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Familia Sirviendo a la Vida / El hombre y la mujer: diálogo y vida sexual

Germán de la Cruz Carrizales

Distintas capacidades para el diálogo. El diálogo ?cuya importancia para el matrimonio y la familia ya hemos considerado- es uno de los campos donde con mayor fuerza se manifiesta la tensión entre el modo de ser masculino y el femenino. El hombre se siente normalmente desbordado por las exigencias que la mujer le plantea en este terreno. Muchos, que no han intercambiado sobre esto con sus amigos, piensan que simplemente han tenido mala suerte: que les tocó casare justo con la más habladora de las mujeres. Están convencidos de que ninguna otra puede tener tal ?hambre? de conversación. La mujer, por su parte, siente exactamente lo contrario: que su marido la obliga a vivir en una situación de permanente e injusto ?ayuno? en este campo. Sabe que a sus amigas les pasó algo semejante. Pero como siempre mira las cosas a partir de lo que la está viviendo, también tiende a creer que le ha tocado lo peor: casarse con un ?hombre?tumba?, que no abre la boca. A veces hasta piensa que quizás él es algo sádico, y que se calla a propósito para hacerla sufrir.

Generalmente, cuando un matrimonio se decide a participar en un grupo o comunidad, comienza a entender lo que pasa: que, más allá de la manera de ser personal de él o de ella, el ?problema? de fondo consiste en que él es hombre y ella mujer. Sumergido en un mundo de cosas, el hombre necesita hablar poco: sólo lo que hay que ?hacer? con las cosas. Ese estilo de conversación que se da en el trabajo le basta; y tiende a seguirlo en la casa. A la mujer, esto evidentemente no le satisface. El mundo de personas en que ella vive se sustenta a partir de relaciones personales, de diálogo profundo, que muestre lo que el otro lleva dentro. Esto, ella lo necesita urgentemente: porque es lo que alimenta su mundo interior.

Necesidad de apartarse. ?Te quiero?, significa, en primer lugar. ?Te quiero hacer feliz?. Y no: ?Te quiero para ser yo feliz?. Esta última es justamente la fórmula del egoísmo y la antítesis del amor verdadero, del amor cristiano. Esto es lo que podría decirle un perro al hueso que lame, pero no una persona a otra. Si los esposos realmente están dispuestos amarse, deben enfrentar el problema del diálogo a partir de esta actitud: no voy a imponerle al otro el ritmo de diálogo (sea mucho o poco) que ?Yo? deseo, sino el que el ?otro? necesita, o aquél que realmente su capacidad le permite. Ello requiere adaptación mutua, respeto y renuncias de uno y de otro. Es el precio necesario para poder complementarse y para que, así ambos crezcan.

Este esfuerzo de apertura al modo de ser del otro, exige del hombre, en primer lugar, aceptar que no estaba siendo tan excelente esposo y padre como creía (por el solo hecho de no tener vicios o de traer todo el sueldo a casa): porque nunca había entendido que su esposa y sus hijos tenían una necesidad de diálogo mucho mayor que la suya, y los ha hecho sufrir más de lo que imaginaba con su parquedad y su silencio. La manera de reparar el daño causado consiste en decidirse a dialogar más allá de lo que por sí mismo querría, aunque le cueste. La mujer, por su parte, debe volverse más comprensiva y no confundir siempre la falta de diálogo con falta de amor. Debe entender que el hombre tiende a manifestar su cariño más bien de otros modos, por ejemplo, trabajando por ella. Asimismo debe convencerse de que a él realmente le cuesta expresar lo que lleva dentro. Que es tarea de ella enseñarle a hacerlo. Que para ello necesita tiempo y paciencia. Y que debe resignarse a que su marido, por mucho que progrese, nunca llegue a conversarle tanto como ella anhela (pues él nunca se convertirá en una ?amiga?). Ambos deben encontrarse, con esfuerzo, en un punto medio, equidistante de lo que cada uno desearía. El ?tira y afloja? durará siempre, pues así lo quiere Dios: para que, en medio de él, el esposo vaya personalizándose, y la mujer aprendiendo a ser menos sentimental.

La cumbre del diálogo: El acto conyugal. El diálogo es comunicación interior. Pero nadie puede comunicar a otro lo que lleva dentro de sí si no es a través del cuerpo, de sus gestos, de sus movimientos. Ésta es una ley general, que vale ya para el diálogo verbal, es decir por el que realizamos entre palabras: pues éstas suponen la vibración de las cuerdas vocales, los movimientos de la lengua, su rebotar en los tímpanos. Las palabras generalmente van acompañadas de miradas, sonrisas y otros gestos que las vuelven más expresivas. Sin embargo, cuando el amor que se desean transmitir es muy grande, todo eso ya no basta. Entonces se pasa a las caricias. Aquí las manos y los labios ayudan a comunicar lo que se siente dentro. Pero entre los esposos llega un momento en que tampoco eso basta. El deseo de darle al otro todo el corazón, sólo puede expresarse adecuadamente entregándole todo lo que se tiene: todo el cuerpo convertido en símbolo de amor. Así se llega al acto conyugal como cumbre del diálogo, de la comunicación, de la mutua donación. Según el plan de Dios, éste debería ser el acto más noble y santo que los esposos realizan entre sí. (La próxima publicación ahondaremos en el tema).

Pero no hay ?cumbre? sin ?base? que la sostenga. Por eso, no se puede llegar a la ?cumbre de la comunicación?, si ésta no ha comenzado por lo que debe ser su ?base?: el diálogo verbal. Ello hace que entre esposos que no conversan, el acto sexual pueda convertirse en una gran mentira. Pues si ninguno de los dos sabe lo que hay en el corazón del otro, la fusión de los cuerpos no puede ser símbolo de la fusión de los corazones. En tal caso se convierte en un acto hueco y contradictorio: juntan sus cuerpos, pero interiormente están a años luz de distancia (por no haberse regalado durante años la luz del diálogo). Así nunca podrán alcanzar mediante el acto conyugal toda la felicidad que Dios quisiera que tengan. Porque esa felicidad no sólo es gozo físico, sino ante todo gozo de amor. Y no se alcanza en su plenitud si no se apoyan en un diálogo diario, hondo y lleno de cariño.

Sensibilidades y ritmos diferentes. Al marido le cuesta darse cuenta cuando sus relaciones conyugales comienzan a vaciarse de amor. Su sicología masculina es menos sensible a los procesos interiores. Ello lo lleva, muchas veces, a considerar el acto conyugal simplemente como una ?cosa? que se ?hace?. La mentalidad machista puede llevarlo, incluso, a mirar el mismo cuerpo de su mujer como una ?cosa? que él tiene derecho a ?usar? como le plazca. Por ser menos sensible a lo personal, es capaz de tener relaciones con una persona a la que no quiera. La mujer es todo lo contrario. Ella no parte de lo físico sino de lo interior. Siente su cuerpo como prolongación de su alma y no puede entregarlo sino a quien esté dispuesta a dar también su corazón. Cualquier ofensa que empañe su relación personal, la bloqueará para la relación sexual. Y si ésta no es buscada por amor, lo capta de inmediato, siendo muy difícil que en tal caso llegue a experimentar algún placer fisco: en ella, éste es normalmente como un eco en su cuerpo del placer espiritual de sentirse amada. Si el marido no supera su actitud egoísta, la mujer se volverá frígida. Luego vendrá el rechazo y la repugnancia frente a un acto en el cual se siente ?usada? y ?violada? en su dignidad de persona. Y en vez de ?costumbre?, el sexo se habrá convertido en la ?tumba? de su amor.

Para evitar tales extremos es indispensable que los esposos conversen sobre estas cosas y se ayuden a comprender sus diferentes sensibilidades. El hombre, por ejemplo, se excita físicamente con rapidez. La mujer, en cambio necesita de muchos símbolos sicológicos: de palabras de cariño, de caricias. Y también demora bastante más en alcanzar la cumbre del gozo (el orgasmo), por lo cual el marido debe aprender a esperarla. En todo esto es necesario un largo proceso de adaptación mutua, de sincronización. Para llegar a dialogar sobre ello, hay que empezar por conversar de cosas más simples. También hay que rechazar una falsa ?vergüenza?: pues es hablar de algo noble, que Dios mismo nos regaló para ser felices. Las cosas se facilitan si cada uno invita al otro a decirle cómo podría demostrarle mejor su amor en el momento de la mutua unión. Sobre todo, es importante recordar que mientras más se respeten y se abran el uno al otro, más crecerán los dos. El hombre se hará más hombre, más caballeroso, noble y delicado. Y la mujer se volverá más femenina, generosa y fuerte.

Cuestionario.- (Para contestarse en pareja)

a) ¿Había pensado yo que nuestros problemas de diálogo tenían que ver con nuestras diferencias como hombre y mujer? ¿Y sabía que teníamos distintas necesidades y capacidades de diálogo?

b) Para hacer más feliz al otro en el campo del diálogo, ¿qué esfuerzos creo que me corresponden hacer a mí?

c) ¿Por qué el acto conyugal está llamado a ser la cumbre del diálogo? ¿Y cuándo puede convertirse en una mentira?

d) ¿Converso con mi pareja sobre nuestra vida sexual, o me da vergüenza? ¿Qué cosas de lo que he leído aquí han sido novedades para mí?

Como siempre agradecemos a El Siglo de Torreón por la oportunidad de difundir estos temas para la reflexión y defensa de nuestras familias. El próximo tema a tratar será El Sacramento del Matrimonio Reflejos del Amor de Cristo. Esperamos sus comentarios sobre los temas aquí expuestos, sobre todo a ustedes señoras que se han comunicado con nosotros y compartido sus propias experiencias, aquellas parejas que se han contactado con nosotros y su interés por seguir creciendo permaneciendo juntos, por ello muchas gracias por su confianza, han sido éstas muy valiosas al escribir estos temas, esperamos seguir recibiéndolos en su columna Familia Sirviendo a la Vida pmger@hotmail.com y pmgerxxi@yahoo.com Gracias por su atención.

?Quien no vive para servir, no sirve para vivir?.

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