(Tercera parte)
Continuación...
Este hecho se lo platiqué al sacerdote y siempre creí que aquel hombre era Jesucristo. Se me quedó viendo, sonrió y me dijo... sí era. Bueno, yo sé que todo mundo es Jesucristo, pero... no sé cómo explicarte... quisiera saber si ese señor era Jesucristo... Sí... sí era... pero yo también en este momento me siento como en aquel momento, que tú, que yo... que la gente... que la Biblia..., me estaba confundiendo ante tales sentimientos que me inundaban... tomé aire, centré mi pensamiento y dije... yo siento en este momento que tú eres Jesucristo.
Sí lo soy. Tú me estabas buscando, ¿te acuerdas? Y los encuentros van a ser muchos más, tal vez no serán de este tipo, como ahora me ves. Lo que sí te digo es que no importa cómo me hables, si en voz alta o con sólo el pensamiento, yo voy a estar contigo todos los días de tu vida. Probablemente no vayas a poder contar esta experiencia a todo el mundo, pero yo te pondré las circunstancias, para que me sientas, algunas veces ni siquiera podrás entender lo que pase. ¿Hay una iglesia por aquí cerca? Sí, vamos. Él traía un maletín y dos maletas. Yo nada más traía mis libros. Le dije, préstame tu maletín y una maleta yo te ayudo. Sí, está bien, nos fuimos caminando y en el trayecto del restaurante a la iglesia que estaba a dos cuadras. Yo veía cómo caminaba con tanta sencillez y una elegancia que parecía un príncipe disfrazado de mendigo. Con ese porte al caminar, llegamos a la iglesia. Él entrelazó sus manos he hizo oración, con un equilibrio en su posición, que yo no veía nada más que a Él, me quedé absorto en su figura en su persona y fue la experiencia más hermosa que he tenido jamás con la oración y Jesús. Salimos de la iglesia y le pregunté ¿necesitas un taxi? Sí dijo, -¿y traes dinero para pagarlo?- No, respondió. ¿Y cómo te vas a ir? Llamé al taxi, le pagué. Traía yo su maleta, un maletín y una bolsita de plástico que traía yo en la mano, me dijo; no sé si te guste lo que trae la bolsita. Le dije no, gracias. -Lo traje para ti-. Pero ¿cómo que lo trajiste para mí? Si nos conocimos en el autobús y no tuviste tiempo para comprarlo, para conseguirlo para mí. Lo traje para ti. No, de veras éste es tuyo llévatelo. Te estoy diciendo que es especial para ti, que es especial para ti, es tuyo. Lo traje para ti. Gracias le dije, y lo tocaba y no sabía qué era, me decía será un sweater, qué será. Él abordó el taxi y se fue. Entonces tomé el autobús que me llevaría de la central de autobuses a la escuela. Una vez que estaba en el autobús, yo quería abrazar a toda la gente que estaba ahí. Desde el chofer a los pasajeros a todo el mundo, tenía una sensación de comunidad, de amor, de equilibrio, de, no he podido encontrar una palabra que defina lo que sentía en ese momento. Tenía en mis manos aquella bolsa que me dio y no la quería abrir porque quería seguir conservando esa sensación que yo tenía de misterio, ¿qué será? Me preguntaba. Pero ya también la quería abrir, porque quería saber qué tenía. Después de un momento y con la incertidumbre de saber qué contenía aquella bolsita misteriosa, me ganó la curiosidad y por fin la abrí... y para mi sorpresa lo que contenía esa bolsita era Pan Ácimo, Pan Eucarístico. Con una fuerza y a la vez con una suavidad interna, sentí las palabras de ?acaso no ardía nuestro corazón cuando hablábamos? y que lo reconocían en la fracción del pan, los caminantes de Maus. ¿Sí recuerdan aquel pasaje? Ese pasaje bíblico, cuando Jesús resucitó y que se le apareció a los caminantes, y los caminantes de Maus no lo reconocieron sino hasta que lo invitaron a cenar y Él partió el pan y dijeron, es Jesucristo, pero en ese momento Él desapareció. Ellos reflexionaban entonces, ?acaso no ardía nuestro corazón cuando hablábamos con Él?. Y así yo sentía, que ardía mi corazón cuando hablaba con Él. Llegué a la escuela y fui con la maestra con la que yo pensaba que tenía asesoría. Richard, ¿qué estás haciendo por aquí? Tengo asesoría con usted, pero no nos toca asesoría hoy Richard. Cómo no sí... no, hoy no nos toca. Bueno no importa ?respondí-. Eso me encanta de ti Ricardo que no te quejas de nada, vienes desde Saltillo hasta aquí, para nada y sin embargo no te enojas. Yo venía extasiado con mi experiencia, en aquel momento qué me importaba la asesoría. Bueno voy hablar con María Elena ?me dije- quien era la directora de la maestría para tratar algunos asuntos. Cuando llegué con ella a su oficina, me vio, bajó la vista y se quedó unos momentos en esa posición mirando como a su escritorio, entonces levantó la vista y expreso; normalmente cuando llega alguien a tu oficina se entabla una conversación, preguntando cómo estás, etc. Pero lo que me ha surgido en este momento al verte que entrabas fue un deseo interno muy fuerte de ir a misa. Yo nunca voy, bueno sí voy cuando se casa alguien, pero por iniciativa propia no, sin embargo ahorita sentí la necesidad imperiosa de ir a misa, qué tienes Ricardo, porque es algo que tú traes. Y me vi obligado en ese momento de compartir con ella la experiencia que había vivido. Y lloró, y dijo, ésa es la necesidad que siento dentro de mí, de ajustar mi vida. Y la única persona que puede ajustar mi vida es Jesús. Y no es que lo entienda porque nadie me lo está diciendo, lo sé porque lo siento dentro de mí muy profundamente.
Después de haber estado con ella, me regresé a Saltillo. Estando allá y como me había dado Él, el teléfono de esa pareja, les hablé a ellos. Eres el Dr... sí ¿en qué puedo ayudarte? Pues fíjate que conocí en el autobús a Monterrey al padre Javier. Curiosamente el amigo con quien platicaba en la escuela un día anterior sobre Jesús y que era de una religión diferente a la mía también se llamaba Javier. Y el médico con quien hablaba en ese momento también se llamaba Javier. Retomando le dije, fíjate que conocí al padre Javier, y contestó -ese padre está bien loco-. ¿Por qué? Pregunté, ese padre come pan duro, se acuesta en el suelo, siempre está contento... pero es buena onda. Sí le dije, me habló de ustedes dos, de ti, de tu esposa. Ah, pues si quieres nos juntamos y platicamos, claro que sí dije. Entonces nos vemos el domingo, era viernes por la noche cuando concertamos la cita. Está bien nos vemos el domingo, comemos juntos, sí, de acuerdo, nos despedimos y colgué. Al día siguiente, sábado por la mañana, me habló un amigo de aquí de Torreón pero que vivía en Saltillo. Oye Ricardo vamos a bautizar a un niño mi esposa y yo, ¿nos acompañas? Sí claro que sí, entonces pasamos por ti. Pasaron por mí, nos fuimos al bautizo, salimos del bautizo y nos fuimos a la casa de ellos dos. Mi amigo se llama Julio y empezamos a platicar, sacamos las fotografías de las bodas, mira te acuerdas cuando nos casamos, y todo esto, yo había ido a su boda 12 años atrás. Empiezan los comentarios sarcásticos, mira aquí está tu mamá siempre con su cara de buena gente... y él respondió pues mira tu mamá tampoco hace buenos quesos y no que tú también... y empezaron a salir muchos reclamos y problemas que venían arrastrando como pareja uno contra el otro. Ya a la una de la mañana me dijeron, Ricardo no te vamos a llevar a tu casa quédate con nosotros, pero para que nos digas quién es el culpable, por culpa de quién estamos en esta situación como pareja. Pues yo no sé, no es que tú y que yo, se enfrascaban nuevamente en un pleito sin cuartel agrediéndose uno al otro. Entonces me acordé de la experiencia que había tenido con Jesús en el autobús y les dije, voy al baño en un momento regreso. Estando solo le hablé a Jesús y le dije ?tú dijiste que si te hablaba ibas a estar conmigo, pues éste es el momento para que estés conmigo- me regresé con ellos y les dije, ¿qué tal si hacemos oración? Julio estaba a mi derecha y su esposa a mi izquierda, exclamó Julio ¡oración! Jajajajaja qué te pasa, mira, el Papa se queda con las limosnas de todo el mundo, los padrecitos son así, Adán y Eva no existieron. Espérate le dije, por un momento olvídate del Papa de Adán y Eva y todo lo demás. Vamos hablarle a Dios, y ¿para qué? Vamos hablarle le dije. Bueno, medio conforme él nos preparábamos para ese momento en los que cerramos los ojos y guardamos un silencio profundo. Yo creo que no pasaron ni cinco minutos cuando... yo no sé qué dije... o yo no sé qué ocurrió... el caso es que cuando abrí los ojos, mi amigo ya no estaba a mi lado, sino que estaba con ella, y estaba de rodillas llorando pidiéndole perdón. Y ella emocionada también pedía perdón, en ese momento cada quien estaba reconociendo sus propios errores, ya no se estaban recriminando el uno al otro. Abrazados los dos en un momento sublime donde indudablemente se sentía la presencia de Jesús ahí... en un momento de conciencia Julio me dijo, ¿qué nos hiciste Ricardo? Sorprendido de lo que estaban experimentando, pues después de tanto pleito y tanto dolor por fin encontraban la calma y la paz que tanto deseaban ambos en lo más profundo de su corazón. Reconciliados con ellos mismos y con su vida dijeron ?vamos a dormir- ha sido una experiencia agotadora, pero muy gratificante, era ya muy de madrugada. Les recordé que tenía yo una cita a comer, con el doctor Javier y su esposa. Sí está bien, al rato que había amanecido, yo me fui temprano, ellos se quedaron dormidos y me salí sin hacer mucho ruido, daba gusto poder estar bajo el techo donde una pareja estaba en paz y con Dios en sus corazones. Llegué a mi casa y me arreglé para esperar a esta pareja, para irnos a comer. Llegaron, y el encuentro fue alegre y cordial, me dijeron, ¿así que tú eres Ricardo?- ¿Y cómo te cayó el padre?... empezamos una relación de amistad muy bonita. Pero dime cómo te cayó el padre, está bien loco, tiene unas ideas. Pero dime ¿por qué? Mira, nada más le pasamos todas sus ideas por la buena onda que es, por la buena persona que es. Fíjate las ideas particulares y locas que tiene este padre. Mi esposa me pidió que fuera a la Reyna a comprar dulces, empanaditas y pan sabroso para el padre, pero no había nada, había un pan aplastado, peor nada que esto, y le compré el pan aplastado, en toda la tienda sólo había esas dos porciones de pan aplastado y pues se las compré. Se las di cuando llegó y ¿qué crees que dijo? ?Justo lo que necesitaba, muchas gracias, ¿para qué necesita Él un pan aplastado? El Pan Ácimo, y yo les dije, ¿no es éste? ¿Ya ves? No le gustó, lo anda regalando más delante. Pero por qué me dice que esto es lo que necesitaba, y yo les platiqué la experiencia vivida con Él. Mira tú se los diste tal vez con una intención, pero Él lo convirtió en otra muy distinta. ¿Y por qué me dijo lo traje para ti? Sí a mí me dijo ?esto es justamente lo que yo necesitaba?. Continuará...
Esperamos seguir contando con su atención en ésta su columna y recibiendo sus comentarios en la dirección electrónica con, Germán de la Cruz Carrizales (pmger@hotmail.com pmger@todito.com).
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