(Primera parte)
Familia y sociedad. En los momentos de crisis económicas o políticas que ha cruzado nuestro país, hemos tenido tal vez la impresión de que nuestra familia navega como una frágil cáscara de nuez, amenazada por los vientos y las olas que agitan el mar social. En efecto, la vida y el destino de la familia están indisolublemente ligados a la suerte de la sociedad de la que forma parte, y todos los problemas de ésta la golpean duramente (Los Problemas de la Familia Hoy, publicado el cuatro de febrero del presente). Mientras más inseguro, injusto y violento se muestra el medio social, más sentimos, la familia como un pequeño y último refugio de calor humano. Sin embargo, si bien la historia muestra que familia y sociedad siempre se salvan o derrumban juntas, en definitiva, dentro de esta interacción mutua que se da entre ambas, es la familia la que más profundamente influye sobre la sociedad, y no a la inversa.
En efecto, la familia no sólo fue constituida por Dios ?históricamente- ?como origen y fundamento de la sociedad humana?- , sino que permanece siendo su ?célula primera y fundamental? y ?la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma?. Ella representa, por lo tanto, ?el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y de personalización de la sociedad?, y ?de cara a una sociedad que corre el peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y por lo tanto inhumana y deshumanizadora... la familia posee y comunica todavía hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente de su dignidad personal, de enriquecerlo de profunda humanidad y de inserirlo activamente con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad?.
El aporte social de la familia. Esta urgente y hermosa misión social de la familia, que Juan Pablo II nos describe en su Encíclica, sólo podrá cumplirse si la sumimos como un llamado hecho por Dios a nosotros, a la propia familia. Nuestra familia no está ahí simplemente para dejarse arrastrar por la marejada social, luchando tan sólo por sobrevivir: ¡Dios quiere que le ayude a cambiar el rostro y la vida de la sociedad moderna! A tal misión respondemos en primer lugar, tomando en serio la tarea educativa de nuestra familia. Ello supone decidirse a aprovechar ese excepcional poder plasmador del corazón humano que poseen las vivencias y experiencias familiares, para intentar convertir el propio hogar en un taller donde se forjen los constructores de aquella sociedad mejor que deseamos para el mañana: hombres portadores de un espíritu nuevo, capaz de revitalizar de modo original todos aquellos valores que hoy nos parecen amenazados o ignorados.
Eso exige, ante todo, frente a un mundo dominado por los intereses materialistas y la manipulación, sepamos cultivar en nuestro hogar un respeto profundo a la dignidad de cada persona, valorándola por lo que es, y no por lo que tiene. Dicho respeto debe expresarse en capacidad de acogida y diálogo personal, en disponibilidad desinteresada, y servicio generoso: es decir, en un espíritu fraternal y solidario, capaz de superar ?a la vez- al individualismo y al colectivismo masificante de nuestro tiempo. Si a todo esto agregamos la creatividad que resulta de una adecuada educación para el trabajo y el sacrificio, entendidos en su riqueza cristiana, dispondremos ya de aquellas ?energías formidables? que serán capaces de generar una sociedad nueva. Ésta debe comenzar también a crecer desde el propio hogar. Pues ese espíritu nuevo debe ir generando, ya allí, formas, costumbres y estructuras nuevas: un nuevo estilo de ejercer la autoridad, de compartir los bienes, etc. Así nuestra casa se convertirá como un laboratorio donde se ensaya hoy ?en pequeño pero de modo muy real- el mundo del mañana.
Sin embargo, esta labor educativa realizada al interior del hogar, no agota de ningún modo la misión social de la familia cristiana. Ella debe, además, abrir sus puertas y proyectarse hacía los diversos ámbitos sociales, aportándoles las riquezas y fuerzas de cambio germinadas dentro de sí. Un primer nivel de esta apertura lo representa la hospitalidad y la acogida del necesitado. Más allá, está la participación activa de sus miembros en distintas organizaciones ?vecinales-, educativas, gremiales, políticas ?donde buscarán irradiar el ?espíritu nuevo? y luchar por las ?estructuras nuevas? que la sociedad necesita. Dentro de esta desinteresada entrega a los problemas sociales, Juan Pablo II pide a las familias recordar especialmente dos objetivos. Por un lado, ?la opción preferencial por los pobres y los marginados?. Por otro lado, la política familiar: es decir, el esfuerzo por asegurar que las leyes y las instituciones sociales respeten e impulsen los valores y los derechos de la familia. La familia cristiana no puede ser un ?nidito ideal? encerrado en sí mismo, sino dinámico fermento de cambio social, ?que origina, difunde y desarrolla justicia, reconciliación, fraternidad y paz entre los hombres?.
El próximo tema a tratar será La Misión de la Familia (Segunda parte). Esperamos seguir contando con sus comentarios sobre los temas aquí expuestos en su columna Familia Sirviendo a la Vida así como sus comentarios siempre bienvenidos en la dirección electrónica pmger@hotmail.com, pmger@latinmail.com y pmger@todito.com Quienes desean consultar temas pasados los pueden encontrar en la página electrónica www.elsiglodetorreon.com.mx, Sección Nosotros. Gracias por su atención.
?Quien no vive para servir, no sirve para vivir?.