EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Facultad de Derecho/Addenda

Germán Froto y Madariaga

hace unos días fui invitado a un evento en el que se rendiría un modesto pero significativo homenaje a cuatro hombres que contribuyeron al nacimiento de la escuela de Derecho, hoy convertida en facultad, de la Universidad Autónoma de Coahuila.

Con gusto acepté la invitación, sobre todo por la relación personal que en mayor o menor grado sostuve de manera especial con dos de los personajes que recibieron ese reconocimiento.

La iniciativa fue de algunos de los integrantes de la primera generación de licenciados en derecho de esa escuela y la finalidad era la de entregar a los familiares de: Manuel García Peña, Salvador Sánchez y Sánchez, José Solís Amaro y Jesús Cueto Nicanor, una sencilla placa en la que las autoridades universitarias dejaron constancia de su reconocimiento a la labor que estos hombres realizaron a favor de la educación y de manera especial por el apoyo brindado para que pudiera existir en Torreón una escuela de derecho.

Traté muchos años y me formé al lado de Manuel García Peña y por distintos motivos (en especial por ser muy amigo de mi suegro don Ernesto) traté también a don Salvador, lo mismo en algunas ocasiones en aquella famosa mesa de “las doce treinta” que en razón de haber coincidido con él como colaborador de periódicos.

A don José Solís y don Jesús Cueto los traté poco. Pero conocía sus trayectorias y el gran afecto que sentían por ellos quienes tuvieron el privilegio de acudir a sus cátedras.

Pero el común denominador de todos ellos fue sin duda su decidido apoyo para que se creara la escuela de Derecho de Torreón.

Quizá a la distancia se vea sencillo lograr ese propósito. Pero lo cierto es que fue una larga lucha en la que cada uno de los profesores mencionados trabajaron con denuedo con la finalidad de que se abriera esa institución de la Universidad que comenzó como una escuela independiente, luego se trasformó en sección de la de Jurisprudencia y finalmente alcanzó la categoría de escuela de Derecho.

Por eso don salvador afirmaba que “la escuela de derecho se había hecho a chaleco”, contra la oposición e incomprensión de algunos abogados de la capital del estado que consideraban que quienes quisieran estudiar derecho deberían obligadamente acudir a la escuela de Jurisprudencia.

Alcanzar el objetivo de que la escuela de Derecho formara parte de la Universidad fue apenas la primera de una serie de luchas que sus profesores y alumnos daría a lo largo de muchos años.

Porque aún cuando se incorporó a la U.A. de C., nuestra querida escuela fue confinada al último piso del edificio Algodonero. Ahí, en salones propios para oficinas daban clases un puñado de profesores que de veras creían en la necesidad de formar abogados que se quedaran en Torreón y no sufrieran las comunes penurias de tener que estudiar fuera de aquí.

Las incomodidades de estudiar en recintos inadecuados eran muchas y como ejemplo bástenos con recordar que si se descomponía el elevador del edificio todos teníamos que subir por la escalera. Por eso era encomiable que profesores como don Feliciano Cordero, a la sazón ya un hombre de edad, emprendiera esa “aventura” a pie, para cumplir con su responsabilidad de dar clase.

Luego vendría la lucha por conseguir un terreno para que se construyera la escuela que culminó con la asignación de un predio que estaba sobre el bulevar Revolución, exactamente donde hasta la fecha continúa funcionando la hoy Facultad de Derecho. Ahí se construyeron unas instalaciones modestas, por cierto, pero cuando menos decorosas y apropiadas.

Corría el ciclo 72-73 cuando se estrenaron y correspondió a mi estimado maestro de derecho civil, Jorge Mario Cárdenas, como primer director (formalmente hablando), inaugurar esas instalaciones que albergaron la primera escuela de derecho que hubo en Torreón.

Después de haber sufrido las incomodidades del edificio Algodonero, en estas aulas nos sentíamos como reyes; aunque para algunos abogados amargados, desde su óptica negativa, la nuestra no pasara de ser una “escuelucha de derecho”.

No obstante ello, en su fuero interno tenían que reconocer que ahí se integró la mejor y más capacitada plantilla de profesores de derecho que haya existido en nuestra ciudad.

Luego vendría el movimiento de autonomía y la construcción de la Universidad sobre una nueva dinámica y visión, así como varios movimientos intestinos a pesar de los cuales la escuela salió adelante. Pero esas son otras historias, con sus claroscuros, heroicidades y mezquindades.

Por eso es importante que se escriba la historia de la Facultad de Derecho, para que las nuevas generaciones de futuros abogados que hoy estudian en ella sepan cuál es su origen y pugnen por hacerla avanzar a los estadios que nuestra ciudad requiere.

Es la única institución a la que pueden tener acceso los estudiantes de recursos económicos limitados que quieran estudiar derecho. Por eso me pareció importante el reconocimiento que se brindó a aquellos hombres que impulsaron ese sueño; aunque hay muchos más que se sumaron a ese esfuerzo que se ha prolongado al través de los años.

A todos ellos, presentes y ausentes, mi reconocimiento personal, hoy y siempre.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 151228

elsiglo.mx