Familia, cultura y sociedad. Si en algo hay consenso hoy día, es en que vivimos en una cultura profundamente materialista. En la práctica, el materialismo significa conceder prioridad a las cosas (valores materiales) sobre las personas, y considerar más importante el ?tener? que el ?ser?. Por eso anda el hombre corriendo sin cesar tras las cosas y el dinero para adquirirlas: porque identifican la felicidad con el placer de tenerlas y gozarlas. Es a lo que nos invitan las dos ideologías dominantes de nuestro tiempo, el capitalismo y el marxismo. Se han definido ambas como variaciones de una misma idolatría: la de la riqueza. Pues sólo se diferencian en los caminos que señalan para lograr producir y poseer el máximo de cosas (el de la sociedad privada o el de la colectiva). En un ambiente así, es evidente que el amor -en cuanto a relación personal y desinteresada- aparece como un valor de segundo orden.
Lo anterior explica la crisis que sufren hoy el matrimonio y la familia. El camino hacia el matrimonio se enfoca cada día con mayor ligereza. Más que conocerse en profundidad, lo que se busca es ?gozar? y ?pasarlo bien?. La relación superficial -?piel con piel?- adquiere predominancia y cada día son más los que defienden las relaciones pre-matrimoniales. El sexo como lo hemos visto en temas pasados ya no es digno de compromiso, sino simple instrumento de agrado (caricias íntimas y confusión sexual). También después del matrimonio, pues las parejas jóvenes lo desligan más y más de la responsabilidad y del don precioso de la paternidad. El hijo no interesa. Antes hay que preocuparse de lo fundamental: del auto, del refri, del televisor de plasma. Y si, por falla de los anticonceptivos, algún intruso intenta alterar la planificación económica de la familia, un aborto soluciona el problema (embarazos no deseados). La persona del niño no nacido no cuenta. Y tampoco, en definitiva, la del cónyuge: si la convivencia con él comienza a exigir sacrificios, se busca otro. La generosidad, la paciencia, la fidelidad son valores pasados de moda. Divorcios y abortos aumentan así a la par. Son el signo más trágico de una cultura enemiga del amor y de la vida.
Consecuencia de esta misma crisis de valores son los graves problemas de orden económico que afectan a la mayoría de las familias del mundo. La codicia imperante ha generado un orden social caracterizado por dramáticas e injustas desigualdades, tanto entre los países como entre las personas. Debido a ello, millones de familias viven sin poder disponer de los recursos materiales necesarios para una vida digna y tranquila. La cesantía y los bajos sueldos traen consigo múltiples y dolorosas consecuencias: falta de viviendas adecuadas, imposibilidad de procurar a los hijos la alimentación y la educación necesarias, problemas de salud y previsión, etc. Todo ello genera inseguridad frente al futuro, angustia, desesperación, irascibilidad, neurosis. Y cuando los nervios se rompen, la vida familiar amenaza con estallar a pedazos.
El cáncer de la familia: Falta de diálogo. Sin embargo, por graves que sean las presiones que el medio cultural o social ejerzan sobre una familia, ésta será capaz de resistir y de salir adelante en la medida en que haya sabido conservar viva su capacidad para dialogar. La falta de diálogo es un verdadero cáncer, que carcome la familia desde dentro: porque el diálogo es el que alimenta o ?riega? el amor. Sin él, el amor se muere. La casa, una vez que la compré e inscribí debidamente el título de propiedad, es ya mía para siempre. La tengo segura. Lo mismo puede suceder con otras cosas. Pero no con el amor. Éste es algo vivo y no lo tendremos nunca seguro a menos que continuamente estemos cuidándolo y ayudándolo a crecer. Una familia que dialoga, es capaz de extraer de su unidad interior las fuerzas necesarias para enfrentar los más grandes desafíos. Porque el amor, mientras está de verdad vivo, no se deja vencer por las dificultades. Para generar tal fuerza, el diálogo debe cumplir dos condiciones.
Los obstáculos para el diálogo. Normalmente el diálogo se debilita debido a tres factores principales. Primeramente, la conciencia de que el otro ?ya nos pertenece? genera la sensación de que ?ya lo conocemos?. Nos pareciera saber todo lo que tiene dentro y adivinar ya, sin que tenga que abrir la boca, lo que podría decirnos. Pero nos engañamos. Pues por más rutinaria que nos parezca nuestra convivencia, la libertad del otro constituye un misterio permanente del que pueden brotar en cualquier instante las más inesperadas novedades. Nunca terminaríamos de conocer sus secretos. Y justamente esta reflexión de pareja y de grupo que hemos iniciado, nos permitirá irnos sorprendiéndonos constantemente al ver cuántas riquezas y furazas nuevas pueden surgir de su corazón.
El segundo factor anti-diálogo es nuestra permanente falta de tiempo. Impulsada por un frenético afán de producir para poseer, la cultura moderna nos ha impuesto un ritmo de vida agotador. Todos nos sentimos engranes de una máquina gigantesca que no cesa de girar. Siempre estamos corriendo y con muchas cosas urgentes e impostergables por delante: el cobro del cheque, el pago de la letra, la cuenta de la luz, la colegiatura del niño. Los asuntos económicos son implacables, exigen puntualidad. En cambio el diálogo se puede postergar. Lo dejamos para ?cuando tengamos tiempo?. Y ese momento no llega nunca. Lo natural sería que fuese en la noche, cuado han cesado los demás afanes. Pero allí está la televisión, con toda su programación planificada para robarnos también esas horas. La postergación permanente del diálogo constituye un pecado por acumulación: porque arriesga gravemente el amor. Finalmente, conspira contra el diálogo personal la mentalidad materialista, que sólo deja espacio para el diálogo ?funcional?, es decir, para aquél que recae sobre las cosas que es necesario hacer para que la maquinaria de la oficina, de la fábrica, o de la casa siga girando. Es el diálogo despersonalizado que impera en el mundo del trabajo, pero que invade la vida familiar sin que nos demos cuenta. Urge revisar de qué hablamos cuando conversamos en pareja o en familia.
Las exigencias del diálogo. La vitalidad de nuestro amor y de nuestra familia depende primariamente de nuestra capacidad para dialogar. Pero dialogar plantea exigencias duras. La primera es darse tiempo, reconociendo honestamente que éste no me caerá del cielo si no me lo busco. Esto supone adaptación a los horarios y necesidades del otro y de los hijos, lo que implica sacrificio. Además, hay que superar barreras interiores: hacer el esfuerzo que significa ?abrirse?, pasar por encima de heridas y rencores, regalar confianza, arriesgarse a que no nos respondan, etc. Regalar el corazón abierto como Cristo, cuesta sangre.
Pero un diálogo fecundo exige algo más: ser sistemático. Los esfuerzos aislados no bastan para sustentar la unidad y la intimidad. Apelando a la fuerza que Cristo nos regaló el día de nuestro matrimonio, tenemos que elaborarnos un sistema serio de diálogo: diario, semanal o mensual. Es mucho más importante que hacer el presupuesto de gastos: ¡equivale al presupuesto de nuestro amor! Revisemos situación y posibilidades, y decidámonos a reactivar de verdad nuestra unidad.
Cuestionario (Para contestarse en pareja)
a)¿En qué noto el materialismo que nos rodea? ¿Veo signos de crisis moral en los matrimonios y las familias? ¿Cuáles creo son los problemas sociales que más afectan a las familias?
b)¿Por qué es tan importante el diálogo para el amor? ¿Es verdad que da fuerzas? ¿Qué es el diálogo personal? ¿Cómo lo practicábamos antes del matrimonio? ¿Y ahora?
c)De los tres factores que se han señalado como debilitadores del diálogo, ¿cuál creo que me ha influido más?
d)¿Qué exigencias del diálogo son las que me cuestan más? ¿Cómo creo que podríamos sistematizar de un modo realista y eficaz nuestro diálogo matrimonial y familiar?
Reiteramos nuestro agradecimiento a quienes hacen posible estas publicaciones y sobre todo a usted amable lector, quien hace que este proyecto contribuya a fortalecer nuestras familias y sus valores. El próximo tema a tratar será El Hombre y la Mujer: Iguales en Dignidad, Distintos en Modalidad. Esperamos sus comentarios sobre los temas aquí expuestos, sobre todo a ustedes señoras que se han comunicado con nosotros y compartido sus propias experiencias, por ello muchas gracias por su confianza, han sido éstas muy valiosas al escribir estos temas, esperamos seguir recibiéndolos en su columna Familia Sirviendo a la Vida: pmger@hotmail.com y pmgerxxi@yahoo.com. Gracias por su atención.
?Quien no vive para servir, no sirve para vivir?.