo? Ahora sigue distribuirlos, darlos a conocer, provocar que se genere la crítica literaria para que la obra comience a circular. Clasificar el tipo de obras en diferentes colecciones; las de ficción y las científicas; la historia, la novela, el cuento, la poesía. Rescatar lo que en otras administraciones se ha publicado, reeditar lo que haga falta. Promover en otras ciudades nuestra literatura y pensar que ciertos autores merecerían ayuda para hacer convenios con editoriales nacionales y pudiesen alcanzar distribución más amplia; por supuesto, tendría que existir un consejo que calificara las obras y que propusiera las de más valía. (Lo había). Las acciones tienen que irse perfeccionando. No se trata de cantidades sino de cualidades.
Así se puede proponer en cada uno de los campos bajo una directriz general ideológica: ¿qué quiere la administración hacer con la cultura? ¿Se va a imponer la política desde arriba? ¿Se va a abrir a la democracia? ¿Seguirá siendo cosa de inspiración del momento? ¿Cosas aisladas? ¿Las partes? ¿El todo?
Ahora es el tiempo de proponer el fundamento y no confundir cien años con política cultural; aunque también los cien años deben de partir de fundamentos si es que no se quiere naufragar en eventos y fiestas sin conexión. Ya comenzamos con el pie izquierdo; un logotipo que a nadie convence. Se puede seguir así; o se puede contar con la opinión de los creadores, o los expertos, en cada una de las especialidades para enriquecer las proposiciones y las posibilidades. Cada vez es más difícil encontrar un supermán que sepa de todo y le haga a todo. El buen administrador consulta y delega.
Ojalá, para principiar, pueda esclarecerse la ideología de la cual deben desprenderse las políticas culturales. La nueva administración ¿qué quiere hacer con la cultura? Nada más para saberlo a ver si concordamos o tenemos que seguir buscándole en otro lado.
Jolhe@hotmail.