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Espejo sudamericano/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

El subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos no peca sólo de obra sino también de palabra. Invitado por el vocero presidencial Rubén Aguilar Valenzuela a su conferencia matutina el lunes pasado, y acaso para no apartarse de las tradiciones de la casa donde se le recibía, incurrió en deslices como el tono admirativo con que se refirió a Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, que ciertamente ha de ser muy inteligente puesto que se escapó de un penal federal en enero de dos mil uno y cincuenta y tres meses después no se ha podido recapturarlo.

Además, el subprocurador ofendió a Colombia, al admitir primero y luego usar el término colombianización como equivalente al deterioro de un país a causa del narcotráfico y su influencia en las instituciones. Santiago Vasconcelos se ufanó de las nuestras y por eso desechó la posibilidad de que pudiera ocurrir en México lo que pasa en Colombia, donde la guerrilla y la contraguerrilla han sustraído a la autoridad nacional vastas regiones donde son capaces de mantener en secuestro durante años a personas por cuya libertad esperan obtener un pago económico o político de gran alcance.

Sin agravio a ese país ni a sus habitantes, sí podemos estudiar lo ocurrido en la historia colombiana reciente y recibir lecciones pues en la vida internacional presente es falso que nadie experimente en cabeza ajena. Y también podemos y debemos estudiar fenómenos en curso en naciones sudamericanas para estimular o desalentar, según el caso, nuestra posibilidad de vivir situaciones semejantes, apetecibles o indeseables.

Bolivia, por ejemplo, sufre hoy nuevas conmociones, asaeteada por añejos conflictos sociales no resueltos, que se avivan cuando sectores de la sociedad hasta ahora marginados o por contra, enteramente satisfechos, encuentran necesario hacerse oír. Ese es el caso, primero, de los pueblos originarios, aymaras y quechuas, que sólo recientemente están teniendo la representación política que merecen y necesitan.

Uno de sus dirigentes más conspicuos, el diputado Evo Morales, que encabeza el Movimiento al Socialismo, lanzó en noviembre pasado la iniciativa para refundar a Bolivia, mediante la convocatoria a una asamblea constituyente. Pero en enero siguiente afloró un nuevo foco de tensión, las demandas de la región oriental por la autonomía, que ha sido considerada como una amenaza a la integridad territorial boliviana.

Morales atribuye a los empresarios orientales, apoyados por los consorcios extranjeros que explotan los hidrocarburos, esa tentación separatista, pero ha accedido a ventilar la petición autonómica junto a la nueva Constitución.

Sólo que ha chocado con tácticas dilatorias de parlamentarios opuestos a la asamblea constituyente. El martes se frustró por falta de quórum la sesión del Congreso donde se emitiría la convocatoria, demora que no ha hecho más que exacerbar el ánimo de los manifestantes, miembros de organizaciones campesinas y sindicales, indígenas la mayor parte, que han marchado sobre La Paz y cortado caminos y suministros, para presionar en favor de la refundación boliviana.

Aunque algunos sectores lo demandan, no queda a Bolivia ni siquiera el recurso de mudar de mando, porque lo hizo ya hace veintiún meses. En torno de la Ley sobre hidrocarburos se gestó hace dos años una crisis que pareció haber concluido en octubre de 2003 con la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Losada y su reemplazo por el vicepresidente, Carlos Mesa.

Aunque salió adelante con la legislación cuestionada (cuyos términos no satisficieron a nadie pues a unos parece inocua, y maximalista a otros), Mesa ha perdido no sólo asentimiento popular sino también capacidad de maniobra. Aunque el líder del Congreso, siguiente en la línea de sucesión, se beneficiaría con su caída, Mesa aparece como el mal menor, que además cuenta con el apoyo militar. Cualquier cosa podría pasar en cualquier momento en ese país.

En Chile, en cambio, parece haberse instalado una temprana certidumbre sobre el futuro político merced a la lección de donaire, nobleza y talento político de dos mujeres, Soledad Alvear y Michelle Bachelet, que participaban en el proceso interno de la coalición gobernante, para la sucesión del presidente Ricardo Lagos.

Como se recuerda, desde que en 1989 pudieron efectuarse elecciones tras la dictadura de Pinochet, la Concertación por la democracia, integrada por varios partidos entre los que descuellan el socialista y la democracia cristiana, ha conservado el poder. En los procesos internos fueron elegidos candidatos de la Concertación y luego presidentes los democratacristianos Patricio Aylwin y Eduardo Frei y después el socialista Lagos. En la misma lógica, la democratacristiana Alvear y la socialista Bachelet se aprestaban a contender por la candidatura de este año. La primera fue ministra de justicia y lo era de relaciones exteriores cuando renunció para postularse. La segunda había sido ministra de salud y protagonizó el primer caso de una mujer al frente del ministerio de Defensa en un país latinoamericano. Su padre, el general Guillermo Bachelet se opuso al golpe militar de 1973 y padeció las consecuencias.

Al anunciar, el 25 de mayo, que se apartaba de la contienda interna, Soledad Alvear ofreció su apoyo a Michelle Bachellet, a quien llamó “futura presidenta”. Si bien no es sólo un buen deseo, tampoco es necesariamente un pronóstico. Pero es alta la posibilidad de que por primera vez en la historia de Chile una mujer ejerza la Presidencia.

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