¿Quién no ha sufrido la amarga experiencia de levantarse una mañana con un tremendo grano en la cara que de pronto se convierte en el punto central del universo? ¿Quién no ha hecho reclamos al espejo tipo: Me choca mi nariz. Estoy muy chaparro. Soy muy velluda. Me veo gordísima. Me estoy quedando pelón. Mis piernas son horribles? De acuerdo a estudios, la mayoría de nosotros quisiéramos cambiar alguna parte de nuestro físico. Este tipo de autocrítica negativa, en los últimos años va en aumento, especialmente entre los jóvenes. Según una encuesta realizada por el investigador americano Daniel McNeill, en la actualidad, el 84 por ciento de las mujeres y el 72 por cierto de los hombres están insatisfechos con algo de su apariencia. Si estas cifras las comparamos con lo arrojado en los estudios hechos hace 15 años, en las mujeres esta insatisfacción ha aumentado un 70 por ciento y en los hombres un 125 por ciento. Sí, cada día, somos más exigentes con el espejo; le pedimos que nos regrese una mejor imagen y solemos concentrarnos en aquello que nos frustra. Esta insatisfacción es reflejada por Picasso en su pintura Niña Frente al Espejo (1932). En ésta, una joven rubia se mira en un espejo que le devuelve un rostro totalmente distorsionado, más oscuro, una frente con una mancha morada y pelo color verde. Una quimera, un desvarío, un truco que le juega su mente tú dirás, "es una exageración" sin embargo, todos en alguna medida, vivimos bajo nuestro propio engaño. ¿Te acuerdas del espejo de Blanca Nieves? ¿Ése al que la reina le preguntaba diariamente quién era la más bella? Para ella, como para muchos, el espejo se convierte en un termómetro que determina su estado de ánimo. Ésta es una de las tantas razones por las cuales los cirujanos plásticos cada día tienen mayor demanda, sobre todo de pacientes cada vez más jóvenes. Por ejemplo, Lety, una joven de 16 años, todo el día se mira en el espejo: Odio mi nariz, ¡vela! ¡Es como la de una cabeza olmeca! Piensa que su seguridad y autoestima están esperándola en el quirófano. Lety, como muchos jóvenes, como la pintura de Picasso, tiene facciones, cuerpo, piel y pelo normales, pero al verse en el espejo se siente la hermana de un elefante. Vemos lo que queremos ver... El misterio del espejo es que, al reflejarnos en él, nos convertimos al mismo tiempo en observadores y observados. La imagen que nos presenta es, a la vez, real y engañosa. Depende de nuestro enfoque: vemos lo que quisiéramos ver, o nos concentramos sólo en el supuesto defecto... Cuando la frustración se lleva al extremo, las personas sufren lo que se llama "Síndrome de Distorsión de la Imagen" o "Dismorfofobia". Quienes lo padecen, que se calcula es el dos por ciento de la población o dos millones de personas, viven angustiados por su supuesta "fealdad" y tienden a encontrar algún defecto que no existe: en sus piernas, en las manos, en la cara, en el busto, en los genitales, etcétera. Diversos estudios demuestran que en el 45 por ciento de los casos, la nariz es la queja más común. El pelo, por ejemplo, puede parecer muy lacio, muy chino, muy oscuro, muy escaso. Esto les pasa por igual, a personas atractivas y a quienes no lo son. Algunas de las personas, están conscientes de que exageran su preocupación, es exagerada, sin embargo no lo pueden controlar. ¿Causas de este síndrome? Según Katherine Philllips, de Brown University y considerada la máxima autoridad americana en este tema, al 60 por ciento de las personas que padecen este síndrome, cuando chicos sufrieron burlas sobre su cuerpo, les pusieron algún apodo ofensivo o los hicieron sentir diferentes de los demás. Esto trajo, como consecuencia, una autoimagen pobre, que afecta directamente a su estima y a todo lo que hacen. ¡Qué vulnerables somos! La mayoría de ellos sufren de depresión. De la misma forma, las personas que suelen ser perfeccionistas, tímidas, inseguras socialmente, o muy sensibles al rechazo, tienden a sufrir este síndrome. Esto tal vez se deba a la alta competitividad que prevalece en nuestra sociedad, a la publicidad de modelos perfectos, o a la falta de verdaderos valores. A algunas personas con este síndrome, el espejo los atrae irremediablemente. Se convierte en el poseedor de su destino. Se ven en él a todas horas, en los vidrios de la calle, en la pantalla de la televisión, de la computadora, en cualquier objeto que refleje su imagen. Otras los rechazan, e incluso evitan entrar a lugares donde abundan, como ciertos restaurantes. Lo cierto es que es extenuante vivir de esta manera. ¿El remedio? Primero, ser conscientes de que se tiene un problema. En casos leves, cambiar el enfoque de lo que vemos, hacer un esfuerzo por autoafirmarse, apreciar las bondades de la vida y el amoroso apoyo de un ser querido, pueden ayudar. En casos severos, es competencia del psiquiatra. Todos somos vulnerables, en alguna medida a padecer este síndrome, a enfocar nuestra atención en la inconformidad. Recordemos que el enemigo no está en el espejo, sino dentro de nosotros mismos. Además, como dijo Francis Bacon: No hay belleza perfecta que no tenga algo extraño en su proporción. Es cuestión también de equilibrar lo superficial con lo que verdaderamente tiene valor. ¿No crees?