(Segunda parte)
La familia y la Iglesia.
La familia cristiana recibe la fuerza necesaria para el desempeño de su misión social a partir de la fe que el Espíritu de Cristo enciende en ella. Pero el Espíritu Santo –el único que puede renovarnos por dentro y enviarnos a renovar eficazmente el mundo- fue regalado por Cristo a su iglesia. Y la fe que Él suscita dentro de la iglesia es una fe eminentemente comunitaria: porque es fe de un Dios “comunitario”, que nos quiere una “familia” unida en el amor, al igual que Él. Por eso la fe cristiana no puede vivirse al margen de la comunidad. La misma oración que la alimenta es más eficaz cuando se hace entre “dos o más”. Eso explica por qué tantas familias cristianas carecen de la vitalidad interna y de la fuerza de proyección social que la fe proporciona: porque les falta inserción en la comunidad eclesial.
La familia cristiana no sólo es arte del tejido social. También es una célula viva de la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Y tendrá vitalidad para resolver sus propios problemas internos y para cumplir su tarea de fermento social, en la medida en que aprenda a vivir como “pequeña iglesia” dentro de la “gran iglesia”. Ello supone que sus miembros comparten la vida de oración y sacramental de la iglesia, meditan la Palabra de Dios, cultivan la comunión con sus pastores y participan de alguna forma en su quehacer comunitario. Pero, también, es necesario que algunas de esas cosas (la oración de las comidas, la misa dominical, la celebración de alguna festividad o ciertos compromisos apostólicos) sean realizadas algunas veces en común por toda la familia. De otro modo, la vida familiar pierde su densidad y su empuje más originales, de auténtica comunidad cristiana fundamental.
Misión de la familia en la iglesia.
Si bien es cierto que la iglesia alimenta a la familia, desde otro punto de vista también puede decirse que la iglesia nace y crece desde la familia. Desde luego, ello vale de un modo especial respecto de aquella “familia divina” –la Santísima Trinidad- que es su origen, su permanente fuente de vida y su modelo. Y para la familia de Belén y Nazareth, que fue la primera comunidad cristiana de la historia. Pero también vale la pena para todas las demás familias que –a semejanza de aquélla- han sido atadas al misterio de Cristo por los Sacramentos del Matrimonio y del Bautismo de los hijos. Pues ellas constituyen el lugar privilegiado de la transmisión de la fe, donde sin cesar se están generando nuevos miembros para la iglesia. Por lo tanto, la familia no sólo plasma el corazón del futuro ciudadano sino, igualmente, el del futuro cristiano.
Aparte de edificar la iglesia mediante la evangelización de sí misma, la familia le provee los apóstoles que le permiten anunciar el Evangelio al mundo y renovar sus estructuras según el Espíritu de Cristo: es escuela de formación y envío apostólico. Además, mediante su participación comunitaria, refuerza y asegura a la iglesia su carácter de Familia de Dios.
¿Quién no ha recurrido a Dios en los momentos más difíciles de su vida? Quién no ha retado, en momentos desesperantes a Dios, al decirle: “¡Demuéstrame que existes Dios mío!” -concédeme lo que te pido-. Pero a la luz de los temas aquí vistos ya, compartimos con ustedes una historia de amor, la historia de un padre de familia, que al igual que Cristo por nosotros, dio a su hija el regalo más grande del mundo.
El día que mi María José nació, en verdad no sentí gran alegría porque yo quería un varón. Dos días después, volví a buscar a mis dos mujeres: una lucía pálida, y la otra, radiante y dormilona. En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de María José, fue entonces cuando empecé a amarla con locura, su carita y su mirada no se apartaban ni un instante de mi pensamiento. Un día me dijo: -Papi, cuando cumpla quince años ¿cuál será mi regalo?-.Pero mi amor, si sólo tienes diez añitos –bueno papi, tú dices siempre que el tiempo pasa volando- y era verdad, María José tenía ya, catorce años, y excelentes notas escolares. Ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente el de su padre.
Fue un domingo muy temprano, cuando nos dirigíamos a misa, María José tropezó con algo, eso creíamos todos, y dio un tras pie, la detuve de inmediato para que no cayera. María José fue cayendo lentamente sobre el banco, y casi perdió el conocimiento. La llevamos al hospital, allí permaneció durante diez días, me informaron que mi hija padecía de una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón. Pero no era algo definitivo, había que practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme. –Papi, voy a morir, ¿no es cierto? Eso te dijeron los médicos, ¿verdad?-. No mi amor, no vas a morir. Dios que es tan grande no permitiría que pierda lo que más he amado en la vida. –Papá, quienes mueren, ¿van a algún lugar? ¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas? ¿Sabes si pueden volver?-. Bueno hija, en verdad nadie ha regresado de allá, a contar algo sobre eso, pero, si yo muriera, no te dejaría sola. Estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el viento para venir a verte. –¿El viento?, y como harías eso papi- no tengo la menor idea hija, sólo sé, que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara, y una brisa fresca bese tus mejillas.
Ese mismo día por la tarde llamaron al padre, el asunto era grave. Su hija se estaba muriendo. Necesitaban un corazón, pues el de ella no resistiría sino catorce o quince días más. ¡Un corazón! “Y de dónde saco un corazón”. Ese mismo mes, María José cumpliría sus quince años. Fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante. Las cosas, iban a cambiar. Y entonces, el domingo por la tarde, María José, estaba operada, ¡éxito total! Sin embargo, papá no había vuelto por el hospital, y María José lo extrañaba muchísimo. Su mami le decía que todo estaría bien, y la abrazó con ternura.
Más adelante, al llegar todos a casa, se sentaron en un enorme sofá, y su mamá con los ojos llenos de lágrimas, le entregó a María José, una carta de su padre... “María José, mi gran amor, al momento de leer mi carta, debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, ésa fue la promesa de los médicos que te operaron. No puedes imaginarte, ni remotamente, cuánto lamento no estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir, sentí que yo también moriría contigo, y me preguntaba qué podía hacer. Después de tanto pensar y sentir mil cosas dentro de mí, decidí finalmente que la mejor forma de hacer algo por ti, era darle respuesta a esa pregunta que me hiciste cuando tenías diez años, ¿te acuerdas? Y a la cual, no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que jamás nadie ha hecho, ¡mi corazón! Te regalo mi vida entera, sin condición alguna, para que hagas con ella, lo que creas que es mejor. Sintiendo muchas cosas bellas, y sabiendo que en el mundo lo más importante, es que quieras vivir. ¡Vive hija! Siempre estaré a tu lado. ¡Te amo! Y siempre te amaré. Porque eres lo más grande y hermoso que Dios me ha dado. Te amo María José”.
María José, lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente, fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá, y susurró. –Papi, ahora puedo comprender cuánto me amabas, yo también te amo y te honraré para siempre-. Y en ese instante, las copas de los árboles se movieron levemente, y cayeron algunas flores, sintió María José que un suave viento rozó su cara, y una brisa fresca besó sus mejillas. Alzó la mirada al cielo sintiendo una paz inmensa, y dio gracias a Dios por eso. Se levantó, y caminó a casa con la alegría de saber que lleva en su corazón, el amor más grande del mundo.
Con este tema damos final a esta serie de artículos sobre el tema específico de la familia, espero que algo nos hayan dejado, y tener claro que el tesoro más grande que tenemos todos, es nuestra familia, a veces peleamos, a veces no nos ponemos de acuerdo, pero es el medio que Dios nos ha dado para llegar a Él, eso no lo duden nunca. El anhelo más grande de los hijos es vivir en un hogar feliz, hagamos el esfuerzo por dárselos, la vida nos lo agradecerá y Dios seguramente se sentirá feliz.
CUESTIONARIO.- (Para contestarse en pareja)
¿Cuándo he sentido a mi familia más amenazada por las inseguridades y problemas sociales? ¿Creo en esa gran misión social de la familia de que nos habló Juan Pablo II?
¿Se siente mi familia con una misión social? ¿Qué aportes para una sociedad nueva –para su espíritu o forma de vida- creo que están germinando en nuestro hogar? ¿Cómo y dónde vivimos nuestra proyección social hacia fuera?
¿Por qué se debilita la familia que no participa en la iglesia? ¿Cómo participa la mía? ¿Qué hacemos en común?
¿Estoy cumpliendo mi tarea de educador de la fe de mis hijos? ¿Hemos asumido como familia nuestra responsabilidad para con la iglesia? ¿Somos una escuela de apóstoles?
Esperamos seguir contando con sus comentarios sobre los temas aquí expuestos en su columna Familia Sirviendo a la Vida así como sus comentarios siempre bienvenidos en la dirección electrónica pmger@hotmail.com, pmger@latinmail.com y pmger@todito.com Quienes deseen consultar temas pasados los pueden encontrar en la página electrónica www.elsiglodetorreon.com.mx, Sección Nosotros. Gracias por su atención.
“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.