Primer eslabón: el partido escoge a quien represente y cuide de mejor forma los intereses de una élite política. Es difícil que elijan a la persona más preparada o a la que tenga una trayectoria profesional intachable. Aquí más bien se toma en cuenta la disponibilidad que alguien tenga poder de engendrar prácticas corruptas y ejercer el poder favoreciendo a un grupo muy reducido de ciudadanos.
Segundo eslabón: el partido reúne a un grupo de aspirantes a un determinado cargo de elección popular y organiza una gran farsa conocida como elección interna. El objetivo de este proceso es demostrar a todos que el partido tiene un profundo apego a la democracia y además, lograr que los futuros votantes tengan en mente el nombre de la fracción política y de los candidatos. Para esta representación teatral se derrochan sumas millonarias que bien podrían ser aprovechadas en dar un nuevo aliento a la vida de muchos.
Tercer eslabón: el partido ya tiene a su candidato, el cual adquiere el compromiso de acatar en todo momento las órdenes de un poderoso dedo.
Cuarto eslabón: una nueva farsa comienza. El candidato del partido, experto ya en decir más mentiras que verdades, comienza su campaña pronunciando discursos grandilocuentes en los que promete resolver el abasto de agua en medio del desierto, erradicar la inseguridad pública, elevar el nivel de vida, meter a la cárcel a los funcionarios corruptos, transparentar las labores del Gobierno, conseguir más empleos, acabar con el analfabetismo, en fin, lograr el cambio soñado por muchos.
Quinto eslabón: el pueblo acude a las urnas seducido por la esperanza de elegir al candidato capaz de cumplir todas sus promesas. Muchas personas emiten su voto sin saber siquiera el nombre del candidato, sólo conocen el logotipo del partido que les regaló las despensas, que les entregó los bultos de cemento o que organizó una fiesta en la que dieron tortas y camisetas.
Sexto eslabón: el candidato electo ocupa su cargo y al llegar a su oficina, estrena el basurero depositando en éste la careta que utilizó durante los meses de campaña. Junto a esa máscara se va también la memoria y automáticamente quedan en el olvido todas las promesas hechas.
Séptimo eslabón: el gobernante se da cuenta del inmenso poder depositado por el pueblo en sus manos. Lo ejerce de una forma irresponsable, preocupándose principalmente por saciar todas sus necesidades económicas y políticas.
Octavo eslabón: el pueblo sufre por las decisiones del gobernante. Aquel sueño de tener una mejor vida se esfuma completamente y brota el arrepentimiento de haber elegido al hombre que ocupa el poder. Las carencias del pueblo son cada vez mayores y la desfachatez del gobernante también. Mientras miles de personas luchan diariamente por satisfacer siquiera las necesidades básicas, el gobernante hincha sus bolsillos y resuelve la vida de sus tataranietos.
Noveno eslabón: el tiempo del gobernante se acaba y los días de gloria se van. La popularidad que algún día gozó, ahora se ha convertido en repudio general. Sin embargo, todo dolor causado por la pesada losa del desprestigio, es olvidado gracias a las millonarias ganancias económicas que dejaron esos seis años de poder.
Décimo eslabón: la historia se repite. El partido escoge a sus candidatos y vuelve a montar la farsa de una elección democrática.
Estos son los eslabones que nos tienen encadenados. Desde la elección de un candidato al interior de un partido político comienza un proceso vil y despreciable: el proceso de abusar de los mexicanos.
¿Cómo liberarnos de esta cadena? Se debe impedir la formación del primer eslabón, es decir, los partidos políticos deben actuar con responsabilidad al elegir a sus candidatos. Si es elegida aquella persona que destaque por sus conocimientos, por su capacidad para gobernar, por su honestidad y por la falta de compromisos, la cadena que nos ata seguramente desaparecerá.
En Coahuila acabamos de elegir a un gobernante cuya historia pasada nos hace pensar que tendremos una historia futura ya bastante conocida y despreciable. Si bien ya se han entrelazado los primeros eslabones de la cadena que nos ha atado durante décadas, es responsabilidad nuestra vigilar de cerca las acciones de la administración estatal. Si tal hacemos y no nos refugiamos en la añeja cueva de la apatía, entonces ayudaremos a que Humberto Moreira sea un gobernador preocupado por nuestra necesidad de vivir en un Coahuila mejor.
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