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Espino

Alejandro Covarrubias V.

Debemos reconocer que la elección de Manuel Espino a la dirigencia del PAN resultó ser un acertijo demasiado indescifrable para la gran mayoría de los analistas políticos, tanto que vale la pena preguntarse hasta dónde Acción Nacional, con todo y su centralidad en el quehacer político nacional, continúa siendo una realidad desconocida para el medio.

Los días inmediatos al sábado cinco de marzo fueron aleccionadores. Una buena parte de los columnistas políticos guardó silencio. Fueron los mismos que unas horas antes anticiparon la victoria de Carlos Medina. Comprensible o no, fue un silencio que exudaba desconcierto. De entonces a la fecha, la tinta ha fluido desahogadamente. No obstante, la calificación más que la explicación ha tomado la tribuna. Dos versiones marcan la pauta. Una señala que con Espino la ultraderecha ha triunfado, ergo el PAN se ha recorrido hacia las colas del conservadurismo. Alimenta el acierto el que algunos de los actores derrotados han criticado que la doctrina original del partido esté en entredicho. Empero, son horas que ni ellos ni nadie precisa cuáles son las ideas que están en pugna; cuál es su progresismo, si acaso, frente al conservadurismo de los neopanistas, y en qué consiste y quiénes avalan la nueva plataforma política de la dirección que arriba.

La otra versión borda en lo llamativo para conformar lo que bien puede llamarse la interpretación de los maquiavelismos. Aquí aparecen pegados datos sueltos de por aquí y por allá; conexiones antes insospechadas y actores transfigurados que en movimientos impensables amalgamaron la sorpresa del cinco de marzo.

Por esta versión aprendemos que en último momento Fox, su señora esposa y Santiago Creel, engañaron a todo mundo. La señora de Fox olvidó sus diferencias con Espino; el caso Nahúm Acosta fue un fueguito pirotécnico lanzado sólo para tender una cortina de humo. Todo, hemos de acreditar, fue maquinado para avanzar los intereses del delfín del Presidente. Los únicos ganones fueron éste, don Santiago Creel, y el Maquiavelo mayor, don Vicente Fox.

El problema de esta versión es que tenemos que lidiar con una curiosa mutación de los personajes. Los funcionarios más vituperados del sexenio por su falta de oficio político, ahora aparecen convertidos en unos monstruos del tejer fino, de las costuras que no se ven, del arreglo que se desliza para imponer y favorecer a sus postores. No menor es el problema de comprobar que los consejeros del PAN resultaron ser unos veleidosos e inexpertos hombrecillos prestos a ser seducidos por las señales que salieron desde la Presidencia.

Es posible que el problema nacional de pensar la política como arte de manipulación, de arreglos y desarreglos a trasmano, no sea sólo de los políticos. Quizá su extensión sea tal que afecta a todos a quienes toca interpretar sus quehaceres. Si es así, estamos frente a un problema mental. Es un problema de paradigmas, si se prefiere acudir a los referentes kunianos. Una escuela de analistas, al estilo de la vieja escuela política que aún domina en México, no se propone aprender, para luego explicar, los juegos precisos de circunstancias, personas, motivaciones y azares en que va transcurriendo el hecho social o el evento político. Opta por la adjetivación ante lo que le resulta contrario. Lo sencillo se le escurre.

Lo sencillo que en el caso que nos ocupa puede dar las pistas para entender lo que ocurrió, apenas si ha ocupado su atención: ¿qué es y cómo funciona el PAN? ¿Quién es Manuel Espino y cómo pudo ganar? Guste o disguste, el PAN es el partido más institucional (estructurado y constante en torno de programas, idearios, reglas, jerarquías y participaciones) que existe en México.

Hoy es el partido mejor preparado para procesar sus grupos y mediar sus conflictos. Por eso mientras otros se desbaratan para elegir dirigentes (como frecuentemente ocurre en el PRD, y ahora ocurre en el PRI), el PAN puede cambiar a sus dirigentes sin gran trastorno. Incluso ahora lo acabamos de ver, a pesar de que los reacomodos para que Espino ganara no fueron nada tersos.

Pero el punto es que el candidato de las familias y los grupos más influyentes del partido, Carlos Medina, fue derrotado y un hombre cuya labor estaba en las bases, Espino, llega sin mayor complicación. El mensaje fue directo: la mayoría de los consejeros del PAN dijo no en esta ocasión a la línea que liga grupos y tradiciones. Nada de esto vacuna contra las disensiones, por supuesto.

Éstas y las consecuencias de la llegada de Espino, aún están por verse. Pero el PAN se plantea en la mejor posición para digerirlas. De Espino habrá bastante por ver y comentar. En el norte y noroeste de México, y en particular en Durango, Chihuahua y Sonora, resulta más familiar.

En Sonora los nombres de Beltrones y Espino van juntos. No de la mano, sino uno frente al otro. Dice algo para empezar que en los años de dulce dejadez de un Beltrones que hacía y deshacía muy a su gusto en el estado, Espino y su gente le erigieron el contrapeso más efectivo. Mucho hay por decir de su ascenso rápido y extraordinario a la Secretaría del partido y de ahí a la Presidencia. Y desde ya será preciso reparar en la contundencia de su trabajo y en su labor específica para alentar o desterrar los sambenitos que se le endilgan.

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